Unas pequeñas manos tocaban el cristal mientras miraba a través de él. Miraba las montañas que se asomaban entre las casas, miraba las nubes recorrer el cielo con sus pasos lentos, miraba el sol, la tierra y todo lo que sus ojos alcanzaran.
Pensaba en qué había hecho ella para merecer estar en un lugar tan hermoso.
Una voz dulce como el caramelo, rompió sus pensamientos:
-¡Iria! ¡Nos vamos ya! ¡Baja!
Entusiasmada, bajó del gran alfeizar y corrió hasta la entrada con sus diminutos pies. La ataron en el coche y comenzó a ver como se alejaba de aquel lugar. No había hecho nada para merecérselo, por eso se lo arrebataban, pero no le importaba pues le encantaba soñar despierta en como sería su nuevo hogar.
Sacó de su mochila de tela una cámara fotográfica y empezó ha hacer fotos a diestro y siniestro. Era una vocación, algo que llenaba su minúsculo cuerpo:
-Iria, cariño, piensa bien las fotos que vas ha hacer o te gastarás el carrete enseguida. Fotografía cosas bonitas.
-Mama, ¿a caso no lo ves? Mires donde mires... todo lo que te rodea es bonito -respondió la niña dándole la cámara para que viera las fotos que había hecho.
-Hija mía, ¿cómo unos ojos tan pequeños pueden ver cosas tan grandes? -le preguntó su madre sonriendo dulcemente mientras pasaba las imágenes.
Iria no contestó, solo comenzó a reír ante ese comentario. Pero era cierto lo que su madre preguntaba, ella encontraba la belleza incluso en las cosas que el resto menospreciaba. Veía cosas increíbles desde el otro lado del objetivo de la cámara, cosas que la gente normal no veía, cosas que solo veía un artista.
Entre clickeos, se quedó dormida hasta que abrió los ojos pasadas las horas. Ya no estaba en la silla del coche, sino en un viejo sofá, polvoriento e incómodo. Ese sillón estaba en una gran sala hecha de madera barnizada. Ese lugar se asemejaba a un salón de baile, si cerraba un poco los ojos podía ver una danza allí mismo, de esas que aparecen en los cuentos, de esas en el que sirven champan y las damas visten largos vestidos.
Puso sus pies en el suelo, el cual crujió ligeramente. Mirando a todos lados, fue andando y recorriendo aquella mansión de lujo.
Estaba sola, entre grandes salones y brillantes lámparas de araña. Salió al exterior y vio que las paredes eran blancas y tenían varios balcones que pertenecían a las habitaciones. Se subió a la barandilla contigua a las escaleras exteriores y se dejó resbalar por ella.
Al final de la baranda, unas manos cogieron a la niña y la alzaron:
-¿Te gusta nuestra nueva casa? -le preguntó su padre con una amplia sonrisa.
-Sí.
La verdad era que la familia de Iria era poseedora de una gran suma de dinero, tanto que era considerada una de las familias más ricas. Muchos pensaban que por ello Iria estaba mimada y consentida, pero nada más lejos de la realidad. A Iria no le gustaba aprovecharse de eso, se sentía mal, así que rechazaba los regalos sin motivos o los que eran muy caros, simplemente pedía algún detalle por su cumpleaños o por Navidad, como su cámara o su caja de carretes.
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Iria
Teen FictionTodos somos simples cuerpos, un trozo de piel y sangre sin apariencia importante. Lo interesante no es la envoltura, sino todo lo que nuestro cuerpo contiene, esos sentimientos reprimidos que deseamos gritar sin más. Eso es lo que importa, lo mister...