Tengo aún la esperanza de una muerte rápida latiéndome en la cabeza. Es estúpido, yo sé que no será así, pero al menos intento no confirmarlo para que el miedo se me disipe.
¿Quince latigazos? ¿Treinta? ¿Cincuenta? Los podría soportar. Una vez que me desgarraran la espalda con el último golpe del cuero podría irme a casa, lavar las heridas, usar mis poderes de sanadora para curarlas y listo. Al día siguiente me levantaría para seguir con mi vida, como si los recuerdos del dolor no fueran nada más que eso... recuerdos.
Pero una muerte lenta, agonizante, torturante. Una en la que todos los que he amado mueran antes que yo... eso no podría soportarlo. Golpéame con una fusta, Maven, arráncame los ojos, las orejas, los labios. Haz cualquier cosa antes que obligarme a ver cómo destrozas a los demás.
Maven no va a escucharme. Nadie lo hará.
Las puertas a las celdas se abren, lo sé porque escucho las bisagras rechinando en cuanto alguien las empuja para abrirse paso. No me levanto, van a tener que patearme para que lo haga. De una sola cosa estoy segura, voy a hacerles esto muy difícil. No es como si me fuera a levantar de buena gana para ir hacia mi propia tortura. No, señor.
Cal piensa diferente. Cuando los centinelas abren su celda él ya está de pie y comienza a saludarlos mientras pasa. Uno por uno dice sus nombres en voz alta, esperando obtener algún tipo de reacción de ellos. La mayoría parecen desconcertados, como si no esperaran que Cal conservara su cordura a este punto.
¿Yo? Bueno, todos saben que nunca fui muy buena conservando la cordura. Ese es el punto. Así que se meten de a cuatro en mi celda cuando ven que a pesar que han abierto la puerta yo no me he movido de mi rincón.
- No lo hagas – susurra Cal de pie en el pasillo.
Mare me mira, como si supiera que dentro de mí hierve una furia increíblemente idiota y que es por su culpa. Por su intento de rebelión y por quitarme a Cal; como punto de partida con el cual se encendió mi llama.
Los centinelas se tensan en su posición, sus pies flotando en medio paso hacia mí porque temen terminar de darlo. Uno de ellos de la casa Viper voltea a ver a Cal.
- ¿Que no haga qué? – pregunta casi temeroso.
- Eso.
Cal cierra los ojos justo a tiempo y da medio paso en dirección a su celda. La patada que conecto con la mandíbula del centinela lo envía volando hacia el pasillo. Se desploma sobre las rejas de la celda de Mare. Los otros tres se revuelven y arremeten. Uso mis manos de palanca y barro el piso con los pies para tirarlos. Uno de ellos salta justo a tiempo, librándose de mí con el tiempo justo para lanzarse sobre mi garganta. Lo golpeo en la mejilla, el ojo se le comienza a hinchar mientras cae al piso. Los otros dos se levantan, la furia aletea a su alrededor como llamas.
Bajo el peso de la roca silente no son más que hombres intentando luchar contra un oso, sus habilidades no van a ayudarlos esta vez. Es una de las maravillas de estas celdas; la roca no discrimina captivo de captor, dejándonos a todos como humanos comunes y corrientes que se valen de su propia fuerza.
Tengo dos centinelas en el piso que van a permanecer ahí un largo rato y dos parados frente a mí para cuando me decido a ponerme de pie.
- Lara... - pide Cal desde el pasillo.
- Cierra la boca.
Ya los tengo medidos. Esta no se me va a escapar.
Estiro los dedos de las manos que los siento congelados y los cierro en puños. Me abalanzo sobre uno, le incrusto el hombro en el estómago y le hago una pinza con los brazos para levantarlo sobre la pared de roca. El impacto le vacía los pulmones de aire, traga bocanadas desesperadas para intentar recuperarse. El que está detrás de mí sale corriendo hacia nosotros. Escucho sus pasos; uno, dos, tres, cuatro. Al quinto ya está tan cerca que le huelo la colonia, así que suelto al centinela que aprieto y me muevo a un costado. Levanto el codo hacia su garganta, él se estrella a toda velocidad contra él. Creo que le quebré la tráquea. Le asesto un manotazo en la cabeza que lo deja inconsciente y antes de que el otro centinela se levante le pateo la cara para desmayarlo.
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Corona de Fuego - Una historia de Reina Roja
FanfictionFanfic de Reina Roja por Victoria Aveyard. Laralea Mirena es hija de la casa Gamora, que a diferencia del plateado común puede utilizar varias habilidades. Son telquis, raudos, colosos, magentrones, susurros, olvidos, silencios, guardafloras, ninfos...