(23) Tormenta

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El amor te hace idiota.

Eso pienso mientras caigo hacia la arena ya que Theo me suelta. Porque no sólo está aflojando su agarre de mi cuerpo, sino que también siento que ha soltado mi alma. No sentí el momento en que quitó su mano de mi espalda para tomar el puñal, o tal vez sí lo hice pero lo ignoré. Amar te vuelve lento y estúpido. Confiado. Amé a Cal; lo que me trajo arrastrando hasta esta pocilga junto con mi sentencia de muerte. Amo a Theo y siento aún el frío del metal enterrado en mi pierna.

Lo comprendo. Un segundo después de que veo que aún le corren lágrimas por la cara pero no se seca, que sus ojos están viendo la sangre que chorrea por mi pierna y que le tiemblan las manos. Lo entiendo. Me lastima para que me quede quieta.

Sonrío a pesar de que el dolor me atraviesa y desvío la mirada de él justo a tiempo para ver a Lord Osanos soltar una pared de agua contra las llamas de Cal. El domo se llena de un vapor blanco y espeso a tal punto que no puedo ver a Theo parado frente a mí. Las nubes densas quedan atrapadas por el escudo, removiéndose sobre nuestras cabezas.

Son apenas unos segundos de confusión pero el telqui los aprovecha para agacharse y tomarme el rostro entre las manos. Me besa, siento la humedad de mi sangre en sus dedos y de las lágrimas que le empapan las mejillas.

- Te protegeré el tiempo que pueda – susurra en mi cuello – corre.

Entonces sale disparado hacia el otro lado de la arena donde apenas puedo ver a Ptolemus forcejear con Cal a través del vapor.

Estoy hecha una maraña blanda sin voluntad a la que la invade la ternura. Siento que me estoy llenando de huecos por los que se escapa todo lo que siento por Theo. Él me va a proteger. Rozo la punta del puñal con la muñeca y otro tipo de sensación me invade. Rabia, impotencia, enojo ¿Qué mierda hago tirada en la arena mientras otros pelean mis batallas? No necesito a nadie que haga de escudo por mí ¿El idiota quiere comprarme tiempo? Voy a matarlo sólo por pensar que necesito su protección.

- ¡Provos, ven acá! – grito aunque sé que ya está lejos del alcance de mi voz.

Saco el cuchillo de mi pierna. Apenas de suerte no me ha cortado una arteria pero la chorrera de sangre es constante. Rasgo el pantalón, me ato un torniquete encima de la herida y corro hacia el telqui. Me escucha venir detrás de él y se voltea. Su mano enorme abierta golpea contra mi pecho para hacerme caer de culo.

- No – gruñe – quédate ahí.

Deja de mirarme para seguir caminando hacia donde Cal lucha contra Evangeline y Ptolemus. Mare esquiva trozos de hormigón que el coloso le arroja hasta que la mano invisible de Stalian Haven le retuerce el cuello.

- ¿¡Qué piensas que haces?! – grito a la espalda de Theo que se tensa al escuchar mi voz – ¿Te piensas que me estás salvando? Grandísimo idiota ¡Ven acá! ¡Mátame como un hombre!

Se detiene por unos segundos en los que se debate si escucharme o no. Me conoce tanto que sabe que le estoy gritando para intentar desviarlo de su trayectoria, que voltee y se quede conmigo. Lo escucho reírse por el más breve segundo, después lo pierdo de vista entre el vapor.

Golpeo la arena furiosa y frustrada. Quiero matarlo, no quiero que muera. Quisiera poder salir corriendo como se debe, taclear esa masa de músculos que llama "cuerpo" y molerlo a golpes, o llenarlo de besos. Aún no me decido.

Una lluvia de esquirlas de hielo me cae encima. Cortan mi rostro, piernas y brazos por igual. Me levanto como una furia para ver a Lord Osanos con una sonrisilla cabrona en el rostro.

- Esto va a ser rápido – masculla.

- Oh, créeme que no.

Salgo corriendo hacia él –bah "corriendo", rengueando con velocidad-. Esquivo hielo y agua por igual. Respondo con todas las habilidades que poseo gracias a mi casa de descendencia. Levanto arena, agua y pedazos de hormigón. Lo baño en todas las direcciones posibles mientras sigo mi carrera hacia él. Se defiende como puede. Agitando el agua lejos, corriéndose de los trozos de hormigón y levantando paredes de hielo contra los demás elementos que le arrojo. Creo un remolino de viento y arena que lo ciega el tiempo suficiente para caer sobre él con todo mi peso. Me toma demasiado esfuerzo hacerlo flaquear, lo que me hace sentir inútil, pero cuando lo hago le golpeo el rostro hasta que su nariz sangra.

Corona de Fuego - Una historia de Reina RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora