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¿Por qué a veces es tan lindo?

Una semana después estoy en el auto de Brieg con los ojos vendados, pues dice que me llevara a un lugar especial. Hemos tratado de movilizarnos todo el tiempo para evitar hablar de Serene o peor, encontrárnosla. Me quedo con mi madre por las mañanas y por las tardes, Brieg viene a visitarme y a entretenerse. Me parece como si lo hiciera sólo porque está preocupado pero decido no darle importancia, pues después de todo, me agrada estar con él.
—¡Estoy cansada! — le grito. Él no me contesta y yo levanto la venda de un lado para verlo. Él se ríe.
—¡Póntela de nuevo! — me regaña.
—Pero es aburrido. ¿Tengo que ver negro por cuánto tiempo más?
Él no me contesta, en vez de eso, carraspea y después de un rato siento la nariz húmeda de Franco olisquear mi mejilla y luego estornudar, tirándome mocos por toda la cara.
—¡Franco! — me quejo, escuchando la carcajada de Brieg y las patitas de Bernard en mis rodillas. —¡Ya no aguanto, Brieg quiero ver! — me quejo.
Él simplemente acaricia mi dedo meñique rápidamente y luego está todo aburrido de nuevo. Bernard me lame los dedos todo el camino a pesar de que después de un rato trato de alejarme. Brieg abre las ventanas y un aire frío pero a la vez confortante comienza a entrar. Después de un largo rato, se estaciona y me quita la venda, lo primero que aparece en mi campo de visión son sus lindos ojos brillantes que me ven divertidos.
—Vamos.
Me doy cuenta del lugar y suelto una risita. Es como un hermoso jardín de las hadas. Un montón de plantas con flores de colores hermosos y monte por doquier. Lo miro y él me guiña un ojo antes de caminar, empujando ligeramente mi espalda. Los perros de Brieg corren a olfatear todo mientras avanzamos. Una linda mujer regordeta sale y nos sonríe de manera cálida, detrás de ella está la madre de Brieg, Elena, sonriéndonos. Me guiña el ojo y yo sonrío de manera estúpida. No, no soy la novia de Brieg pero estamos en algún tipo de "mantente junto a mi y seamos lindos sin tocarnos" y me gusta.
—¡Qué linda sorpresa! ¿Qué te trae por aquí, Brieg? ¿Quieres inscribirte a mis clases de cuidados? ¡Estás aceptado! Vamos, chicos... — dice la mujer de cabello pelirrojo y nos hace caminar hacia unas sillas viejas llenas de tierra.
Le sonrío a Brieg y me siento al lado de la mujer y Elena se sienta a mi lado, dejando a Brieg en la silla frente a mi. La mujer regordeta nos da un cactus bebé a cada uno. El mío tiene unas grandes espinas y el de Brieg tiene una flor rosada muy grande en la punta.
—¡Yo quiero ese! — le pido y cuando él casi está pasándomelo, una pálida mano me detiene.
—¡No aceptaremos que discrimines al pequeño cactus!
Frunzo el ceño y luego me río pero ella no se echa para atrás así que me quedo con el mismo cactus. Después de un rato de oír un montón de explicaciones sobre la raza de los cactus, nos hace cambiarles maceta porque dice que crecieron mucho. En ese momento me lastimó el dedo unas mil veces y ya después de un rato lo logro. La señora dice que se llama Jena y que es como la tía falsa favorita de Brieg. Me gusta saber más cosas de Brieg. Me gusta ver que es un chico lindo y normal, nada que ver con la persona egocéntrica, millonaria e interesante que pensaba que era. Es lindo, amable, cariñoso, honesto y le gusta mucho estar con su madre. Y siempre me sonríe con sus lindos labios y ojos brillantes. Elena me pregunta cómo estoy después de lo de Serene y les explicó que todo fue bien, pues Brieg estuvo ahí cuidándome y siempre comíamos chocolates y palomitas mientras mirábamos películas de amor en las cuales se quedaba dormido. Le conté que también me dio a Gus unos días para que no me sintiera sola mientras estaba en la universidad y que Gus me molestaba mucho pero que me enamore del pequeño. Ellas comienzan a contarme historias lindas sobre cómo Brieg jugaba luchas con sus primos y que una vez la casa se inundo y él, desnudo, comenzó a arrastrarse de culo por toda la casa y que al final del día tenía una línea horizontal porque se había irritado. Unas horas después, Brieg les avisa a las chicas que tenemos que irnos y me lleva a su carro, las dos mujeres nos sonríen con ternura antes de desaparecer entre el paraíso de las flores. Brieg enciende la radio y "Send my Love" de Adele está sonando. Él se voltea y me sonríe con felicidad antes de arrancar el auto y comenzar a dirigirnos a Birmingham.
En el camino, vamos en silencio, los perros de Brieg dormidos en el asiento de atrás, Bernard, roncando como si no hubiera mañana. Pero a pesar del ruido de sus ronquidos, hay un ambiente de paz, de cariño y aceptación. Mi estómago salta demasiado feliz mientras observo la plata que me regaló Jena. Dijo que son fresas y que tengo que cuidarlas para que estén agradecidas.
Estamos a una hora de camino cuando empieza a llover con fuerza y me doy cuenta lo vacías que están las carreteras. En ese momento pasa la peor cosa del mundo. El auto se apaga. Volteo a ver a Brieg, quien intenta encenderlo muy tranquilo.
—¿Qué paso? — le pregunto.
Él se ríe. —No sé. Voy a salir.
—¡No! Vas a mojarte. — le digo.
Él me sonríe y se encoge de hombros antes de salir a revisar el carro. Continúa un buen rato y luego regresa, intenta encender el auto de nuevo y después gruñe.
—Murió. — me dice. —No sé que tiene. — Sus dientes tiemblan con fuerza y me voltea a ver. —Tengo frío.
—Eh... ¿Quieres mi suéter?
—No. — él aprieta los dientes. —Va a ponerse frío, cariño. Necesito llamar una grúa.
Después de unos minutos que intentamos buscar señal nos rendimos. Él sugiere salir, pero yo no se lo permito. Va a congelarse. Entonces nos quedamos en el auto y yo voy atrás para conseguir una chamarra. Lo único que encuentro es una camiseta seca y una pequeña toalla. Han pequeña que sólo podría secarle la cara. Regreso al frente y le pasó la toalla. Él está tiritando al igual que yo, pues el auto se puso más frío. Los perritos están ya despiertos viéndonos atentamente.
—No va a secarme nada. — murmura.
—Sécate el cabello.
Él me hace caso y se comienza a secar. Luego se quita la camisa y yo siento como si el aire se atorara en mi garganta. Bien, sí. ¡Qué atrevido! Se pasa la pequeña toalla por el pecho musculoso y me pide la camisa, sus ojos brillantes y divertidos. Se la tiro y me tapo la cara, preguntándome si esto no podría ser peor.
—¿Podrías dejar de ser tan...?
—¿Tan qué? — dice temblando.
Me carcajeo y miro el camino. Está más vacío que cualquier otro día. El cielo es oscuro y feo y la lluvia fuerte. Miro a Brieg y él está tratando de secar sus brazos.
—¿Qué vamos a hacer? — le pregunto.
—Vamos a quedarnos aquí un rato. Hasta que pase la tormenta. Luego llamaré a mi madre. Y nos vendrá a traer, ¿vale?
Asiento y subo mis pies al sofá, tratando de calentarlos. Está comenzando a haber frío. —¿Quieres que te abrace?
Niego con la cabeza, riendo ligeramente. Él me enfriaría más de lo que ya estoy. Me doy la vuelta para mirarlo y el se recuesta en el sillón, sus ojos se vuelven suaves y cariñosos. Luego se cierran y yo me quedo observándolo. Se puso pálido por el frío y lo único rojo en su rostro son sus labios. No me preguntes por qué me fijé en sus labios pero ya lo hice. Y son lindos. Al igual que sus pestañas oscuras y demasiado perfectas. Me acerco a él rápidamente y acaricio sus cejas antes de sonreírle, pues ha abierto sus ojos y me mira con tranquilidad. Me acerco un poco más y depósito un beso suave en sus labios, rápido y para mi, perfecto, antes de alejarme. Sus labios tienen una sonrisa suave y feliz y sus ojos brillan pero los cierra y ya no puedo verlos. Suspiro, feliz y veo hacia la ventana, sintiendo cómo su mano se envuelve con la mía, grande y fría. Para algunos, las tormentas son tristes. Para mi, son hermosas y traen buenos recuerdos. Después de un rato lo veo y sus mejillas están rojas y la sonrisa en sus labios sigue ahí. Me río con suavidad. ¿Será por mi?

No Juegues en las Fauces de un Lobo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora