Capítulo 10

3 3 0
                                    

Se encontraban Iria y Vera en lo alto de una colina desde la que se podía tocar el cielo. A sus pies estaba el húmedo césped verde, sobre sus cabezas un gran techo azul con distintas motas blancas de aspecto esponjoso y deformable.

Iria se sentó allí y Vera se tumbó recostando su cabeza sobre las piernas de la pelirroja. Iria comenzó a acariciar los sedosos hilos de oro que formaban su cabellera mientras las dos miraban al cielo inmenso e infinito:

-¿Sabes? Ahora veo todos los significados de tu tatuaje -dijo Iria sin apartar la mirada de las nubes.

-Te lo dije, me alegra que los veas.

-A mi me alegra que tú seas capaz de ver todos los sentimientos que encierran mis ojos, que con solo mirarme ya escuches el "te quiero" que mis labios sellan.

-Si te dijera todo lo que tú provocas en mi, si dijera todas las cosas que mi boca ahoga o si quiera la primera palabra que en mi mente se pasa cuando mis ojos te ven...

-Quiero que me las digas.

-No puedo, son secretos que mi interior debe guardar para susurrartelos lentamente hasta quedarme sin aliento. No puedo decirlo ahora, ni luego, ni siquiera hoy, ni mañana, te los diré el día en el que todo esto acabe.

-Pero ese día nunca llegará.

-Por eso te los diré ese día -respondió Vera mirándole a sus preciosos ojos que mezclaban el mar y el prado.

Iria descubría distintos mundos en los iris de Vera, veía lugares sin descubrir todavía y le agradaba ser la exploradora en la que se había convertido.

Al caer la gran manta naranja sobre el techo, Iria y Vera estaban sentadas en un banco de piedra escondido en el jardín de flores de la casa de los Larsson. Se tomaban de las manos para sentir el calor de sus pieles heridas que tanto habían sufrido para llegar a un final tan simple, pero tan grande.

Vera miró a Iria mientras ella continuaba viendo como el sol se ocultaba tímido. Se fijó en que su pelo casi se camuflaba con el horizonte:

-¿Sabías que me encanta el atardecer?

-¿De verdad? -preguntó Iria asombrada.

-Sí, pero el que recae sobre tu pelo. Al igual que los prados y océanos que tus iris reflejan.

-A mi me gustan los rayos del sol en pleno día, esos que tu cabello roba, y la tierra húmeda que queda tras la lluvia de tus ojos.

-Sé original, me has copiado -dijo Vera entre risas.

Iria no pudo evitar reír junto a ella. Era un espasmo, algo inconsciente que salía sin más al verla sonreír, era como una enfermedad, algo que Vera le contagiaba.

La silueta de dos fugitivas amantes uniéndose en un baile entre sus labios, se veía en negro causado por la caída del sol que daba paso a la noche oscura y fría que ellas mismas iluminarían.

Cuando las estrellas ya quedaban en lo alto, Vera estaba apoyada sobre la barandilla de su blanquecino balcón. Iria salió junto a ella para observarlas también:

-¿Por qué me parece que cada día y cada noche es más hermoso si estoy a tu lado? -preguntó Iria apoyándose en la baranda y contemplando las luciérnagas del universo.

-Por el mismo motivo que los amaneceres y atardeceres son más bellos cuando estás conmigo.

IriaWhere stories live. Discover now