(24) Ciudad en ruinas

460 39 1
                                    

Tenía muchas nociones de lo que se sentiría morir. 

Siendo militar había pasado por situaciones en las que la muerte parecía la única opción y habiendo sido condenada a la muerte el día anterior había tenido mucho tiempo de pensar cómo sería. Pensé que dolería de una forma tan estridente que me llenaría de gritos hasta que el aire se vaciara de mis pulmones y me obligara a caer. Hay dolor en esta muerte. El dolor me aguijonea la pierna, pero es el único que siento.

Para cuando me percato de que sigo entera y que probablemente estoy viva empiezo a sentir que no estoy rota ¿Por qué no estoy abierta como un colador? ¿Por qué no sangro por otra parte que no sea mi pierna herida o la nariz rota? ¿Qué carajo está pasando? Muy racional, lo sé. Pero ya me conocen ¿No? A esta altura del partido deberían saber que para lo racional no estoy hecha. Así que me siento allí a escuchar con atención lo que me rodea e intentar enfocar la mirada hacia la vida. Porque si el cielo se ve así, entonces no quiero estar muerta.

Paredes cóncavas de metal que rechinan mientras toda la estructura se mueve como succionada por un vacío infinito. Hay asientos en mi proximidad y personas con armas y pañoletas rojas que les cubren el rostro. Me apuntan. No, nos apuntan. El telqui está tirado a mi lado, ambos con grilletes en muñecas y tobillos.

Distingo a Cal un poco más allá cuando mi vista comienza a enfocarse. Aunque con el movimiento de esta cosa dudo mucho que en algún momento se me vaya el mareo. Comprendo, sin ganas, de que estamos metidos en el tren subterráneo ¿Qué hacemos aquí? ¿Cómo es esto posible? No tengo idea.

Gruño mientras me intento acomodar. No pasa una milésima de segundo que ya tengo un cañón presionado contra la sien. El frío del metal es bienvenido contra mi cabeza que hierve de fiebre, pero la sola acción de querer intimidarme lo único que logra es darme rabia. Enfrento a mi captor, le presiono la frente contra la pistola y empujo.

- Mátame, cobarde.

La pistola tiembla. Es la risa de quien la porta lo que la mueve y cuando me encuentro de frente con ese par de ojos color miel no puedo más que echarme a reír también. El telqui se remueve a mi lado.

- ¿Qué carajo? ¡Shade! – grito su nombre porque temo no poder volver a decirlo – maldito bastardo.

- Qué lindas situaciones en las que nos topamos siempre ¿no? – exclama en tanto retira el arma de mi cabeza – Deberíamos planearlas más seguido.

- El reporte decía que estabas muerto.

Al parecer mi tono de voz es demasiado neutral para él por lo que dice:

- No pareces sorprendida.

- No lo sé ¿Debería?

- No todos los días cruzas palabras con alguien que se levanta de la tumba.

- Excepto que tú nunca terminaste en una.

Theo se remueve hacia la conciencia otra vez pero no emite palabra. Sus ojos, verdes y frescos, están abiertos de par en par en tanto examina la multitud que nos rodea. Ha sido entrenado para destrozarlos, el telqui y los Rojos no se llevan bien.

Shade Barrow me sacude el pelo de la frente para llamar mi atención. Le dirijo una mirada extraña, él sólo sonríe. En algún momento hubiera caído rendida ante esa sonrisa.

- La Guardia Escarlata ¿Verdad? – pregunto a nadie en particular.

Los Rojos que me circundan me miran con asco, algo a lo que no estoy tan acostumbrada. Probablemente sepan quién soy pero les importa más el hecho de que la sangre que mana de mis heridas es plateada.

Corona de Fuego - Una historia de Reina RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora