Cena de recuerdos.

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Había sido una tarde hermosa, era una noche muy luminosa. Mi vida y yo sentados frente a frente en una cena perfecta. Ambos nos mirábamos, ambos sonreíamos.

 La comida en la mesa, las copas en las manos y nuestros ojos conectados, mirándonos el uno al otro. Mi corazón se aceleraba por cada segundo que pasaba contemplándola a ella, a su bello rostro, a su sonrisa inocente ¿Alguna vez un hombre enamorado rehusó a ser feliz junto a su amor? ¿Alguna vez un hombre rechazó el sentimiento en su interior? Pues yo no iba a ser uno de ellos.

Las horas pasaban y la comida seguía intacta, el silencio reinaba entre los dos. La noche pasaba a nuestro alrededor, me sentía en paz de tal modo que, podía llorar de felicidad y a la vez mantener mi rostro intacto, todo era perfecto.

Las horas pasaron y éramos los únicos sentados en el local, los únicos que no habían terminado su cena ni su champagne. Los meseros nos comenzaban a molestar. Yo, muy enfurecido les dije que nos dejaran, que pagaría lo que fuera por quedarme ahí, por quedarme mirando ese hermoso retrato hecho a mano, su cara tersa y luminosa, su cara angelical y mimosa, aquella que calma hasta la ira de mil demonios.

Pasó una hora y nos retirábamos, felices y complacidos por aquella velada. Me despidieron muy cordialmente, pero a mi vida no. Enojado les dije que lo hicieran, a lo que ellos respondieron, ---"Señor, usted desde el principio estuvo solo, nadie lo acompañaba"---. La verdad es que desde el comienzo de la tarde lo supe, pero no podía olvidar los momentos junto a ella. Lo único que me mantenía vivo eran los recuerdos de una vida, de mi vida, aquella que jamás volverá.

Compilación de historias cortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora