Al día siguiente de ese lunes, Earnshaw no estaba capacitado todavía para hacer sus trabajos habituales y tenía que quedarse por la casa. Pronto comprendí que no sería posible retener a mi niña a mi lado como hasta entonces. Bajó antes que yo, y salió al jardín, en donde había visto a su primo haciendo algún trabajo poco pesado. Cuando salí para decirles que vinieran a desayunar, vi que ella le había convencido de despejar de arbustos de grosella un buen espacio de terreno, y estaban ocupados en proyectar una importación de plantas de la Granja.
Me quedé aterrorizada ante la devastación que habían conseguido en apenas media hora. Aquellas matas de grosellas negras eran la niña de los ojos de José, y a ella no se le había ocurrido otra cosa que plantar un lecho de flores, precisamente en medio.
—Lo sabrá el amo en cuanto se descubra —exclamé—, y ¿qué excusa van a ofrecer por haber tomado tales libertades en el jardín? ¡Buena tormenta vamos a tener por esta causa: ya verán! Señor Hareton, me extraña que tenga tan poco juicio como para hacer este desastre sólo porque ella se lo pida.
—Se me había olvidado que eran de José —contestó el chico, algo confuso—; pero le diré que he sido yo.
Siempre comíamos con Heathcliff; yo ocupaba el sitio de la señora de la casa para hacer el té y trinchar, por lo tanto era indispensable en la mesa. Catalina se sentaba por lo general a mi lado, pero hoy se escabulló más cerca de Hareton: muy pronto me di cuenta de que no tendría la niña más discreción en su amistad que había tenido cuando eran enemigos.
—Ahora, cuidado con hablar o mirar demasiado a su primo —fueron las instrucciones que le susurré mientras entrábamos a desayunar—, causaría enojo al señor Heathcliff y se enfurecería contra los dos.
—No, descuida, no lo haré.
Pero al momento estaba a su lado y clavando prímulas en su plato de porridge. Él no se atrevía a hablar con ella allí, ni apenas se atrevía a mirarla, pero Cati seguía fastidiándole, hasta que dos veces estuvo el chico a punto de soltar la risa. Yo fruncí las cejas, y ella entonces miró hacia el amo, cuya mente estaba más ocupada en otros asuntos que en los seres que le acompañaban, según dejaba traslucir su rostro; ella se puso reflexiva por un momento, observándole con profunda seriedad, pero volvió enseguida la cabeza para continuar con sus bobadas; al fin Hareton soltó una risa sofocada que sobresaltó al amo: echó éste una rápida mirada a nuestros rostros y Catalina se la sostuvo con ese aire acostumbrado de nerviosismo, pero de reto, que él tanto aborrecía.
—Tienes suerte de estar fuera de mi alcance. ¿Qué demonio te posee para que me devuelvas así la mirada continuamente con esos ojos infernales? ¡Bájalos! Y no me recuerdes más tu existencia; creí que te había curado de tus ganas de reír.
—He sido yo —musitó Hareton.
—¿Qué dices? —demandó el amo.
Hareton miró al plato y no repitió la confesión. El señor Heathcliff le miró un momento y, en silencio, volvió a su desayuno y a su interrumpida meditación. Casi habíamos terminado, y los dos jóvenes prudentemente se separaron, de modo que yo no preveía más disturbios por aquella vez, cuando apareció José por la puerta, demostrando por sus labios temblorosos y su mirada de furia, que el ultraje cometido en sus preciosas plantas había sido descubierto. Debió de haber visto a Cati y a su primo en aquel sitio, porque sus mandíbulas batían como las de una vaca rumiando, lo que hacía su lenguaje muy difícil de entender, empezó:
—Tengo que cobrar mi salario y marcharme. Deseaba morirme donde había servido durante sesenta años. Había pensado trasladar mis libros a la buhardilla, y todas mis cosas, para dejarles a ellos la cocina y estar tranquilo. Hubiera sido duro dejar mi sitio en el hogar, mas pensé que podía hacerlo. Pero ahora me quitan el jardín, y eso, por mi vida, amo, no lo puedo soportar. Inclínese usted bajo el yugo si quiere. Yo no estoy acostumbrado, y un viejo no se acostumbra fácilmente a nuevas cargas. Antes prefiero ganarme el pan con un pico por los caminos.
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Cumbres borrascosas
ClásicosLa poderosa y hosca figura de Heathcliff domina Cumbres Borrascosas, novela apasionada y tempestuosa cuya sensibilidad se adelantó a su tiempo. Con el trasfondo de la historia familiar de los Earnshaw y los Linton, la obra narra la vida de dos gene...