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Había momentos en la vida de un hombre que permanecían indeleblemente grabados en su mente por una razón u otra. Acontecimientos que abrían la ventana a un sombrío y oscuro rincón del alma y revelaban verdades que había buscado dentro de sí toda la vida.

Ese día había llegado para Jeon JungKook.
Se había despertado aquella mañana sabiendo que la vida ya no le presentaba ningún desafío. Tenía mucho éxito en el trabajo de la firma de abogados de su padre. Su prometida era la aristócrata perfecta, una exquisita anfitriona y también considerada una de las más bellas y exitosas abogadas de Boston. Sin embargo, era casi tan emocional, compasiva y apasionada como un trozo de arcilla.

Según su prometida necesitaba encontrar un pasatiempo para reemplazar sus inclinaciones excesivamente libidinosas. Eso dicho por la mujer que había pasado la mayor parte del primer mes que estuvieron juntos agotándolo en la cama.

La pasión había languidecido, lentamente al principio, hasta que ahora, seis meses después, ella pensaba que él más bien necesitaba un pasatiempo.

Su vida se había ido al infierno. O tal vez, O tal vez, sólo ahora se daba cuenta de que la vida podría ser mucho más. Qué, no lo había decidido aún. Cómo tratar con las complicaciones, no lo había decidido aún. Una cosa era segura, el nerviosismo dentro de él estaba aumentado al punto que se estaba convirtiendo en un sufrimiento.
Mientras estaba sentado frente a ella en el restaurante italiano favorito de Haneul y fingía escuchar la aburrida diatriba relacionada con uno de sus proyectos de caridad, se dio cuenta que algo estaba cambiando dentro de él.

Aceptarlo era otra cosa. Tratar con eso sería más difícil. Mientras ella hablaba, él le echó una mirada al camarero. Era un buen hombre, pensó JungKook, le había servido lo suficiente para saber lo que esa mirada significaba. En cuestión de minutos había un vaso de whisky apoyado discretamente a su lado a pesar de la mirada reprobatoria de Haneul.

A ella no le gustaba que él bebiera whisky. A ella no le gustaban las amistades con las que se juntaba y estaba comenzando a preguntarse si le gustaba algo de él aparte del apellido Jeon y la fortuna que su padre había construido durante más de tres décadas. Esa fortuna, sumada a la herencia de siglos de antigüedad Evanworth por el lado de la familia de su madre, Jung, hacía a Jungkook un impresionante buen partido y él lo sabía.

No tenía nada que ver con él, con la persona y Jungkook estaba empezando a sospechar que, cuando se trataba de Haneul, era la fortuna más que el hombre lo que la atraía.

ㅡ Creo que deberíamos irnos ahora. - Dijo Haneul cuando él terminaba un segundo whisky.

Ella echó un vistazo alrededor del restaurante, dirigiendo la atención a una mesa de sonrientes mujeres jóvenes celebrando un reciente compromiso matrimonial de una de sus amigas.

Haneul las miraba como si algo no oliese muy bien.

ㅡ Vamos a tener que encontrar otro restaurante, querido. Éste comienza a aceptar un menos que deseable gentío.

Jungkook miró a su alrededor.

ㅡ A mí me parece el de siempre. - Quitándole importancia.

Las jóvenes de la mesa cercana eran clientas habituales, solo que no siempre juntas. Él juraba que veía las mismas caras todas las noches que cenaban allí.

ㅡ Como si le prestaras atención.

Levantó la delicada nariz con desdén. Los rasgos angostos de Haneul eran puntiagudos, demasiado puntiagudos, casi dándole la apariencia de un roedor.
Jungkook entornó los ojos. Él había estado de viaje unas pocas semanas; ¿se había hecho una cirugía de nariz en ese tiempo? No podía recordar que antes fuese tan angosta.

ㅡ 𝕷𝖚𝖘𝖙𝖋𝖚𝖑 𝖐𝖎𝖘𝖘𝖊𝖘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora