(21) El silencio

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Camino al lado de Cal.

Los pasillos del Palacio de Fuego Blanco están vacíos y van a desembocar en una de las salas insonorizadas casi en el último piso de la estructura. Mis manos tiemblan, o tal vez es el edificio que aún se mece debido a la explosión, no puedo diferenciarlo bien. Estoy que hiervo de furia, Cal a mi lado vibra con calor en tanto lo invade el mismo sentimiento que a mí.

Escucho aún lo disparos retumbando en el túnel y los sonidos que escapaban de las gargantas inundadas de sangre gracias a mí.

El Rey nos espera con la armadura puesta, Elara a su lado en un vestido blanco con los dientes perfectamente alineados en una sonrisa que le come la cara. Nada de esta situación me agrada, siento el estómago revuelto y la cabeza me palpita. La Reina arranca siseos de dolor de la boca de Mare cuando se mete en su cabeza a escarbar pero no tengo ánimos de sentirme bien con eso.

- Dejadnos – exige.

Los soldados se debaten entre hacer caso a la Reina o Cal, salen solamente cuando este asiente en su dirección. Quedamos Arven y yo para controlar con nuestro silencio a los prisioneros, él apenas más atrás que yo.

- ¿Hijo? – pregunta Tiberias - Quiero escuchar esto de tu boca.

- Forman parte de esto desde hace tiempo —murmura Cal, apenas capaz de decir las palabras— Desde que ella llegó aquí.

- ¿Ambos? —El Rey mira a Maven ahora, el más mínimo atisbo de tristeza se asoma por esos ojos de llamas ¿Sabías sobre esto, muchacho?

- He ayudado a planearlo.

- ¿Y el tiroteo?

- Elegí los objetivos.

Tanta sinceridad golpea a todos los presentes como un puño de brasas y cerramos los ojos intentando así poder bloquear el recuerdo de la sangre plateada que fue derramada aquella noche en el Salón del Sol. Excepto por Elara que no demuestra emoción alguna al igual que Maven. De tal palo, tal astilla.

- Me dijiste que encontrara una causa, padre. Y lo he hecho ¿Te sientes orgulloso de mí?

Tiberias rodea a Maven y se dirige hacia Mare, gruñe con toda la fuerza que le permite su enojo y su tristeza.

- ¡Tú has hecho esto! Lo has envenenado, ¡has envenenado a mi muchacho! —hay lágrimas derramándose por sus ojos. El corazón del Rey está roto, a pesar de que pasé la mayor parte de mi vida pensando que no tenía uno — ¡Has alejado a mi hijo de mí!

- Eso lo ha hecho usted solo —masculla Mare— Maven tiene su propio corazón y cree en un mundo diferente tanto como yo. En todo caso, su hijo me ha cambiado a mí.

- No te creo. Lo has engañado de alguna manera.

- No miente —La reina parece intentar reprimir unas lágrimas, pero veo la falsedad del acto. Algo no encaja — Nuestro hijo siempre ha tenido sed de cambio. Sólo es un niño, Tiberias.

Veo a Arven con el rabillo del ojo, este mueve apenas los dedos, una sonrisa socarrona no ha dejado sus labios por un largo rato. El Rey pone una mano sobre Cal, él se estremece.

- Niño o no, Maven ha matado. Junto con esta... esta serpiente —señala a Mare— Ha cometido graves crímenes contra los suyos. Contra y contra ti. Contra nuestro trono.

- Padre... - Cal mueve su cuerpo para interponerse entre el Rey y los traidores, no sé qué parte de ese acto es la que me molesta más - Es tu hijo. Tiene que haber otra manera.

Corona de Fuego - Una historia de Reina RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora