16. Eligoth

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En cuanto se me pasó la sorpresa por la reacción de Aina, salí disparado en dirección contraria. Corría cuanto podía en medio de la oscuridad. Mis ojos habían tomado de nuevo ese tono rojizo, esa vez bajo mi control. Con ellos veía mucho mejor por la noche. ¿Dónde estaba? Tenía que encontrarlo y rápido. Esta vez, todo era diferente. Aina estaba aquí. Joder. Me sentía bastante culpable por no haberla arrastrado lejos de todo lo que estaba a punto de desencadenarse, pero obviamente ella no era tan fácil de convencer, no si podía ayudar. Se me escapó una estúpida sonrisa. ¿Acaso me había enamorado de la mejor persona que había conocido jamás? Evidentemente, sí.

Continué corriendo por los pasillos del hospital, siguiendo las líneas en el suelo que marcaban que me alejaba de urgencias, evitando chocarme con el personal que corría también, aunque por un motivo diferente al mío. Se me pasaban por la cabeza veinte sitios distintos donde podría encontrarlo, pero todos estaban demasiado lejos unos de otros. Maldita sea. La situación se alargaría demasiado y cada segundo de más que yo tardara era un segundo más de peligro para Aina.

Bajé las escaleras de tres en tres. Ahogué un gemido de dolor al estrellarme con la pared para cambiar de dirección. Nunca se me había hecho tan largo ese maldito pasillo. Más rápido. Tenía que ir más rápido. Tardé quince minutos en llegar al sótano, a la morgue. No quedaba nadie allí. Bien, los muertos ya no necesitaban ayuda y arriba la desesperación se extendía como si todos los cables del hospital hubieran decidido arder a la vez.

Entré jadeando al depósito de cadáveres. No podía dejar de pensar en qué estaría haciendo Aina. En si estaría bien. Rebusqué ansioso por todos lados. Nada, no estaba allí. Golpeé furioso una de las mesas de metal para las autopsias. Ese parásito iba a jugar conmigo. Seguramente cuando se dejara ver, estaría agotado de buscarlo y no serviría de nada. En ese instante se me pasó por la mente irme de allí, aunque, si era sincero conmigo mismo, no me iría sin ella. Ella no se iría mientras el hospital la necesitara y seguiría necesitándola si yo no me iba. Me reí ante la estúpida situación en la que me veía envuelto. No tenía que ser tan difícil irme, alejarme de Aina para mantenerla a salvo, pero, de hecho, lo era.

Después de buscar durante horas en los diferentes sitios que se me iban ocurriendo, salí a correr hacia la parte alta del hospital. Un escalofrío de terror me recorrió la espalda conforme me alejaba más y más de urgencias. El sitio donde suponía que ella había ido a ayudar. Me obligué a seguir adelante y no correr hasta allí. Me preguntaba si, de haberme quedado con ella, habría podido ayudar en algo. Sacudí la cabeza sin dejar de correr. Era necesario para todos que me centrara. Si no, nada saldría bien.

No me dio tiempo a reaccionar cuando alguien se cruzó en mi camino y se quedó plantado en medio del pasillo. Trastabillé un poco hacia atrás, recuperando rápidamente el equilibrio y poniéndome tenso, preparado para pelear si era necesario.

- ¿Qué son esas prisas? – susurró. Esa voz... Me relajé un poco.

- Häel. Por fin. Has tardado demasiado en llegar y este es muy mal momento.

- No me estreses. He llegado, ¿no? – se encogió de hombros. Su parsimonia siempre me había hecho desesperar, pero en este momento ya tenía la paciencia muy menguada.

Decidí que no iba a esperar ni un segundo más. Le cogí del brazo y tiré de él mientras subía al helipuerto. Entre unas cosas y otras, ya había pasado demasiado tiempo. Esta vez conseguiría sus muertos sin mí. Abrí la puerta de la terraza de golpe. Se había hecho de noche y la brisa me golpeaba la cara, igual que la soledad. Allí no había nadie. Häel entró detrás de mí, muy calmado.

- Bonitas vistas. –comentó.

- No estamos aquí para eso. ¿Dónde está, Häel? –pregunté, no muy seguro de querer conocer la respuesta. Empezaba a temerme lo peor.

- No está.

Toda la sangre abandonó mi rostro en ese mismo instante. Mi corazón se había acelerado más de la cuenta. ¿No estaba? Llevaba horas buscando para nada. Mi respiración agitada ya no se debía solo a las horas que llevaba corriendo en aquel enorme complejo médico. Me había equivocado en todo. Nada estaba saliendo como yo pensaba, aunque seguramente, mi mayor temor se cumpliría en algún momento.

Aina. Eché a correr de nuevo, escaleras abajo. Häel me seguía de cerca. Tenía que encontrarla. Maldita sea. Me había dejado llevar por el ansia de verle la cara de nuevo, de lanzar al aire mi desafío y había caído por completo en su trampa. Después de todo el tiempo que había pasado, no tenía forma de saber dónde se encontraba. Me mordí el labio inferior, nervioso. Valorando mis opciones, me di cuenta de que si le preguntaba a alguien si la había visto, me pedirían ayudar y no estaba para eso, pero no iba a encontrarla de otra manera. Probé a llamarla al móvil mientras volvía a urgencias, a pesar de saber que no estaría allí. Me saltó el buzón de voz directamente y mi ansiedad creció exponencialmente. Después de esto, no volvería a hacerle caso a esa mujer cabezona. Tuve que preguntar durante más de media hora, colocar algunas vías y algunos medicamentos, hasta que alguien me dijo dónde encontrarla.

Me dirigí a la habitación que me habían dicho. Estaba demasiado cansado a esas alturas. Me obligaba a ir demasiado rápido, jadeando. Todo mi ser me exigía que llegara cuanto antes. Ya descansaría después. Tenía que ver que Aina estaba a salvo, sacarla de allí como tenía que haber hecho desde un principio.

Llegué por fin y abrí la puerta de golpe. Estaba demasiado nervioso, demasiado preocupado. Me sentía demasiado mal porque estaba empezando a pensar que, si le hubiera contado mis sospechas, si hubiera sido totalmente sincero con ella, habría accedido a venir conmigo desde el principio.

Palidecí aún más, si es que eso era posible. El miedo invadió mi cuerpo, como si nunca hubiera visto más infierno que el que estaba viviendo. El móvil de Aina estaba en el suelo. El paciente estaba muerto, podía notarlo desde la puerta. La ventana estaba abierta... ella no estaba y yo estaba solo en la habitación.

Se la había llevado. 

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