(19) Hexaprin

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Estoy tan enojada con el mundo que el día se me pasa sin darme cuenta.

De pronto me encuentro presidiando una cena entre el Rey y la Reina en uno de los salones comedores del Palacio del Fuego Blanco. El único sonido son sus cubiertos, dientes masticando y labios sorbiendo vino ¿Qué hago aquí? Ni idea. Pero la palabra del Rey es la ley... así que heme aquí, gastando mi valioso tiempo cuando ni un solo rebelde va a hacer aparición en medio del Palacio Blanco sin ser visto antes por la centena de centinelas que rodean la mansión ¿No? Porque es tan estúpido como parece intentar ingresar a la mansión con toda la seguridad circundante. Aunque, pensándolo mejor, se metieron en Summerton y estaban trabajando hacía años entre todos nosotros. Tal vez, quién sabe, estén trabajando ahora introduciendo veneno en la comida de los reyes para que mueran. Qué gusto. Pensar que Elara va a caer seca sobre su comida y no se levantará más me llena de un gozo indescriptible. Ella me clava una mirada digna de recordar porque sabe lo que pienso pero no dice nada. Y me encuentro ahogando la risa que se muere por salírseme del pecho en un intento bastante fallido. El Rey no se inmuta y sigue masticando su carne como si fuera la última de sus cenas. Tal vez lo sea, pienso. Si el tema de los rebeldes está tan avanzado que pueden meterse en la mansión de Summerton. Obviamente teniendo a Mare y Maven de cómplices ¿Quién podría detenerlos? Lo que me lleva a la pregunta inevitable de porqué no digo nada sobre todo lo que sé. Por qué sigo callándome información clave sobre esto. Cosa que nadie podría negar porque la reina podría leer mis pensamientos, si es que no los está leyendo ahora, y saber perfectamente que no miento.

Divago tanto entre pensamientos inútiles que casi no veo la mano que el Rey extiende en mi dirección. Me acerco en ocho pasos, que a una persona de estatura normal le llevaría como mínimo doce y me agacho en dirección a su oído.

- ¿Señor? – murmuro.

Mi presencia parece tomarlo por sorpresa porque da un respingo leve y suspira.

- Cuéntame sobre tus campañas – exige – Quiero escuchar algo.

- No comprendo.

- Tus campañas militares deben ser estar llenas de buenas historias. Cuéntame. Estoy cansado de este silencio.

Trago saliva tan fuerte que probablemente él me haya escuchado porque sonríe. Me toma unos cuantos minutos envalentonarme para comenzar a contarle algo porque estoy tan sorprendida por su pedido que no sé qué decir ni hacer. Tengo miles de historias, claramente, pero todas suenan tan estúpidas como para que valgan el tiempo del Rey. Así que abro mi tiempo de cuentos con la más relevante de todas; el día en que me convertí en La Parca. Lo deja bastante asombrado, algo que nunca pensé hacer con el Rey.

- ¿La Parca? – exclama con las cejas alzadas – Tiene sentido, Leroy es La Sombra.

Sonrío tan amplio que probablemente mis dientes parezcan un faro blanco. Pero la forma en la que lo dice es tan parecida a cómo Cal lo dijo que no puedo evitar sentir ternura por padre e hijo. Cosa que nunca pensé hacer.

Sigo contándole cosas, que al parecer lo tienen muy entretenido porque no para de hacer preguntas y solicitar más detalles. No soy solamente ruido de fondo, sino que está interesado en saber. En algún punto de todas las cosas que le cuento la Reina se levanta de su silla y se va, dejándome con la disyuntiva de levantarme a seguirla o continuar hablando con el Rey. Él menea la cabeza en señal de no gastar energías en una causa perdida, así que me quedo.

Termino la noche sentada en la mesa compartiendo un vaso de vino con el monarca. Sólo dejo de hablar cuando me pide que lo acompañe a su dormitorio. El camino lo hacemos en silencio y me despido con una debida reverencia cuando él me releva de mis tareas. Me voy dirigiendo a mi habitación con una pitón atorada en las entrañas que me aprieta y aprieta y aprieta.

Corona de Fuego - Una historia de Reina RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora