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A la mañana siguiente Aaron me llevó a conocer el auto, posiblemente robado, que me iba a dar. Me dio, además, algunas tarjetas de crédito que podrían servir durante seis meses y un celular descartable. En el baúl del auto había puesto algunas de mis armas que guardaba en el sótano de mi casa. Mi antigua casa.

-Así que- comencé cuando ya nos estábamos despidiendo-, ¿a quién le robaste todo esto?

Se hizo el ofendido.

-A nadie- se defendió. Lo miré sin creerle-. No estoy mintiéndote, lagartija- sonrió-. El auto es de mi padre, ya no lo usa y me dijo que no había problema si te lo daba.

-Ah, ¿entonces sólo las armas son robadas?

-Sí. No te irás a enojar por eso ¿o sí?

-No- le dije mirándolo mal-. Sería egoísta de mi parte. ¿Sabes dónde está el tío Gabriel?

Gabriel era uno de los jefes. Y de todos los jefes, él era el más cercano a mí. Si había un traidor, debía hablarlo con él para que tomara las medidas correspondientes.

-En La Central. Ahora está en la parte de los protegidos- dijo.

-¿Nos vamos?- preguntó Alex impaciente, acercándose a nosotros.

-Sí.

Me despedí de Aaron con un abrazo y me subí al auto. Manejé hasta La Central. En media hora estaba saliendo de mi auto. Volví a entrar en el callejón y toqué la puerta de madera. La rejilla se abrió y vi los ojos de Umbri. Sonreí.

-Hey- me saludó dejando ver unas pequeñas arrugas al rededor de los ojos, una señal de que sonreía.

-Hola.

-¿Cómo vas? ¿Todo bien?- me preguntó mientras me abría la puerta.

-Sí- saludó a Alex bueno con un apretón de manos-. Quiero ir a ver a Gabriel. ¿Sabes dónde está?

-Después del ascensor tercera puerta a la derecha- me dijo.

-Gracias.

Crucé a través del ascensor. Tenía puertas en las cuatro paredes. Cuando pasé por la puerta frente a mí me encontré con un pasillo blanco iluminado con unas pequeñas lámparas que colgaba del techo. Conté las tres puertas y entré. Era una sala, también pintada de blanco, pero mucho más iluminada que el pasillo en el que estaba antes. Habían asientos contra las paredes. Sólo tres hombres y una mujer sentados en ellos. Los ignoré y fui hacia la izquierda, a la puerta en la que debía estar Gabriel.

-Está ocupado- dijo la mujer cuando estaba con la mano el aire, preparada para tocar la puerta. La miré sin bajar la mano. Ella me miraba. Golpee mis nudillos contra la madera.

-¡Ocupado!- sonó la voz de Gabriel desde adentro.

-¡No es un baño! ¡Abre la puerta!- le grité de regreso.

A los segundos la puerta se abrió y Gabriel me miró con algunas arrugas en la frente, claramente molesto de que lo interrumpieran. Luego miró a Alex y su frente volvió a la normalidad. Gabriel era un hombre de treinta y ocho años, rubio y ojos verdes, de tez pálida. Era un poco más alto que yo y parecía un mendigo con los pantalones rotos y la camisa vieja de color marrón claro.

-¿Qué ocurre?- preguntó.

-Tengo algo importante que decirte.

-¿Muy importante? Estoy ocupado.

-Sobre Paul.

Nos abrió la puerta para que entráramos e hizo salir al hombre que estaba dentro con una disculpa. Se sentó detrás de su escritorio y Alex y yo frente a él, en dos sillas. Cruzó las manos y se apoyó en la superficie de la mesa.

Protección SchavelzonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora