La tarde después del entierro, mi joven ama y yo estábamos sentadas en la biblioteca, ya cavilando tristemente —una de nosotras con desesperación— sobre nuestra pérdida, ya haciendo conjeturas sobre nuestro oscuro porvenir.
Estuvimos de acuerdo en que el mejor destino que le podía esperar a Catalina era que se le permitiera continuar residiendo en la Granja, por lo menos mientras viviera Linton, que a él se le autorizara a reunirse con ella aquí, y a mí quedarme de ama de llaves. Éste era un arreglo demasiado favorable para poder esperar en él; sin embargo, yo confié, y empecé a ilusionarme con la perspectiva de conservar mi casa y mi empleo y, por encima de todo, a mi querida Catalina, cuando un criado —uno de los despedidos, pero que todavía no se había ido— entró precipitadamente y dijo que «ese demonio de Heathcliff» entraba por el patio y que si tenía que cerrarle la puerta en las narices.
Si hubiéramos sido tan insensatas como para ordenárselo, no nos hubiera dado tiempo. No guardó la ceremonia de llamar y de anunciarse: era el amo y se adjudicaba el privilegio de amo de entrar directamente sin decir una palabra. La voz de nuestro informante le dirigió a la biblioteca. Entró, y echándole, cerró la puerta.
Era aquella la misma habitación en la que había sido recibido, como invitado, hacía dieciocho años: la luz de la misma luna brillaba a través de la ventana y por fuera se extendía el mismo paisaje otoñal. No habíamos encendido aún una vela, pero toda la estancia quedaba iluminada, incluso los retratos de la pared: la espléndida cabeza de la señora Linton y la muy agraciada de su marido.
Heathcliff avanzó hacia el hogar. El tiempo le había cambiado un poco. Era la misma persona: su rostro moreno, un poco más cetrino y más sosegado, el cuerpo algo más pesado quizás, esa era toda la diferencia.
Catalina, cuando le vio, se puso de pie con el impulso de salir.
—¡Alto! —dijo, deteniéndola por el brazo—. Basta ya de escapadas. ¿A dónde irías? Vengo a buscarte para llevarte a casa, y supongo que serás una hija sumisa y no incitarás a mi hijo a más desobediencias. Estaba indeciso sobre cómo castigarle cuando descubrí su parte en el asunto. Es tan parecido a una tela de araña que un pellizco le aniquilaría. Ya verás por su aspecto que recibió su merecido. Le bajé una noche, anteayer, le senté en una silla, y ya no le toqué más. Mandé salir a Hareton, estuvimos los dos solos en la habitación, y a las dos horas llamé a José para que lo subiera de nuevo. Desde entonces mi presencia actúa sobre sus nervios como si fuera un fantasma y, yo creo, que me ve aunque no esté cerca de él. Hareton dice que a cada hora se despierta y grita, y te llama para que le protejas de mi ira. Tanto si amas o como si no a tu precioso consorte, tienes que venir, él es ahora tu preocupación. Te cedo todo el interés que tengo en él.
—¿Por qué no deja que Catalina continúe aquí? —rogué—, y nos manda a Linton. Como odia a los dos, no los echará de menos; serán sólo un tormento constante para su desnaturalizado corazón.
—Estoy buscando un inquilino para la Granja —contestó—, además quiero tener a mis hijos a mi lado, y esta joven tiene que servirme para ganarse el pan; no voy a mantenerla en el lujo y la ociosidad cuando Linton haya muerto. Date prisa y prepárate, no me obligues a forzarte.
—Iré. Linton es todo lo que tengo que amar en el mundo y, aunque usted ha hecho todo lo posible para que le odie y él a mí, no puede hacer que nos odiemos mutuamente. Y le desafío a que le haga daño cuando yo esté a su lado, y le desafío a que me amedrente a mí.
—¡Eres un arrogante campeón! —replicó Heathcliff—; pero no te quiero lo bastante para hacerle daño; tú tendrás todo el beneficio del tormento mientras viva. No soy yo quien te lo hará odioso, será su propia delicadeza de espíritu. Está amargo como la hiel con tu huida, y no esperes agradecimiento por tu noble abnegación. Le oí que le pintaba a Zila el más bonito cuadro de lo que haría si fuera tan fuerte como yo. La inclinación está ahí, y su misma debilidad agudizará su ingenio para encontrar un sustituto a la fuerza.
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Cumbres borrascosas
ClásicosLa poderosa y hosca figura de Heathcliff domina Cumbres Borrascosas, novela apasionada y tempestuosa cuya sensibilidad se adelantó a su tiempo. Con el trasfondo de la historia familiar de los Earnshaw y los Linton, la obra narra la vida de dos gene...