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La sensación de que mi vejiga no tenía espacio e iba a explotar me despertó. Abrí los ojos y en seguida noté el vacío en mi estómago. Tenía hambre. Mucha. Pero primero tenía que ir al baño. Lo primero que vi fue un techo viejo de chapa con algunas maderas sosteniéndolo. La habitación estaba en penumbras, sólo iluminada por una pequeña lámpara que había en una esquina de la habitación. Las paredes eran de cemento, eran grises y tenían agujeros en algunas partes. Había olor a humedad y desinfectante.

No tenía ganas de levantarme, pero cuando casi se me escapó el pichi supe que la cosa era más seria de lo que parecía. Comencé a reincorporarme en la cama cuando sentí que algo tironeaba de mi muñeca izquierda. Había alguien, y se irguió en el mismo momento en que sintió mi mano moverse.

-Emilie- dijo Alex sorprendido.

Se veía horrible. El cabello despeinado y mugriento, la camisa llena de sangre, unas ojeras terribles bajo sus agotados ojos. Tenía un buzo de manga corta.

Me sonrió, aliviado. Y me abrazó. Le devolví el abrazo sin mucho entusiasmo, aunque quería. Me estaba meando. Mi vejiga sufría. Me quejé cuando sentí un tirón en la pierna derecha. Mis costillas también dolían y mi cabeza palpitaba como el infierno. Alex me soltó al oír mi quejido ahogado por su hombro.

-Lo siento- dijo.

-No importa- contesté y volví a intentar levantarme. Él me detuvo por los hombros.

-No te levantes. Es mejor que te quedes acostada y descanses un rato. Voy a llamar a mi...

-Tengo que hacer pis- le dije. Mis voz ronca.

-Oh, bueno, te ayudo- dijo y se levantó de la silla en la que estaba sentado. Me sacó las mantas y con cuidado me ayudó a levantarme sosteniéndome de las axilas. Yo me apoyé en sus grandes brazos-. ¿Puedes caminar?- me preguntó.

-Sí- contesté con obviedad. En el momento en que me soltó ligeramente para ver si me podía mantener en pie por mí misma mis piernas decidieron que no querían soportar todo el peso de mi cuerpo y casi caigo. Alex me sostuvo al instante. Me aferré a su cuello como si fuera un salvavidas-. Bueno, creo que no.

-Está claro. Te llevo- dijo y me levantó en sus brazos pasando uno bajo mis piernas y otro en mi espalda.

-Puedo caminar, mis piernas no están acostumbradas- me quejé.

-Ya se acostumbrarán después- dijo dirigiéndose a un gran hoyo en la pared que pudo haber sido una puerta en un pasado.

-¿Dónde estamos?- le pregunté.

Cuando pasamos a la otra habitación me encontré con un montón de gente. No una multitud pero aún así eran muchas personas. Crucé las piernas para evitar un accidente. No quería orinarme sobre Alex. Me moriría de vergüenza. Sí, también puedo sentir vergüenza. No se sorprendan.

Había una mesa vieja en el centro de la habitación y un pequeño televisor sobre otra mesita. En la mesa estaban sentados Fausto (el que quedaba de mis hermanos), Aaron, Paul, mis padres y una señora que no reconocí. Tenía el mismo cabello castaño que mi madre, sólo que a mi madre le llegaba por la mitad de la espalda y esta señora lo tenía en un corte Bob. Era joven, pero tenía arrugas al rededor de los ojos que demostraban que debería tener al menos unos cuarenta años. Ojos claros. Verdes. Como los de Alex. Ahora que lo pienso mejor, Alex tiene los ojos más oscuros. Es un verde oscuro que a veces parece marrón.

-¡Ya despertó!- dijo la mujer cuando se volteó a ver qué es lo que se movía en este lado de la sala.

-¡Emilie, amor!- dijo mi madre levantándose para abrazarme junto con mi padre.

Protección SchavelzonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora