14. Eligoth

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"Ni que fuera un asesino, mujer". Sus palabras resonaban en mi cabeza como si un feriante hubiera lanzado decenas de cuchillos a su diana: yo. Caminaba de vuelta a mi casa pisando fuerte. Demasiado fuerte, puesto que aún tenía heridas del último aviso. Estaba bastante cabreado y tenía que pagarlo con alguien. Pensé en Ali. No quería volver a verla, pero para pagar mi frustración con alguien estaría bien. Deseché la idea rápidamente. Era mejor no tenerla cerca ni para eso. Y mucho menos después de lo que me hizo hacer delante de Aina. Pensar en ella no arreglaba nada realmente. De hecho, me cabreaba aún más. Era reacio a pensar que le había contado a la estúpida de su amiga lo que me había llevado casi un año conseguir decirle a ella, en apenas cuatro horas. Y sin embargo mi mente viraba en esa dirección. Me estaba comportando como un gilipollas infantil e inmaduro.

Intenté analizarlo de una manera lógica: solo había escuchado esa frase, que bien podía ser una broma o una pulla de Ruth. Eso no confirmaba que Aina hubiera dicho nada de mí pasado. Por otro lado, Ruth no había salido corriendo al verme. Se me hundieron los hombros al comprobar que esa es la reacción que esperaba que todo el mundo tuviera al verme. Aún así el cabreo no se me pasaba y temía mi reacción si alguien hubiera decidido tocarme los huevos un poco más en ese momento. Llevaba demasiado tiempo fingiendo ser lo que no era y había llegado un punto en el que a mí mismo me costaba distinguir a mi propio yo.

Llegué a casa un rato después, bastante molesto aún. El ruido de la ciudad y la cantidad de imbéciles por metro cuadrado que me había cruzado de camino no ayudaban nada a mi ánimo taciturno e irascible del momento. Una vez que cerré la puerta detrás de mí, me sentí a salvo y el nivel de estrés de todo mi ser disminuyó un poco. Mi calma duró demasiado poco. Apenas habían pasado unos minutos desde que llegué a casa y ya estaban llamando a la puerta. Permanecía dejado caer en la puerta de mi piso intentando calmar mi rabia y esa interrupción abrupta de mis pensamientos no hizo más que aumentarla. Abrí la puerta con el ceño fruncido. Mis ojos habían empezado a coger una leve tonalidad rojiza y, sin mirar quien era, le solté una bordería de campeonato.

Mi corazón se partió un poco cuando me di cuenta de que se trataba de Aina, pero por alguna razón, me quedé callado. La deje pasar en silencio, maldiciéndome a mi mismo por ser tan impulsivo. La seguí con la mirada hasta que se paró en el centro del salón. Me miró fijamente. No sé qué se me pasó por la cabeza en ese momento pero fui incapaz de evitarlo.

- Se lo has contado. -la acusé. Me arrepentí al instante, pero ya era tarde.

- ¿De qué estás hablando? ¿En serio piensas eso de mí?- me replicó.- Eres gilipollas si de verdad te crees lo que acabas de soltar.

Me quedé mudo. Nunca me había hablado así, ni tan segura de si misma. Claro que era un gilipollas. Por muchas razones. Y si añadía una más a la lista, seguía mosqueado sin razón y mi orgullo no aceptaba lo que Aina acababa de decir. A pesar de que sabía que tenía razón.

- Lo que no entiendo es cómo has tardado tanto. ¡Ni una mañana!- empecé a alzar un poco la voz, ignorando lo que había dicho.- Podías haberla llamado desde aquí y habérselo contado por teléfono. Se lo podría haber confirmado yo mismo.- mi voz sonaba algo ronca y la intensidad de mis ojos aumentaba despacio. Se quedó callada y bajó la cabeza. Tenía los puños apretados y yo no pude controlar ni mi orgullo ni mis celos.

Unos pocos minutos después de contarle todo y confesarle que estaba loco por ella me había dicho que necesitaba aire y se había marchado sin darme una respuesta. Lo entendí y la dejé marchar a pesar de mi miedo a que no volviera jamás a mi lado. Y entonces, ahí estaba. Delante de mí mientras le soltaba todo mi cabreo y mi frustración encima por no saber qué es lo que ella sentía. Si había venido a por mí o a despedirse. Si ese cambio de actitud era su forma de echarme para siempre o de establecer sus límites a mi lado. Estaba claro que sí seguía dejándome guiar por el orgullo de no aceptar que había metido la pata la echaría definitivamente de mi vida. Tragué saliva manteniendo mi lucha interna por controlarme, confiar en ella y arreglar las cosas. Y en eso estaba inmerso cuando se acercó a mí y me dio una bofetada.

Me llevé la mano a la cara sorprendido y herido a la vez.

- ¡Imbécil!- me gritó- ¡¿De verdad crees que se lo hubiera contado?! Ni a ella ni a nadie, ¡maldito capullo!- Me apoyé de nuevo sobre la puerta de entrada mirándola con los ojos muy abiertos mientras me golpeaba el pecho. Hasta para eso era delicada.- Si hubiera querido joderte la vida habría ido a la policía o a la guardia civil o a la CIA. ¡Yo que sé! Pero no ha una universitaria cotilla que necesita insistir para enterarse de todos los cotilleos de capullo misterioso y popular de la UGR. – de repente se calmó un poco y dejó sus brazos sobre mi cuerpo. La cogí de las muñecas suavemente. Entonces levantó su mirada hasta clavarla en mis ojos, que habían vuelto a ser como siempre.- ¿De qué tienes miedo de verdad, Eligoth?

- De qué me dejes...- susurré muy débilmente.- De que se lo hubieras dicho y te convenciera de dejarme. De qué te dé miedo estar conmigo. De qué te dé miedo yo.

- Definitivamente, eres imbécil.- me susurró dejándose caer en mi- Tienes que entender que tengo vida aparte de ti y que me he esforzado en hacer amigos en la universidad y no lo voy a echar a perder. No puedes hablarme así ni comportarte como un niño abandonado cada vez que me aleje un poco. No lo voy a soportar. Si quieres tener algo conmigo, tendrás que hacerte a la idea.

- Aina... si los mantienes cerca de nosotros... de mi- me rectifiqué- se verán envueltos sin remedio en mi vida, y en todo lo malo que conlleva.

- Tendré que arriesgarme porque no estoy dispuesta a sacrificar nada. Eligoth soy una egoísta. No voy a renunciar a ellos ni a ti. Te amo, ¿vale? Sea lo que sea, lo solucionaremos... juntos.

- Repite eso- le ordené de golpe y la hice sonreír.

- Lo arreglaremos juntos- dijo aguantando la risa. Era consciente de que no era eso precisamente lo que quería oír.

- Eso no- insistí.- Por favor...

- Te amo.

La besé de repente mientras sostenía sus muñecas sobre mi pecho. Lo había conseguido de nuevo. Había hecho que lo que había comenzado como una pelea por culpa de mi orgullo hubiera terminado como el momento más íntimo que había vivido con nadie jamás. Deseé que no se acabara nunca. Quería estar así con ella para siempre, fundidos en el beso más tierno que me habían dado nunca. Mi corazón iba acelerado. Me costaba respirar pero no podía dejar de besarla y ella, para mi sorpresa, no opuso ninguna resistencia. Debía estar en un sueño. Me disculpé susurrando en su oído. No pretendía ser tan... yo, pero a veces no lo puedo evitar.

Después de eso, pasamos un par de semanas tranquilas. Mis heridas habían sanado por completo. Aina no se había separado de mí más que para ir a clase y quedar con sus amigos algunas veces. Me sentía mucho más confiado con ella a mí lado. Estaba algo más tranquilo aunque no demasiado y ella lo notaba. Le agradecía que no me avasallara a preguntas aunque, de vez en cuando, me lanzaba una mirada curiosa.

- Eligoth, – me dijo una tarde, mientras nos dirigíamos a los vestuarios después de nuestro turno en el hospital.- ¿qué es lo que te tiene tan tenso últimamente?

- No es nada, preciosa. Estoy bien.

- Me parece que he descubierto cuándo mientes.- tenía una mueca muy divertida en la cara.

- ¿Eso piensas?- me burlé de ella. Estaba claro que me había pillado pero no tenía intención de hablar de todo lo que me preocupaba en ese momento.- No es nada, de verdad. Relájate.- la besé para distraer su atención pero con ella eso no funcionaba el 90% de las veces.

- Ah no, no. – me apartó despacio- ya sabes que eso no funciona conmigo.

Me reí y tiré de ella hacia el vestuario de los chicos, pegándola suavemente contra la pared y encerrándola entre mis brazos. Sus mejillas se encendieron como si acaba de pulsar un interruptor. Estaba realmente preciosa atrapada debajo de mí. La besé de nuevo, notando los nervios que le provocaba estar en un momento tan íntimo en un lugar tan "público". No podía ser más feliz cuando se fue la luz. No, no, no.

No podía ser. Justo en ese momento no.

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