CAPÍTULO XX

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Para evitar el peligro de que esta amenaza se cumpliera, el señor Linton me encargó que llevara el niño a su casa, temprano, en el caballito de Catalina, y me dijo:

—Como ahora no tendremos ninguna influencia en su destino, ni buena ni mala, no debemos decir a mi hija adónde se ha ido; en adelante no podrá tratarse con él, luego es mejor para ella que ignore su proximidad, no sea que se ponga inquieta y ansiosa por visitar las Cumbres. Simplemente dígale que su padre le ha mandado a buscar repentinamente y que se ha visto obligado a dejarnos.

Linton no tenía ninguna gana de levantarse de la cama a las cinco de la mañana, y se asombró cuando le dijeron que tenía que prepararse para seguir su camino; pero suavicé el asunto diciéndole que iba a pasar una temporada con su padre, el señor Heathcliff, que deseaba mucho verle y que no quería retrasar esta satisfacción hasta que estuviera repuesto de su último viaje.

—¿Mi padre? —preguntó con extraña perplejidad—. Mamá no me dijo nunca que tenía padre. ¿Dónde vive? Prefiero quedarme con el tío.

—Vive a corta distancia de la Granja, justo detrás de esas colinas, no tan lejos que no pueda usted venir aquí andando cuando esté fuerte. Tiene que estar contento de ir a su casa. Debe intentar quererle, como quiso a su madre, entonces él le querrá a usted.

—¿Por qué no he oído hablar de él antes? ¿Por qué él y mamá no vivían juntos, como hacen las demás personas?

—Él tenía asuntos que atender en el norte y la salud de su madre requería residir en el sur.

—¿Y por qué mamá no me habló de él? —insistió el niño—. Ella a menudo me hablaba del tío y aprendí a quererle desde hace mucho tiempo. ¿Cómo voy a querer a papá si no le conozco?

—Todos los niños quieren a sus padres. Su madre quizá pensó que usted querría irse con él, si lo mencionaba muy a menudo. Démonos prisa. Un paseo a caballo, tempranito, en una mañana tan hermosa es preferible a una hora más de sueño.

—¿Va a venir ella con nosotros, la niña que vi ayer?

—Ahora no.

—¿Y el tío?

—No, yo le acompañaré.

Linton se volvió a hundir en la almohada, entre reflexivo y adormilado.

—No quiero ir sin el tío —dijo al fin—. No sé a dónde quieres llevarme.

Intenté persuadirle de que es malo mostrar desgana por conocer al padre, pero aún se resistía obstinadamente a vestirse; tuve que llamar en mi auxilio a mi amo para que le obligara a salir de la cama.

La pobre criatura partió, al fin, con algunas ilusorias promesas de que su ausencia sería corta; y que el señor Linton y Cati le visitarían, y otras igualmente sin fundamento que yo inventaba y repetía a intervalos durante el camino.

Al poco rato, el aire puro de olor a brezo, el sol brillante, y el suave trotecillo de Mini aliviaron su desgana. Empezó a hacerme preguntas referentes a su nueva casa y sus habitantes, con gran interés y vivacidad.

—¿Es Cumbres Borrascosas un lugar tan agradable como la Granja de los Tordos? —preguntó, volviéndose para echar la última mirada al valle, del que subía una ligera neblina que formaba aborregadas nubes en el borde del cielo azul.

—No está tan cubierto de árboles, y no es tan grande, pero se puede ver un paisaje precioso todo alrededor, y el aire es más sano para usted, más puro y más seco. Quizá considere al principio que el edificio es viejo y sombrío, pero es una casa muy respetable, la segunda de la comarca. ¡Y podrá dar unos paseos tan bonitos por los páramos! Hareton Earnshaw, este es el otro primo de la señorita Cati, y de usted, en cierto modo, le mostrará los sitios más bonitos, y puede traer un libro cuando haga bueno, y de un verde hueco hacer su estudio, y de vez en cuando, su tío se le puede juntar en el paseo, porque él con frecuencia pasea por las colinas.

Cumbres borrascosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora