9. Aina

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No me di cuenta del momento exacto en el que empecé a hiperventilar. Maldición. Se había desmayado y mi cabeza no dejaba de preguntarse si sería una estrategia para que me acercara a él o realmente necesitaba ayuda. Me giré sobre mí misma varias veces, pero la calle estaba completamente desierta. Mi cuerpo temblaba, además de por el frío. Estaba asustada y no sabía... no podía reaccionar. Las dudas me bloquearon aún más. Se suponía que estaba estudiando para actuar en estos casos, ¿no? Se suponía que debía mantener la calma y atenderlo. Me sabía la teoría pero la práctica...

Después de unos minutos, aunque todavía hiperventilaba, me arrodille a su lado llamándolo. No sabía que cuidados podría ofrecerle ya que no tenía ni idea de lo que le había pasado. ¿Exactamente qué o quién le había dejado en ese estado? Venga ya, era Eligoth, un tío de 1.90 como un armario empotrado. Por otro lado, estábamos tirados en medio de la calle, solos, sin absolutamente nadie y el hospital más cercano quedaba como a tres kilómetros de aquí. Era imposible que pudiera llevarlo yo sola y seguía sin responder. Se me hundieron los hombros y mi miedo creció.

Por fin mi cuerpo reaccionó lo suficiente para revisarlo al menos. Si pudiera evaluar los daños que tenía, podría decidir lo mejor que podía hacer en ese momento, pensé. Le levanté la camiseta ensangrentada pero no tenía heridas demasiado graves a simple vista. Tenía algunos cortes en los brazos, la nariz rota, el labio partido y la muñeca rota. No podría levantarlo en ese estado. Además tenía el pecho lleno de moratones. Posiblemente tuviera alguna costilla rota también. ¿Qué iba a hacer con Eligoth? Traté de respirar hondo y de calmarme. Si terminaba por morirse esta noche, jamás podría explicarme a qué había venido eso de soltarme que era un asesino. Y yo tenía que saberlo. Por muy egoísta que sonase, tenía que saberlo. Y si eso me daba la determinación que necesitaba para hacer lo que debía y salvarle la vida, en lugar de quedarme como un gato asustado a su lado, sin ser capaz ni siquiera de respirar, ya haría que me lo agradeciera después. Más tarde... si es que "más tarde" llegaba en algún momento.

Hacía rato que se me había pasado por la cabeza llamar a una ambulancia. De hecho, fue lo primero que se me ocurrió. Y luego se me ocurrieron otros cien inconvenientes para Eligoth si lo llevaba a un hospital. El primero de ellos era que el más cercano era en el que los dos trabajamos. ¿Cómo iba a llevarlo allí y explicarles a nuestros jefes que estaba en ese estado por una pelea? Porque eso era lo que yo suponía por los golpes que podía ver en él. No sabría decirles nada más sobre esto, y nadie confiaría de nuevo en él como enfermero si daba señales de ser alguien problemático. Por otro lado, estaba su confesión. Si lo buscaban y le hacían pruebas, podrían relacionarlo con alguna investigación. Yo sabía demasiado poco sobre ese tema como para arriesgarlo. Sin embargo, ¿qué podía hacer entonces?

Me senté en el suelo, a su lado e intenté acomodarlo un poco. Con cuidado, le puse la mano en la frente. La situación era cada vez peor. Tenía fiebre y seguía convencida de que no debía llevarlo al hospital. Tenía que llegar a mi casa, a la suya, donde fuera, lejos de la calle. Tenía entablillarle la mano y darle algo para bajarle la temperatura. Todo lo demás podría arreglarlo más tarde.

- Eligoth. Eligoth despierta- empecé a llamarlo de nuevo, en un intento desesperado porque se despertara y aguantara el tiempo suficiente como para que caminase, hasta una parada de taxis o hasta su casa. Aunque sabía de sobra que era demasiado pedir en su estado.

- ¿Qué se supone que estás haciendo? – me levanté de golpe al oír esa voz, la voz de otra mujer. Una que, he de decir, no sabía de dónde demonios había salido. Estábamos completamente solos en la calle y ni siquiera la había oído acercarse a nosotros. - ¿Por qué seguís aquí los dos, estúpida niña?

- ¿Perdona? – lo solté sin pensar, cabreada. ¿A quién coño llamaba estúpida?- ¿Y quién se supone que es la experta?

La chica, que a pesar de haberme llamado "niña", no aparentaba más edad que yo, me ignoró por completo y mi cabreo seguía creciendo a cada instante. Se recogió su larguísimo pelo de color azul y se agachó al lado de Eligoth. Era hermosa, toda curvas ella. La mitad de mi cabreo se tornó envidia y cuando puso sus estilizadas y perfectas manos sobre él estuve a punto de matarla. Y yo juzgándolo, ja. Si había matado por algo como esto, hasta podía entenderlo. Sin embargo todo eso se me fue de la cabeza, al igual que la sangre, cuando la vi ponerlo de pie y sujetarlo. Lo iba a lastimar aún más si seguía así. Si tenía costillas rotas...

- Cuando veas que tal vienes y me echas una mano – me increpó, molesta.

Me coloqué al otro lado de Eligoth, sujetándolo como podía, demasiado nerviosa, molesta, avergonzada, cansada, agradecida... ¿Qué más daba? Mi interior era un hervidero de sentimientos que no podía controlar. Ni siquiera me había dicho su nombre y, sinceramente, ya me caía mal.

Cuando un rato después, por fin, lo dejamos en su cama aun inconsciente, me relajé un poco. Fui al botiquín que tenía en la cocina y me puse a curarle las heridas que podía tratar desde ahí, sin todo un equipo médico. No podía evitar mirarla de reojo. Por un lado quería preguntarle tantas cosas... pero no soportaba tenerla al lado. Algo me decía que no debía acercarme, que era peligrosa. Igual que con Eligoth. Pero ya lo había ignorado una vez, ¿verdad?

Al terminar, me acerqué a la ventana. Estaba amaneciendo. Había perdido totalmente la noción del tiempo. No era demasiado consciente del tiempo que llevaba sin dar señales de vida a mi familia. Miré mi teléfono con varias llamadas y mensajes de mi madre, de mis amigos... Les escribí rápidamente que estaba bien y me giré hacia la cama. Había abierto los ojos, parecía algo más descansado, algo mejor y sin embargo... De sus ojos (que habían cambiado de color, debo añadir) emanaba una seriedad tan grave, un enfado tan severo, que no pude más que dejarme caer por la pared y encogerme un poco en el suelo, sin dejar de mirarlo, a pesar de que ni siquiera me miraba a mí. No podía pensar más que una sola cosa.

¿Qué era él...?

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