CAPÍTULO XXV

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Todas estas cosas ocurrieron el invierno pasado, señor —dijo la señora Dean—, apenas hace un año. El invierno pasado, no pensaba que al cabo de los doce meses yo iba a estar entreteniendo con su historia a un extraño a la familia. Aunque, ¿quién sabe por cuánto tiempo será usted un extraño? Es demasiado joven para quedarse satisfecho para siempre viviendo solo. Y yo en cierto modo imagino que el que vea a Catalina Linton no puede evitar enamorarse de ella. Usted sonríe, pero ¿por qué se anima y se interesa cuando hablo de ella? ¿Y por qué me ha pedido que cuelgue su retrato sobre su chimenea?, y por qué...

—Alto, mi buena amiga —exclamé—. Sería posible que yo la amara, ¿pero me amaría ella a mí? Yo dudo mucho de comprometer mi tranquilidad por dejarme caer en la tentación. Además, mi tierra no es esta. Pertenezco a un mundo activo y a sus brazos tengo que volver. Continúe. ¿Fue Catalina obediente a las órdenes de su padre?

—Sí lo fue —continuó el ama de llaves—. Su cariño por él era todavía el principal sentimiento en su corazón. Él hablaba sin rencor, hablaba con la profunda ternura de alguien que está a punto de dejar su tesoro entre riesgos y enemigos, cuando el recuerdo de sus palabras sería la única ayuda que él le podía legar para guiarla.

Unos días más tarde me dijo:

—Me gustaría, Elena, que mi sobrino escribiera o nos visitase. Dígame sinceramente qué piensa usted de él: ¿ha cambiado para mejor, o hay esperanzas de mejoría, a medida que se hace hombre?

—Es muy delicado, y es poco probable que llegue a ser mayor. Lo que sí puedo decir es que no se parece a su padre y, si la señorita Catalina tuviera la desgracia de casarse con él, podría gobernarle, a no ser que ella fuera excesiva y absurdamente condescendiente. Usted tendrá mucho tiempo de tratarle y ver si a ella le conviene: todavía le faltan más de cuatro años para la mayoría de edad.

Edgar suspiró; se acercó a la ventana, y miró hacia la iglesia de Gimmerton. Era una tarde neblinosa, pero brillaba tenue el sol de febrero, y podíamos distinguir los dos abetos del cementerio y las diseminadas losas sepulcrales.

—He rezado con frecuencia —decía medio en soliloquio— para que se acercara lo que ha de venir, y ahora me empiezo a acobardar y a temerlo. Pensé que el recuerdo de la hora en que bajé esa cañada como novio sería menos dulce que el anticipo de lo que iba a ser pronto, dentro de pocos meses, semanas quizás, el que me llevaran y me dejaran en la solitaria fosa. Elena, he sido muy feliz con mi pequeña Cati. En las noches de invierno y los días de verano ha sido junto a mí una esperanza viva. Pero he sido igualmente feliz meditando solo entre aquellas lápidas, a la sombra de la vieja iglesia, reclinado durante largas tardes de junio sobre el verde montículo de la tumba de su madre, y deseando, anhelando, la hora en que yo pudiera yacer también debajo. ¿Qué puedo hacer con Cati? ¿Cómo tengo que dejarla? No me preocupa ni un momento que Linton sea el hijo de Heathcliff; no que se la lleve, si él pudiera consolarla de mi pérdida. No me importa que Heathcliff consiga sus fines, y triunfe robándome mi último bien. Pero si Linton fuera indigno —sólo un débil instrumento de su padre— no puedo abandonársela. Y, por muy duro que sea dominar el exuberante espíritu de Cati, tengo que perseverar en que esté triste mientras yo viva, y quede solitaria cuando muera. ¡Hija mía! Preferiría entregarla a Dios y depositarla bajo tierra antes que yo.

—Confíela a Dios en todo caso, señor, y si nosotros le perdiéramos —que Él no lo permita— bajo Su providencia, yo seré su amiga y consejera hasta el final. Ella es buena y no temo que haga nada malo deliberadamente; las personas que cumplen con su obligación son al final recompensadas.

La primavera avanzaba, pero mi amo no recobraba verdadera fuerza, aunque reanudó sus paseos por la finca con su hija. Según la inexperiencia de Catalina, esto ya era un signo de la convalecencia de su padre; como entonces a menudo se le encendían las mejillas y le brillaban los ojos, ella estaba segura de su recuperación.

El día de su diecisiete cumpleaños no visitó su padre el cementerio; estaba lloviendo y le dije:

—No saldrá usted esta noche, señor.

Me contestó:

—No, lo retrasaré este año un poco más.

Escribió de nuevo a Linton, expresándole su gran deseo de verle. Si el enfermo hubiera estado presentable estoy segura de que el señor Heathcliff le hubiera dejado venir. Como estaba, según las instrucciones de su padre, contestó que éste le prohibía visitar la Granja, pero el agradable recuerdo de su tío le complacía y esperaba encontrarle alguna vez en sus paseos, y personalmente le pedía que su prima y él no continuaran mucho tiempo tan totalmente separados. Esta parte de la carta era sencilla y probablemente suya. Heathcliff sabía que era capaz de pedir con elocuencia la compañía de Catalina.

«No pido —le decía— que ella me visite aquí, pero ¿no la voy a ver más porque mi padre me prohíba ir a su casa y usted le prohíba venir a la mía? Venga de vez en cuando a caballo hacia las cumbres y cambiaremos unas palabras en su presencia. No hemos hecho nada para merecer esta separación, y usted no está enfadado conmigo, no tiene motivos para que yo le desagrade, usted mismo lo reconoce. Querido tío, envíeme unas líneas amables mañana y permita que me encuentre con usted en cualquier sitio que guste, excepto la Granja de los Tordos. Yo creo que una entrevista le convencería de que el carácter de mi padre no es el mío: él dice que soy más su sobrino que hijo suyo y que, aunque tengo defectos que no me hacen digno de Catalina, ella me los perdona y, por amor a ella, usted debiera también hacerlo. Me pregunta por mi salud, está mejor, pero mientras yo esté privado de toda esperanza y condenado a la soledad, o a la compañía de aquellos que no me quisieron nunca, ni nunca me van a querer, ¿cómo puedo estar bien y alegre?»

Edgar, aunque lo sentía por el chico, no pudo acceder a su petición porque él no podía acompañar a Catalina. Le dijo que acaso en verano se podrían encontrar, mientras tanto, deseaba que escribiera alguna vez y se comprometió a darle todo el consejo y consuelo que pudiera por carta, ya que conocía muy bien su difícil posición en la familia.

Linton accedió, pero si no hubiera sido frenado, probablemente lo hubiera echado todo a perder llenando sus epístolas de quejas y lamentos, pero su padre le vigilaba muy de cerca y desde luego insistía en que se le mostrara cada línea de mi amo. Por eso, en lugar de escribir sobre sus penas y desdichas personales, temas dominantes en su espíritu, insistía en la cruel obligación de estar separado de su amiga y amada, y amablemente instaba al señor Linton a que debía permitir una entrevista pronto o tendría el temor de que se le engañaba deliberadamente con promesas vacías.

Catalina era una poderosa aliada y, entre los dos, al fin persuadieron a mi amo de que permitiera que pasearan, a pie o a caballo, juntos una vez por semana bajo mi custodia por los páramos más cercanos a la Granja, porque junio le sorprendió empeorando. Aunque él había apartado cada año una parte de su renta como fortuna para su hija, tenía un deseo natural de que conservara —o por lo menos volviera al poco tiempo— la casa de sus antepasados. Consideró que la única esperanza de que esto sucediera era la unión con su heredero: no tenía idea de que éste estaba decayendo tan deprisa como él mismo, ni nadie, yo creo. Ningún médico visitaba las Cumbres, ni hubo quien viera al joven Heathcliff para informarnos de su estado.

En cuanto a mí, empecé a pensar que mis pronósticos eran falsos, y que tenía Linton que estar reponiéndose, cuando hablaba de paseos a caballo o a pie por los páramos y que parecía muy serio en perseguir su propósito. No podía yo imaginarme que un padre tratase a su hijo moribundo con tanta tiranía y maldad, como supe después que Heathcliff le había tratado, para obligarle a manifestar estos aparentes deseos. Sus esfuerzos se redoblaban cuanto más inminentemente sus avariciosos y crueles planes estaban amenazados de fracasar por la muerte del muchacho.

Cumbres borrascosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora