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Llegamos a la casa cerca de las tres de la tarde luego de pasar por un supermercado a por las cosas que nos faltaban. La brisa fría de invierno me despeinó el cabello, el cual llevaba atado en una coleta floja. De vez en cuando, solían haber días calurosos de más de veinte grados, pero últimamente el invierno se había apoderado de Boulder. Miré a los lados, al campo, el pasto húmedo, ningún vehículo pasaba por la carretera y una llovizna leve cubría todo, a lo lejos parecía haber niebla.

El peso de lo ocurrido horas atrás se asentó en mí cuando abrí la puerta y observé la sangre en las paredes y el suelo. Sólo había un par de lámparas y revistas tiradas en el suelo. No había prestado atención antes, pero la manija de la puerta del frente, la misma que sostenía en mis manos, estaba rota. Por eso la llave no servía. Al abrir la puerta la manija cayó al suelo.

Perfecto. Suspiré para mis adentros.

-Vamos a tener que limpiar este desastre antes de llamar a algún cerrajero- le dije a Alex con desgana y tiré la parte de la manija que había quedado en mi mano sobre un sofá. Fui a mi habitación y me puse un viejo pantalón y una sudadera antes de volver con Alex. Él ya había dejado las cosas sobre la encimera de la cocina y se había quitado la campera-. Limpiemos esto.

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Alex me dijo que me fuera a bañar primero después de que terminamos de limpiar, así que me dirigí directo al baño, deseando quitarme toda la sangre de mi ropa.

Sangre seca pegada en la ropa. ¿Cómo se quitaba eso? No importaba. La quemaría. Me quedé un tiempo bajo el agua caliente, me envolví en una toalla y fui hasta mi habitación sin que Alex me viera.

Me vestí con un jean, una remera negra bajo un buso gris y me calcé con un par de pantuflas. Salí de mi habitación secándome el cabello con la toalla. Alex estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en el sofá y una de sus piernas estiradas, sobre la rodilla de su otra pierna descansaba su brazo.

-Puedes ir a bañarte si quieres- le dije y me senté en el sillón.

-Enseguida voy- dijo y se quedó observando algún programa de caricaturas como si el televisor hubiera absorbido su mente.

-Al decir ''si quieres'' en realidad estoy diciendo ''ve ya porque hueles a muerto''- bromee.

Él rió entre dientes y se levantó. Caminó con toda la parsimonia del mundo hacia el cuarto de baño. Tan sólo diez minutos más tarde estaba a mi lado en el sofá con un paquete de galletas.

-Ahora, que la casa está limpia al igual que nosotros... es hora de hablar. Tu historia primero, presiento que va a ser más interesante que la mía.

Negué con la cabeza.

-No tengo historia- agarré una galleta de chocolate y mordí la mitad.

-Todo el mundo tiene una historia.

-Yo no.

-Teníamos un trato. Dijiste que me ibas a contar cómo terminaste haciendo lo que haces- se metió una galleta entera en la boca.

-En realidad creo que el trato era que si tú me contabas por qué mi... por qué Paul te quiere muerto, yo te contaría mi historia. De hecho, ahora que voy a contarte mi vida, también me gustaría saber cómo es que un chico de veintiún años terminó haciendo lo que sea que hacías para que llegaras aquí.

Alex levantó la caja de leche y sirvió en un vaso antes de entregármelo, luego se sirvió a sí mismo en otro vaso que había sobre la mesita auxiliar.

-De acuerdo- dijo-. Me parece justo.

-¿En serio?- pregunté sorprendida. Estaba preparándome mentalmente para una negativa de su parte, así de esa manera tendría que ir a La Central a buscar su expediente en los archivadores, de paso me daría una excusa para ir a hacerle una visita a Sasha. ¿Qué demonios hacía esa mujer en el trabajo? ¿Contar ovejas?

Protección SchavelzonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora