8. Eligoth

9 1 0
                                    

Esperé demasiado. Demasiado tiempo. Pretendía darle tregua, unos minutos para que lo asimilara. Y explicarle mis motivos. Explicarle todo. ¿Y qué hizo ella? Correr. Soy gilipollas. No entiendo cómo no me lo esperaba. Me eché a reír, herido. Y encima era demasiado temprano para emborracharse. Si iba a buscarla, y estaba tan agobiada como para salir huyendo sin ni siquiera preguntarme por qué, o... Bueno es que ni siquiera se planteó que hubiera sido un accidente. Aina había dado por hecho que soy un asesino en serie. Me sentí estúpido sonriéndome a mí mismo en el espejo del baño, sobre todo porque no sé qué cojones me esperaba.

"¿Qué has matado a alguien? Oh, venga tranquilo Eligoth, todos hemos hecho cosas malas. ¡No pasa nada!". Obviamente no me iba a decir eso. Qué ingenuo. Receloso, desvié la mirada hacia el móvil, aún tirado en el suelo y apagado, cuando empezó a sonar. No se había hecho de rogar.

Tragué saliva. Esperaba la citación, por supuesto, pero eso no me dejaba más tranquilo. Tendría que irme de la ciudad y no le había explicado nada a ella. Tampoco sabía si quería verme ni escucharme ni nada. Y claro, me había vuelto todo un cobarde a su lado, por lo que no me avía atrevido a llamarla. Igual de lejos me daba una oportunidad, pero yo no lo había intentado. Sin más remedio, me agaché a recoger mi teléfono y respondí a la llamada. No hizo falta que yo dijera nada. Mi interlocutor no esperaba (ni quería) que respondiera, no quería oírme (otro más en mi lista). Pretendía que escuchara y obedeciera sin rechistar, como siempre. Y, como de eso se trataba, de haber desobedecido, aún esperaba más mi silencio. Ni una sola réplica.

Al colgar el teléfono me limité a obedecer. A salir de casa, coger mi moto y plantarme en el lugar acordado, a la hora acordada. Fui el primero en llegar y me senté a tomar una copa. Solo este sitio de mala muerte, lleno de droga y vicios, podía estar abierto a las 11 de la mañana cualquier día. A pesar de eso la música era agradable. Me pareció agradable de entrada. Conforme la escuchaba me hizo sentir mucho peor por ella. Me arrepentí de atender todo esto antes que a ella. Quizás luego ya no podría hacerlo...

Mi cita se presentó de forma inesperada. Sus guardaespaldas, que no solía llevar nunca, me acompañaron a una zona más privada. Suspiré un poco. Hoy no era mi día. Me iba a caer una buena bronca y sabía exactamente por qué. En el fondo, me debatía entre si callar y aguantar lo que decidieran que merecía o tratar de explicarme, lo cual muy posiblemente empeorase las cosas para mí.

Sin embargo, cuando los dos matones se acercaron a mí de nuevo y, sin mediar palabra, me dieron una paliza, me sorprendí. Vaya día de sorpresas. Eso sí que no lo esperaba. Un castigo físico a cambio de una insinuación sin confirmar. Definitivamente, no era mi día.

Me desperté horas más tarde tirado en un callejón oscuro. Y oscuro no solo porque ya era de noche. Dolorido mire el reloj. Nadie se me había acercado en más de diez horas tirado en el suelo. Nadie me había atendido. "Menudo castigo", pensé mientras me revisaba un poco por encima las heridas. Tenía el labio partido, la nariz había dejado de sangrar pero había dejado una buena mancha en mi ropa y algunos cortes aquí y allá. Lo peor sin duda era la muñeca partida. Estaba seguro de que la tenía rota. El dolor de la muñeca y el insoportable dolor de cabeza que tenía hicieron que me tambaleara, mareado, al levantarme, a pesar de hacerlo muy despacio. No era muy consciente de dónde me encontraba. Aun así salí del callejón y empecé a andar hacia donde yo creía que estaba mi moto.

Lo pensé mejor. No podía conducir con la mano rota. Me pasé la mano buena por el pelo, un poco perdido. No tenía dinero y los insultos y demás improperios varios empezaron a salir de mi boca casi sin darme cuenta. Eché a caminar despacio, poco a poco. Un pie y luego otro. Tenía que recordarle a mi cuerpo cómo moverse.

Después de unos minutos andando, no podía gestionar el dolor que sentía por todo el cuerpo y me paré a recuperar aliento. Casi me había olvidado de Aina, de lo que me había colocado en esa situación, cuando ella apareció delante de mí.

Miedo. Se me hundieron los hombros al ver miedo en sus ojos. Podía entenderlo. Joder. Necesitaba explicárselo, aunque eso me supusiera otro castigo. Tenía que... debía decirle...

- A...Aina...-murmuré demasiado bajo, al tiempo que me desmayaba a sus pies. 

AdicciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora