Epílogo

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Epílogo -La carta de Sebas



Domingo 7 de septiembre del 2015


Nunca quise creer en las coincidencias, ni en el karma, y mucho menos algo tan estúpido como el destino. Pero ese día, supe que su nombre había quedado grabado en mi piel. No como un tatuaje, sino como una marca, como una extraña y hermosa cicatriz incurable.

Literalmente.

Andrómeda Steel, es una chica rara, inmadura y a mi parecer esta algo desquiciada, pero sin embargo, es la persona más dulce y al mismo tiempo honesta que he conocido jamás.

Extrañamente esa chica supo tocar mis heridas sin abrirlas, nunca nadie me había llegado a inquietar tanto como ella.

Empecé a observarla en clases. Me hacía gracia como alborotaba su cabello y fruncía su ceño al no entender los ejercicios de matemáticas. Me sentía feliz, cada que sonreía hablando con esa pequeña niña rubia, o las veces que la felicitaban en clase por su buen desempeño o simplemente cuando andaba perdida en sus pensamientos y sonreía porque sí. Supe que odiaba realmente cuando algún chico se le acercaba sonriente, porque eso significa que ella también respondería alegremente a su sonrisa, y no me gustaba en lo absoluto que le sonriera a ningún otro que no fuera yo.

Me sentía cobarde por no tener el valor de acercarme a ella y hablarle, así que intente dejar de verla, pero era inútil porque estaba en casi todas mis clases, y porque aunque no quisiera, aunque la evitara, ella siempre estaba allí, a donde fuera que voltease. No entendía por qué, era muy frustrante, confuso, estaba comenzando entrar a la adolescencia y apenas entendía de esos temas.

¿Por qué por más que intentara no podía sacarla de mi cabeza?

No tenía idea.

Entonces como si todo fuera parte de una mala broma, una luz se encendió en mi cabeza dándole razón a lo que ya estaba más que claro pero no me atrevía a aceptar. Andrómeda Steel, o como a mi gustaba llamarla "mi pequeña". Me gustaba, mucho.

Observarla ya se había vuelto un habito en mi día a día, y aunque era un poco raro y me sentía como un acosador, me divertía mucho aun el hecho de que fuese tan distraída como para no darse cuenta nunca de quien estaba siempre tras ella observándola.

Ella lucia tan linda y tan sencilla al mismo tiempo. No era una chica despampanante, pero su valentía y la forma de hacer las cosas sin importar el qué dirán de los demás, hacía que la chica que ella misma decía ser "común" resaltara de tal modo que opacara a las demás con su brillo. Con su alegría, con sus locas ocurrencias y en especial esa forma tan peculiar de ver el mundo con un montón de colores luminosos. Al menos, así lucia ella para mí, porque mientras el resto de las chicas comenzaban a usar mucho maquillaje y poca ropa, ella era feliz usando sus shorts holgados y sudaderas con eslóganes graciosos.

Un día, después de clases la vi parada en el pasillo, sola. Tome un suspiro hondo y me prepare mentalmente para por primera vez ir hablarle, pero entonces, un chico rubio salió de la nada y le abrazo por la espalda. Yo me quede aturdido durante un par de segundos y luego me escondí tras unos casilleros, escuchaba las voces de ambos pero mi mente no procesaba ni una palabra debido al shock en el que me encontraba. Calme los latidos nerviosos de mi corazón que me estaban comiendo vivo, y me asome por el pasillo observando de reojo para encontrarme con mi pequeña, ella tenía sus brazos al rededor del cuello del chico mientras este devoraba la boca que tanto anhelaba devorar yo.

Para ese entonces sabía perfectamente que Andy me gustaba con locura, pero entonces ¿Como una simple atracción o gusto podía llegar dañarme tanto? ¿Por qué quererla como la quería dolía? ¿Y si tal vez era algo más que solo eso? si tal vez lo que sentía por ella era algo más... ¿Intenso?

No todo el tiempo estuve viviendo en el mismo lugar, Había regresado por motivos personales, pero también para conquistarla, Pero entonces, ¿Cómo es que ella fue la que me conquisto a mí?

Tan dulce, tan alegre, tan única, tan ella. Me traía completa y totalmente fascinado.

Yo por otro lado intentaba pasar desapercibido, la popularidad no me importaba en lo absoluto, captar la atención de los estudiantes nunca había sido mi meta, pero si quería que ella al menos se diese cuenta que existía. Los últimos asientos de cada clase que compartíamos juntos parecía ser la mejor forma de poder evitarla y detallarla al mismo tiempo, o cada que la veía caminar por un pasillo, buscaba un escondite y me ocultaba allí a observarla a escondidas, porque de ese modo era la única manera en la que me sentía seguro.

¿Por qué hacer eso?

Simple. Porque el miedo te hace estúpido.

Y mi cuerpo entero estaba invadido por ese estúpido miedo que me consumía de pies a cabeza siempre que ella estaba cerca.

Tenía miedo a ser rechazado. Y por eso me hice a la idea de que era mejor no hablarle.

Tenía miedo a declararle lo que sentía por ella. Y por eso me hice a la idea que mis sentimientos se veían mejor ocultos entre las sombras.

Tenía miedo, porque sabía que el chico de atrás no tendría oportunidad alguna.

No, el chico de atrás no tendría una oportunidad jamás, pero, su admirador anónimo sí. Un chico igual al otro, pero con una gran diferencia, el miedo no lo cegaba porque él era valiente, al igual que su pequeña.

Y ahí estaba yo, escalando por su balcón en pijama el primer día de clases con unos boxers de conejitos, y ahí estaba ella, durmiendo plácidamente sobre su cama con su revoltoso cabello mañanero todo desparramado sobre su almohada. Y ahí estábamos nosotros, en el comienzo de una historia que no tendría fin.

Me sentía tan imparable porque nunca antes me habría atrevido a hacer semejante cosa. Y me sentía malditamente cursi, como un romeo en busca de su amada Julieta.

En ese momento supe que algo no estaba bien, que si no arriesgaba todo, no ganaría absolutamente nada. En ese momento supe, que era el tiempo de cambiar algo. En ese momento supe que un nuevo chico sin absurdos temores se atrevería a hacer todo lo que siempre quiso con su pequeña.

En ese momento, en ese momento supe... que justo en algún punto tendrías esta carta en tus manos y que entonces por fin tendría el valor de decirte de algún modo, lo jodidamente loco de amor que estoy por ti.

Anónimo

No



—Sebastian Haynes Aigner, el chico de tus sueños.

¿Admirador Anónimo? ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora