12. Eligoth

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Me mantuve abrazándola después de soltarle aquello. Me daba pánico que huyera. Que me dejara solo y más en ese momento. Me había enamorado de ella y Ali lo sabía. Era cuestión de tiempo que Él lo supiera también. Y estaríamos en peligro. Los dos. No podía llevármela a ningún sitio. Fuéramos donde fuéramos nos encontraría. Me encontraría. La única forma que tenia de salvarla, de asegurar que no le pasaría nada era alejándola de mí. La miré y volví a disculparme. Era demasiado egoísta como para dejarla ir. Esperaba que al menos me diera una tregua, un poco de tiempo para recuperarme.

Y si no era así, me daba igual. Ya estaba harto de la situación en la que me habían colocado. Harto de obedecer y seguir los deseos de otros toda la vida. Harto de acostarme todos los días solo y pensando qué me depararía el futuro. Deseaba que ella me perdonase, deseaba sincerarme con ella, le jodiese a quien le jodiese. Desde hacía tiempo deseaba desprenderme de mi máscara, de mi faceta mentirosa para esconder aquello en lo que me habían convertido. Yo no era así, nunca lo he sido. Quizás si un poco cínico y reservado. Mis ojos no habían vuelto a mi color natural todavía y yo no podía controlar la rabia que me inundaba y empecé a hablar, cerca de ella. Tenía que saberlo. Ya me encargaría de las consecuencias. Más tarde.

Maldije el momento en que firmé aquel contrato para salvarlos. No se lo merecían. Nunca se lo habían merecido y llegado el momento, no fue diferente. No era que no me lo esperara, pero cuando volví a casa aquel día y conocí a nuestro "visitante", mi mundo se hundió un poco más. Aun con unos 9 años, siempre había sido un maldito escéptico y era incapaz de creer nada que no pudiera demostrar. Sin embargo, no podía negar lo evidente: aquel hombre (si es que lo era), no era humano. Sus ojos negros por completo eran inquietantes y cuando se presentó, no pude evitar reírme y pensar que me estaban tomando el pelo.

No era una broma. Mi madre me había vendido al diablo. No era una forma de hablar. Literalmente, me había vendido a cambio de a saber qué. Nunca lo supe y nunca he querido saberlo. El caso, es que desapareció y no supe nada más. Empecé a olvidarlo y seguí con mi vida. Apenas recordaba nada de ese momento, mi inteligente cerebro lo había borrado todo para ahorrarme pasar varios años pensando en aquello, lo había descartado. Seguía siendo un escéptico cuando cumplí los 18 años. Entré en la universidad de enfermería. No sé por qué. No le había dado muchas vueltas, simplemente tenía nota suficiente y me matriculé. No me podía imaginar que no me dejarían irme. Suspiré y me aclaré un poco la garganta antes de seguir. Cuando llevaba dos meses en la carrera Ali apareció en mi casa. Mis compañeros no estaban y ella se hizo pasar por una amiga. Me hizo creer que la había olvidado pero que nos conocíamos y mi desconfianza hacia lo que me contaba, que no tenía ningún sentido para mí, la hizo enfadar.

Provocó un incendio en mi casa. Yo no me lo podía creer. ¿Se suponía que era mi amiga del alma, una hermana para mí y quemaba mi casa? Las cosas se pusieron peor cuando Él apareció. Me dio unas llaves nuevas y me ordenó donde debía vivir. Desde ese momento, había vivido cumpliendo el contrato que injustamente se me hizo firmar cuando tenía nueve años. Tenía 26 años, llevaba ocho años en la facultad de enfermería, transformado en un demonio que necesita alimentarse de sangre cada cierto tiempo, y matando. Matando a todo aquel que se cruce en mi camino el día que se me ordena. Bajo las órdenes de Amon, príncipe del Infierno, había matado a mucha gente y había sembrado la ira y la discordia en la ciudad. Ese era mi trabajo.

No solo había tomado mi vida y el control de ésta. Había tomado mi humanidad, mis sentimientos. Nunca me había planteado desobedecer. Nunca me había parado a pensar si debía hacerlo. En ese momento solo quería, necesitaba que Aina me perdonara. Me quisiera un poco solamente. No me lo merecía, por supuesto. Pero mi familia no se merecía que tomasen mi alma en vez de la suya. Y aun así, la tomaron.

Había sido motivo de tristeza y enfado de mucha gente que, a pesar de todo, seguía luchando. He visto esperanza donde jamás lo hubiera imaginado. Y ahí estaba. Esperanza en mí. Esperanza porque ella me correspondiera y por poder liberarme de una vez por todas de las cadenas que me ataban a Amon. No podía soportarlo más. Si tenía que cargar con el peso de algunas cadenas, prefería sin duda que fueran de Aina. Estaba dispuesto a luchar y a vencer.

Aina se había quedado muy pálida cuando terminé de relatarle todo. No esperaba menos, por lo que no me separé de ella. Seguí abrazándola, susurrándole que la amaba, que me perdonase. No podía imaginarme la vida sin su perdón y haría lo que fuera para conseguirlo. Si Ali y Amon querían guerra, la tendrían, pero esta vez, con Aina a mi lado, ganaría yo. 

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