5. Aina

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"Bueno, igual es que no me importa nada." Resonaba en el fondo de mi alma. Ahora sabía que lo había pasado mal, pero ¿de verdad había abandonado toda esperanza en la humanidad? ¿De verdad no creía que existía, al menos, una persona buena en el mundo? Tenía que ayudarlo. Sentía que era mi deber. Al fin y al cabo, éramos amigos. Vamos, él era mi amigo. Yo lo consideraba así. Cada día estaba más confusa sobre lo que yo era para Eligoth. Si me trataba algunas veces como su amiga, otras tantas me apartaba y no confiaba lo más mínimo en mí. Y sin embargo acababa de soltarme esa historia macabra de su ex amiga. No podía entenderlo.

Me dejé caer en la silla de mi escritorio y suspiré. Estaba decidida a ayudarle. "Pero ¿por dónde vas a empezar, Aina?". Mi cerebro iba por delante de mí y tenía razón. ¿Cómo le iba a ayudar si no me dejaba? Si cada vez que me acercaba a él con una venda para su alma, la destrozaba y la lanzaba como pequeños trozos de nieve. Trozos de nieve que me recordaban que para Eligoth no era más que un entretenimiento. A veces, me sentía así.

Me levanté de golpe, tentada de volver a su casa y gritarle que no podía vivir de esa manera. Que el hecho de que se topase con una loca en su vida no podía coaccionarle de vivir el resto de una manera normal, sin apartar a todo el mundo de él. Y de la misma forma que me había levantado, me senté enfadada conmigo misma. Después de todo, no podía presentarme de nuevo sin más. No después de ver lo alterado que estaba cuando llegué.

Me decidí a irme a dormir. Quizás por la mañana lo viera todo con más claridad. Quizás incluso Eligoth se sintiera algo mejor y pudiera hablar con él sin que me mostrara esa faceta semiagresiva que ya sabía de sobra que tenía. Quizás...

No podría haberme equivocado más. Pasaron los meses y casi no lo veía. No tenía ninguna oportunidad de acercarme y cada día venía menos a la única clase que compartíamos. Me mandaba WhatsApp todos los días con mensajes muy cortos. "Todo ok". "Estoy bien". "No me busques, estoy ocupado pero bien". Y claro, yo no pretendía molestarle. Si estaba ocupado, no quería entorpecer. Llegó febrero, y con él, San Valentín y los exámenes cuatrimestrales. Mi esperanza de retomar el contacto con Eligoth en estas fechas desaparecía proporcionalmente a lo que mi estrés crecía. Habían cortado las clases y llevaba como un mes sin cruzármelo siquiera, a pesar de pasar mis días en la biblioteca. Prácticamente me había mudado a la facultad.

Llegué a la parada del bus pasadas las once de la noche, cargada de apuntes y libros. Resollaba debido al esfuerzo que me suponía. No era especialmente alta y detrás de todo esto casi se podía omitir mi existencia. No había nadie en la calle. Ni un alma. No era raro, puesto que hacia bastante frío, pero empecé a inquietarme. Sentí un escalofrío por la espalda. Tenía una mala sensación y comencé a desear llegar a casa en ese mismo momento, tomar una ducha caliente y algo de comer. Pensaba en ello cuando me llegó el leve sonido de un vehículo que se acercaba. Y no era el autobús.

La moto frenó en seco delante de mí y el motorista, vestido entero de negro, me tendió un casco, sin quitarse el suyo. Tomó mis cosas y las colocó en la moto. Se me iba a salir el corazón del pecho. ¿Quién era este misterioso hombre y qué pretendía con esto?

- Disculpe, se lo agradezco, pero prefiero coger el bus.- traté de recuperar mis cosas.

- ¿Así me vas a recibir después de este tiempo?- se quitó el casco. No podía ser otro. Eligoth había vuelto como si nada, después de meses desaparecido.

Si algo había aprendido es que siempre se salía con la suya, así que, ¿para qué negarme? De todos modos estaba deseando llegar a casa. Me coloqué el casco y me subí detrás de él. Nunca me había montado en una moto, y menos en una tan grande y potente. Me abracé a Eligoth un poco asustada. Me lo imaginé con esa sonrisa socarrona que ponía cuando se daba cuenta de que alguna chica se veía atraída por él. Lo contrario de lo que pasaba en ese momento. Pero bueno, se trata de Eligoth. No podía sorprenderme. Bueno, pues otro fallo de mi parte. Sí que podía.

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