(7) El rey Tibe

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- No apareciste en el entrenamiento hoy – reprocha mi padre.

- No lo necesito.

El Rey no está contento; me dijo, y mucho menos él para cuando llego a la mansión de Summerton. Mi padre me conduce por pasillos que tengo bien en claro hacia dónde llevan. La sala del trono. Ingresamos sin esperar ser anunciados y el salón está tan oscuro que parecería estar parada en la nada misma. El Rey está sentado en su trono en el palacio de cristal, el jefe de casa Gamora se acomoda parado ociosamente a su lado. No necesito silla para sentarme, ni hincar la rodilla en el suelo y agachar la cabeza para hablarles. No quiero hacerlo tampoco. Podría colgarme en este preciso instante que no me molestaría, pero no lo hace. Su cara es severa, al igual que la de mi padre, pero ninguno de los dos gasta más palabras de las necesarias. Tiberias sonríe con una dentadura bastante chueca y amarillenta, sé perfectamente quién más tiene los dientes con esa exacta forma.

- El resultado de la prueba de las...

- Ya han elegido su ganadora – no dejo al Rey terminar de hablar lo que pone a mi padre nervioso.

- Sólo hay una que se interpone en nuestros planes – comenta Elara que ingresa a la habitación deslizándose sobre sus pies como si reptara.

Conveniente, pienso, siendo que es una víbora.

- Ten cuidado – me avisa y sé que está leyendo mis pensamientos.

Sonrío. Me agrada causarle apuro.

- Ya dejamos bien en claro esto – comento con más filo en la voz del que pretendo y me agrada – Usted y yo discutimos esta "situación" hace un par de días. Nada ha cambiado.

- Todo ha cambiado – contesta y se desliza nuevamente a su asiento donde se enrosca como una pitón lista para estrangularme – por si no notaste a Mareena.

- ¿La chica roja?

- No es roja – intenta sacar a luz su mentira pero no la dejo.

- Lo es, de pies a cabeza. No intentes venderme tus porquerías propagandistas ¿Quieres traerla así vemos de qué color sangra?

- Lara – sisea mi padre intentando reprimirme.

Sus manos se revuelven en puños que se muere por descargar en mi cara, yo sonrío. La habitación del trono está vacía y a oscuras, no desean llamar la atención de visitantes indeseados en esta reunión clandestina ¿Qué pretenden? No lo sé. Me da miedo averiguarlo.

- ¿A dónde vamos con todo esto? – pregunto, visiblemente irritada – No hay más nada que hablar. La reina se eligió, a Mare la van a usar hasta que les sirva y se desharán de ella sin que nadie lo note y en cuanto a mí... una vez termine este circo y la barcaza comience su ascenso hacia Arcón yo no voy a estar en ella. Voy a regresar al frente, al Obturador donde pertenezco. No deseo estar en este palacio más de lo que cualquiera de ustedes lo desea. Hablemos claro que mi tiempo tiene un valor inmensurable en coronas.

Uso el juego de palabras a propósito. El enojo y la furia de los que se yerguen frente a mí es palpable como las gotas de lluvia que bajan por los ventanales de vidrio del palacio. Vibran como uno solo sus corazones agitados.

- Tu tiempo tiene el precio de tu cabeza – dice Tiberias - ¿Es lo suficientemente valioso?

- Lo es. Mi cabeza no tanto. Una vez está sobre la pica ya no sirve para más que comida de cuervos, pero sobre mi cuello te asegura muchos soldados vivos en esta "guerra".

Saben tan bien como yo que una general más en el frente no hace tantas diferencias en la guerra de cien años pero parecen olvidarlo por un breve segundo en el que suspiran al unísono.

Corona de Fuego - Una historia de Reina RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora