18. Eligoth

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No hacía más que caminar en círculos por el salón de mi piso mientras Häel permanecía tirado en el sofá con una cerveza. Me había pedido que esperara pero ya no podía más. Habían pasado dos días desde que se llevaron a Aina del hospital. Ni siquiera había comido desde entonces y mi estrés no hacía más que aumentar. No podía soportar ni un segundo más estar quieto sin saber, con la desinformación del paradero de mi chica.

Bueno, eso no era del todo cierto. Tenía una leve idea de dónde se encontraba. El problema es que nunca había ido solo. Necesitaba al vago de Häel para llegar hasta ella. O a Ali. Deseché la idea tan rápido como la pensé. Esa mujer solo me traería problemas, más de los que arreglaría. Nunca hacía nada porque sí, ni nada que no fuera en su propio beneficio. Mi "invitado" me sacó de mis pensamientos cuando soltó la bebida de golpe y se puso en pie.

- Si aún estás decidido, es hora de irse.

- Has tardado demasiado, como siempre- bufé. Odiaba tener que depender de un hombre tan lento, tan... todo lo contrario a como me sentía en ese momento.

Me tomó del brazo en silencio. Nunca respondía a mis provocaciones. Sin duda, era un demonio muy raro. Separé un poco las piernas, incómodo. Ese trayecto nunca me había gustado. El lugar al que íbamos, tampoco.

Una vez allí, me tomó unos treinta y cinco minutos reponerme. Tenía el estómago revuelto. No quería pensar siquiera cómo se habrá sentido ella. Joder, estaba tardando demasiado. Debía sacarla de allí ya. Cuanto más tiempo pasase en ese lugar... sacudí la cabeza para ordenar mis ideas. La mansión. Dónde estaba la mansión.

Häel empezó a caminar en una dirección concreta y yo le seguí. Desde donde estábamos no se veía nada más que desolación y tampoco era que pudiera guiarme solo. Me jodía muchísimo depender tanto de otras personas para salvarla. Se me estaba haciendo demasiado largo.

- ¿Estás completamente seguro?

- ¿Qué más te da? Solo vas a llevarme hasta la puerta y a irte, como siempre.

- Tengo que preocuparme por mi hermano.- se encogió de hombros con esa tranquilidad característica de él. ¿Era de verdad posible que nada lo alterará?- Después de todo, mi futuro depende de ti.

- Ya- me tensé aún más al oírle.- No hace falta que lo repitas.

- Lo repito porque- empezó muy serio- parece que lo has olvidado.

- No- repliqué, demasiado molesto. En este infierno era incapaz de esconder mis ojos rojos.- No lo he olvidado.

- Entonces será que no eres muy consciente de a lo que te enfrentas.- ¿Me estaba provocando?- Por el Señor del Inframundo, ¡es un príncipe! Un maldito príncipe del infierno y tú vienes a la carrera y sin estar preparado por una mujer. - me descolocó un poco su reacción, puesto que era la primera que le veía.

- Soy muy consciente- susurré despacio. Necesitaba medir mis palabras esta vez, o nos verían antes de llegar. Perderíamos lo único que tenía a mi favor: la sorpresa-. Sé que tengo que matar a un príncipe. Cómo si se tratase del mismo rey- escupí asqueado de todo-. Para ti.

No dijo nada más y siguió andando, dando por finalizada la conversación. De todos modos, aunque tuviera la necesidad de iniciar una revolución y despojar de su trono al príncipe de la ira, no sería hoy. No sería con ella aquí envenenándose con cada inspiración de este "aire" viciado. Negociaría su libertad y después, con ella a salvo y preparados, los míos y yo daríamos el golpe por fin.

Tardamos mediodía en llegar a la casa. Todo esto era tan irónico para mi, que sospechaba que la hospedarían en mi habitación. Entramos por una puerta trasera que descubrí la primera vez que vine. Häel me dejó solo entonces y se marchó. No es como si esperara que fuera a ayudarme más. Suspiré intentando relajarme. Empecé a subir. Abrí la puerta despacio. Lo que sentí al verla completamente vacía, no puedo explicarlo. En mi mente, los pensamientos fluían rápidos intentando decidir dónde la encontraría. Mi corazón estaba roto, en mil pedazos, asustado de que fuera demasiado tarde. Me giré de golpe enseñando los dientes cuando me llamó.

- Eligoth.- Ali parecía sorprendida, tanto como yo cabreado.- Has venido hasta aquí a por ella. Menudo inconsciente.

- ¿Dónde está? No me hagas repetirlo.- Loca. Me quedé con las ganas de decírselo pero si se la había llevado a algún lado, era mejor no tentar a la suerte.

- Me pidió ayuda- su sonrisa se ensanchó tanto como mi alma se encogió.

¿Por qué? ¿Acaso desconfiaba de mí? Negué levemente. No cometería el mismo error otra vez. Aina estaría asustada en este lugar maldito. Habría pensado que no podría llegar hasta ella. Sonreí levemente. Alouqua empezó a apretarse las manos nerviosa al ver mi expresión.

- Que te quede claro. Siempre- enfaticé mucho esa palabra mostrando toda mi determinación-, siempre llegaré hasta ella. Hagas lo que hagas, tú o cualquiera de los tuyos.

La dejé allí plantada. No me interesaba lo más mínimo perder mi tiempo y el de Aina con esa estúpida hija de Lilith. La encontré en el jardín de la mansión, una hora después. Por fin. Por fin la tenía delante de mí y me había quedado paralizado. No había pensado en cómo me vería. Aquí no tenía forma de esconder mi forma demoníaca. La iba a asustar. Contuve la respiración. Era posible que no me reconociera. Huiría de mi. Saque fuerzas no sé muy bien de dónde y estiré el brazo acercándome despacio. Me sentí ridículo cuando intenté llamarla y tartamudeé.

- A...Aina. Estoy aquí.

Sin embargo ella siempre superaba mis expectativas. Corrió hacia mi sin dudarlo y me abrazó. Ella no lo sabía, pero me acababa de hacer el hombre más feliz del mundo (y de más allá). Ahora sólo queda a ver cómo íbamos a salir de aquí.

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