17. Aina

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Poco a poco fui notando mi conciencia regresar. Me dolía la cabeza. La boca me sabía a sangre. No podía moverme. Me obligué a abrir los ojos pero tuve que cerrarlos inmediatamente. Un foco me alumbraba la cara, como en las series y películas policiacas en un interrogatorio. El problema es que eso era la vida real y yo estaba tumbada.

- Eligoth- llamé en un susurro. No hubo respuesta. Había hablado tan bajo que temía que no lo hubiese oído aun estando allí.

Sin embargo, tenía miedo de repetirlo más alto. Mi esperanza consistía en que él apareciera en ese instante. "Tenía que hacerlo". Algo así me diría, que no había más remedio o que era lo mejor. Necesitaba que se tratase de el porque las otras alternativas no eran tan agradables. A pesar de ello, en mi subconsciente sabía que no iba a tener tanta suerte. Había escuchado la voz de mi secuestrador y no era Eligoth.

Intenté incorporarme en la cama en la que me encontraba, nada cómoda. Tenía las manos atadas al cabecero, pero no me impedía sentarme, por lo menos. Abrí los ojos de nuevo, despacio. Al haberme movido el foco ya no me apuntaba a la cara. Miré a mi alrededor. Todo el recinto estaba pintado de un rojo muy oscuro. Apenas había mobiliario más que el catre en que me hallaba. No había tampoco ninguna ventana, por lo que era imposible saber dónde estaba ni cuánto tiempo llevaba allí. Me consolaba pensando que si seguía viva, no me matarían a corto plazo.

Cambié de idea en el momento en el que me fijé en la silueta oscura que me observaba desde una esquina, encapuchada. No era capaz de distinguir si se trataba de la misma persona que me había traído aquí. Pasó lo que a mí se me hizo toda una eternidad hasta que se movió para acercarse. Fui a echar mano de mi teléfono. Seguramente podría mandarle un mensaje a Eligoth. ¿Estaría bien? Me lo preguntaba a cada momento, en medio de mi tensión, aunque era evidente que la que estaba en peligro en ese momento era yo.

No podría decir cuántos tonos de color perdió mi rostro al darme cuenta de que había extraviado el móvil. Toda posibilidad de que me encontraran se había esfumado. No había caído en la cuenta de que no sabía el rato que había pasado inconsciente. Era obvio que cualquier secuestrador en su sano juicio me habría despojado de cualquier cosa que pudiera ayudarme a escapar.

Intenté calmarme y decidí que no tenía más remedio que confiar en mí chico. Aparecería en cualquier momento, estaba convencida. Levanté la mirada hacia la persona que me acompañaba.

- ¿Dónde estoy?- la voz me salía muy débil. Valorando mis opciones de empezar una pelea para escapar, decidí que no tenía ninguna.

- Demasiado lejos.- su voz me hizo estremecerme.

¿Demasiado lejos? ¿Qué quería decir con eso? Salí de mi ensimismado estado cuando empezó a acercarse. Al menos lucharía. Para mi sorpresa, me desató y se fue.

Oh, Dios mío. Estaba sola. Tenía que salir de allí. Me levanté demasiado rápido. Tuve que apoyarme en la pared, mareada. El golpe me estaba pasando factura sin duda. Esperé unos segundos y, cuando me sentí mejor, salí de aquel dormitorio.

El resto de lo que parecía una mansión era enorme y del mismo estilo. Apenas había ventanas y las que encontraba estaban cerradas. Avanzaba muy despacio evitando cruzarme con nadie. A cada paso que daba encontraba el aire muy enrarecido. Necesitaba ver dónde estaba. No recordaba en Granada ninguna mansión tan grande como está. Llevaba como una hora dando vueltas y no había encontrado nada útil.

Veinte minutos después encontré, por fin, una ventana abierta. Me quedé boquiabierta. Todo hasta donde alcanzaba la mirada era una especie de pradera desolada. Humeaba en las partes que peor se encontraba. Parecía que alguien se había dedicado a esparcir por la tierra diferentes productos químicos que la habían matado muy lentamente. Me inquietaba verme rodeada de tanta desolación puesto que, de alguna manera, me contagiaba. Mis hombros se hundieron conforme iba siendo consciente de que no podría salir de allí, fuese lo que fuese ese lugar. Me resistía a tomar en serio las palabras de Eligoth, puesto que tendría que suponer que estaba en el mismísimo infierno. Aunque ciertamente lo parecía, no podía ser verdad.

- Hermoso, ¿verdad?- di un respingo al oírla. Creía que estaba sola, que nadie me había visto.

- ¿Ali?- susurré, recordando como la había llamado Eligoth.

- Alouqua, para ti. – me miró muy seria.- No tienes derecho a llamarme de ninguna otra manera.

- No entiendo tu concepto de "hermoso". Esto está muerto, simplemente.- comenté molesta. Esa mujer me molestaba en muchos sentidos. Con esto, mi situación empeoraba, si es que eso era posible.

- Me parece –dijo tomando mi cara con una mano y apretando mi mandíbula-, que tenemos un gusto muy parecido, ¿no crees?

- Eligoth vendrá. Ya viste lo que pasó la última vez.

- Ese muchacho no tiene muy claro quiénes son sus enemigos- sonrió. Su sonrisa enfermiza me provocó una mezcla entre asco, ira y preocupación.- Ni sus aliados.

- Pues está muy claro en qué bando estás tú. Él...

- Eso sería muy malo para mí- me interrumpió.- Si fuera verdad que yo te he traído hasta aquí. Pero no ha sido así.

Cada momento que pasaba, era una maldita incógnita tras otra. ¿Podía confiar en ella? Eligoth decía que no pero ahora mismo era la única persona conocida que tenía cerca y, de momento, era la única que parecía no haberme retenido contra mi voluntad. Tal vez...

- Está bien. Pues ayúdame a salir de aquí.

La manera en que dibujo en su cara esa sonrisa de loca, tan despacio y desquiciante, me hizo sentir un escalofrío. Me tendió la mano igual de despacio que cambiaba la expresión de su rostro. No tenía más remedio, pero en cuanto toqué su mano helada tuve la sensación de que había caído en una trampa. 

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