4. Eligoth

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¿Cómo iba a explicarle el motivo de mi disgusto? No lo iba a entender de todos modos. Es mejor así. Intentaba convencerme de ello, porque por un lado tenía intención de hacerla participe de mi vida, ¿no? Bueno, esa era la idea. En ese instante ya no lo tenía tan claro.

Salí de la biblioteca solo. No era mi plan, pero se había enfadado bastante después de mi pequeño teatrillo. Estaba claro que Aina se había dado cuenta de que algo no iba bien, pero pretendía mantenerla al margen todo lo que pudiera. ¿Por qué me había vuelto tan cobarde? Buena pregunta. Hubiera sido divertido, en cierto modo, contárselo. Empecé a caminar en dirección a mi casa. Me había dejado la moto pensando que me dejaría acompañarla esta vez y ahora me tocaba andar porque la había cabreado. Cuanto más lo pensaba, peor humor se me ponía. Y en estos casos agradecía vivir solo.

Llegué a casa un rato después. Bastante harto de andar, por cierto. Eso me pasaba por ser tan bueno. Si es que yo no soy así. Lancé mi mochila al sofá y me fui directo a la cocina. Tequila. Eso necesitaba. Y me senté a beber, solo, pensando en el día que había pasado. Sacudí la cabeza. Tenía que comportarme mejor. No podía emborracharme un martes por mi mal carácter. Sobre todo porque tenía prácticas en el hospital al día siguiente y una resaca no era lo mejor. Me dirigí a la pequeña terraza donde tenía la lavadora y me puse a limpiar el uniforme lleno de sangre.

En esas estaba cuando sonó el timbre. Me puse muy tenso de repente. ¿A quién le había dicho yo donde vivía? Me sequé las manos, muy serio, y abrí la puerta. No me lo podía creer.

- ¿Qué haces aquí?

- No eres el único que se entera de las cosas – dijo apartándome y colándose en mi casa. Me giré tenso para mirarla. Esto sí que no me lo esperaba.

- Aina, en serio, ¿cómo te has enterado de donde vivo? – me miró y se rio.- ¿Te estas riendo de mí?

- ¿Acaso solo tú tienes derecho a hacerlo?

- Touché – sonreí y fui a la terraza. Escondí la ropa llena de sangre.

Empezó a pasearse por mi casa, mi santuario. Me sentía bastante incómodo, pero yo me había colado en su casa con una muy mala excusa, he de reconocer. Se estaba vengando de mí y me lo merecía. Me quedé mirándola mientras lo curioseaba todo. Quería gritarle que se estuviera quieta, quería echarla de aquí. Y no quería que se fuera. Me mordí el labio, nervioso. Me sobresalté cuando puso la mano en mi hombro y suspiré fuerte.

- No hagas esas cosas, mujer. Qué susto me has dado.

- No creía posible que nadie pudiese asustarte. Siempre estás alerta.

- Cierto – la miré – salvo en mi casa, donde casualmente estás ahora mismo. No me malinterpretes, pero qué haces aquí. Y lo más importante, ¿cómo has llegado?- insistí.

- Aritz me lo ha dicho. Estaba echando una mano en la secretaría.

- Menudo traidor.

- Habrá pensado que es lo justo – hice un gesto de aprobación. Seguramente estaba en lo cierto, pero no me agradaba más por ello.

- Eligoth... - murmuró mientras me arrastraba al sofá.

- No, no, no. Eso sí que no- me senté con ella y la mire cogiéndola por los hombros – no puedes venir a mi casa, y abordarme de esa manera. Estas conversaciones se tienen en un bar, con un tequila en la mano. O dos.

- Si te has bebido media botella- señaló la cocina.

- Por eso he dicho en la mano, no ingerido ya. No es buena idea. – la miré fijamente, suplicante. Parecía un gatito asustado y mi yo interno me daba golpes en el estómago por mostrarme de esa manera. – Pero... ya que estas aquí, podemos ver una peli.

Pareció conforme con la idea y la dejé elegir. Para mi sorpresa, no me colocó una comedia romántica. Ver con ella V de Vendetta era hasta irónico, pero al menos era una buena película. Un rato más tarde, fui a preparar la cena para los dos. Seguía muy tenso. Eso me iba a durar días. Se me pasó por la cabeza compartir algo con ella, pero lo deseché rápidamente. La última mujer que había estado en mi casa y que conocía alguno de mis secretos la había quemado entera. No pensaba arriesgarme. Sin embargo, la pequeña Aina Banes era curiosa. Y no iba a parar, claro que no.

- Puedo preguntar... ¿Por qué parece que odias que alguien venga a visitarte?- comentó tímidamente a mi lado, mientras picaba algo de cebolla.

- No odio que me visiten. Me traigo chicas a las que tirarme de vez en cuando.- le sonreí burlón. Ya era hora de retomar los papeles.

- Ahí estas de nuevo. – se rio un poco.- Empezaba a echarte de menos, Eligoth sarcástico. Lo digo en serio.

- Vale. Está bien, hagamos un trato. Yo te respondo y tu dejas de hacer preguntas durante al menos unos días. – asintió y respiré hondo.- Bien. Hace tiempo tuve una... amiga/hermana.

- ¿Amiga/hermana? ¿Qué es eso?

- Ah, ¿Eso es una pregunta?- le miré de reojo, divertido.

- Perdón.

- Era una amiga muy especial, digamos. Alguien en quien llegué a confiar. Pasaba mucho tiempo a mi lado y compartíamos una de mis grandes aficiones. Mi vida era un poco más agradable con ella cerca. A veces incluso olvidaba la mala relación que tengo con mi familia. Bueno, la inexistente relación, aunque a veces les dé por presentarse aquí. El caso, es que conocía mis secretos, ¿vale? Yo confiaba en ella y la dejé quedarse en casa en un momento de necesidad. Y terminó liándome una buena bronca, a saber por qué. Nos fuimos a dormir enfadados. Estaba muy cabreado, pero me imaginé que lo arreglaríamos por la mañana. Fallo mío. Me desperté de madrugada mientras mi casa ardía. La muy loca había provocado un incendio. Me mudé aquí y me juré que nadie más entraría más de una hora. ¿Contenta?

No había cumplido mi promesa y Aina llevaba más de dos horas en casa. No dijo nada, ni siquiera se movió. Igual era demasiado para asimilarlo. Yo tampoco podía creérmelo al principio. Estaba seguro de que se me daba mejor detectar locas. La miré algo preocupado por su reacción. Por su ninguna reacción. Esperaba que dijera algo como "menudos amigos que te echas." o "muy típico de ti esas amistades, en realidad pegáis mucho". Pero estaba llorando.

- Lo... lo siento- sollozó limpiándose las lágrimas.

- Pero no llores, mujer. Que ya hace tiempo de eso. Y en realidad no me importa – le di un pañuelo y se limpió un poco la cara.

- Siento haberte presionado porque no sabía que lo habías pasado mal y... y yo creía... - se me abrazó de golpe. Me dejo confundido y atacado.

- Vale, vale. Mira, Aina- la abracé un poco. Hacía mucho que no abrazaba a nadie de esa manera. – Esperaba que te rieras un poco de mí, tampoco es tan importante. Además, gracias a todo eso me has conocido, ¿eh?

- ¿Cómo puedes ser así? –levantó la mirada algo molesta- ¿Cómo puedes quitarle importancia a todas las cosas y vivir como si nada te importara lo más mínimo?

- Bueno – le mantuve la mirada algo serio- igual es que no me importa nada. 

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