"Llovía a mares. Era de noche y el frío me helaba hasta el tuétano. Abrí los ojos, desorientado y me levanté. Yo iba en manga corta. No esperaba este frío. Es más, no solía afectarme la temperatura. Tiritaba. Eché a caminar, tratando de que mis ojos se acostumbrasen a la oscuridad. Entonces me di cuenta. Estaba demasiado oscuro. Unos minutos después pude distinguir un edificio. Estaba en la Gran Vía de Granada, en medio de la calle. Solo. No había ni un alma, ni un coche, ni un bus... nada. Me giré bruscamente. Buscaba un reloj, una luz en alguna ventana, algo. Y seguía sin haber nada. El viento frío golpeaba mi piel mojada por la lluvia. No se escuchaba el más mínimo ruido de la ciudad. Solo el sonido del agua al golpear el asfalto y los charcos que se habían formado.
La tormenta fue a peor mientras yo deambulaba por la ciudad desierta, buscando algo, a alguien. ¿Dónde estaba todo el mundo? Había recorrido la mitad de la ciudad. Había corrido, caminado, gritado. Nada. Estaba completamente vacía. Estaba solo en una ciudad desierta. Mi mente comenzaba a desvariar. Desde apocalipsis hasta epidemias. Todo lo malo que me podía imaginar y que provocase como resultado una Granada deshabitada, pasaba por mi mente, atormentándola. Respiré hondo y decidí dirigirme a casa.
Tuve que echar la puerta abajo. No tenía llaves, ni cartera, ni móvil. De todos modos me preguntaba si habría cobertura en algún lado. El piso estaba igual de oscuro que el resto. Nadie. Tampoco sé muy bien qué esperaba. ¿A Aina? ¿Dónde estaría? Abrí la nevera con la respiración cada vez más agitada. Sentí un escalofrío. Y no era solo del frío que sentía y que empeoraba por momentos. Ya tenía las puntas de los dedos y los labios algo amoratados. ¿Quién lo iba a decir? El frigo no tenía luz. Estúpido de mí. Estaba todo desconectado. Imaginaba que la tormenta había cortado el suministro eléctrico. Me dirigí entonces a mi dormitorio, temblando ya casi violentamente, con intención de quitarme la ropa empapada. No sabía dónde había ido nadie y no tenía ni idea de a dónde ir. Mi moto no estaba así que... ¿Qué otra opción había? Me quedaría en casa, al menos hasta que pudiese pensar con claridad.
Coloqué la mano en el pomo. Estaba congelado y me hizo estremecer. Tenía esa sensación recorriéndome por el cuerpo, agitando mi respiración como nunca. Abrí la puerta de golpe, jadeando. Estaba demasiado nervioso. La cama estaba deshecha. Las sábanas estaban enmarañadas y la almohada en el suelo. Eso... eso no era propio de mí. ¿Qué coño estaba pasando? Debido a mi estado de nervios, tarde más de lo que me hubiera gustado ver que había algo en la cama. Pero no veía bien. ¿¡Qué les pasa a mis sentidos!? Empezaba a cabrearme de verdad, deseaba ver bien, oír algo, lo que fuera.
Empezó a moverse. No era algo lo de la cama, era alguien. Se incorporó. ¿Quién era? Traté de hablarle, de gritarle... pero no tenía voz. No podía decir nada y mi ansiedad creció. Avanzó hacia mí, despacio, como arrastrándose, como un zombi auténtico. En mi interior el miedo se acrecentó. No, no era miedo. Era pánico, terror. Me pegué a la pared asustado como nunca en mi vida recordaba. La figura se paró a centímetros de mí. Un rayo iluminó la habitación en ese momento, el tiempo justo para que la viera. Era Aina. Ensangrentada, con varias puñaladas y un corte muy profundo en el estómago. Me puso la mano en la cara, como yo había hecho con ella y susurró.
- Asesino..."
Abrí los ojos de golpe, con los puños cerrados agarrando la sábana. Suspiré, relajando mis músculos. Cubrí mis ojos con el brazo, tratando de tranquilizarme. Estaba cubierto de sudor debido a ese maldito sueño. Me repetía una y otra vez que sólo se trataba de un mal sueño, pero sus palabras resonaban en mi cabeza como un martillo golpeando mis sienes. Me incorporé malhumorado. Cogí la lámpara que había en la mesilla y la estrellé contra el armario. Me fui derecho al baño y me metí en la ducha. El agua fría me ayudó a serenarme un poco. ¿Qué demonios había sido todo eso?
Empezaron a golpear suavemente la puerta del baño y mi estrés creció exponencialmente. No recordaba que estuviera con nadie y respondí bruscamente tirando de la puerta bastante cabreado. Mi corazón dejó de latir al tiempo que la sangre se me helaba en las venas al verla al otro lado de la puerta, preocupada. Mierda. Retrocedió, asustada. Se asustaba de mí. Esa idea me hizo sentir bastante peor. Tenía claro que no era la mejor persona del mundo pero me estaba esforzando para que ella, concretamente ella, se sintiera bien a mi lado. Y precisamente por eso, mi autoestima se desplomó. Reaccioné un poco, intentando ser algo más comedido con mis reacciones.
- Aina...
- ¿Qué ha pasado en tu dormitorio? – se envalentonó un poco. – Está todo lleno de cristales rotos.
- Pues...- me pasé las manos por el pelo, echándolo hacia atrás- Digamos que es el resultado de una muy mala noche para mí.
- No puede ser. El gran Eligoth teniendo pesadillas – se empezó a reír de mí y sonreí, un poco mejor.
- Claro que tengo pesadillas – terminé de vestirme. Me había pillado a medias.- Como todo el mundo.
Y, aunque no era mi intención, sonó melancólico. No era una persona normal. No tenía nada de normal. Ella misma me lo había dicho la noche anterior. "¿Acaso hay algo de normal en tu vida?". No es divertido ser normal, fue mi respuesta. Y seguía pensando eso, por supuesto. Había desventajas. Por ejemplo, ¿cómo iba a tener una amistad sincera con nadie si no era capaz de ser sincero? La miré de reojo, mientras hacía el desayuno. Nunca hubiera imaginado que sería alguien tan especial, alguien que me hacía ser un poco mejor. Dentro de mis limites, desde luego. Y si se había asustado de mi reacción a una pesadilla, si había pensado que igual debería alejarse de mí, hacer otros amigos, olvidarse que existo o que era peligroso para ella, si alguna vez se lo había planteado, ¿cómo le iba a hablar de lo que suponía vivir mi vida?
Al sentarme con ella a desayunar no podía dejar de pensar que era un egoísta. Un egoísta egocéntrico. En el fondo sabía que estaría mejor lejos de aquí, del torbellino en el que vivía y que un día le podía salpicar. Y sin embargo, no la quería lejos. La quería a mi lado.
Terminé de desayunar sin decir nada y fui a limpiar la habitación. Aina entró detrás de mí y se sentó en la cama a mirarme. Por lo visto le encantaba ver cómo limpiaba mientras se reía de mi persona realizando labores del hogar.
- Si llego a saber que te ibas a quedar ahí descojonándote de mi desgracia, te lo habría dejado a ti.- comenté divertido.
- Ni hablar, lo has roto tú. Te toca a ti limpiarlo.
- Pues ha sido por tu culpa- murmuré, pensando que no me escucharía.
- ¿Mi culpa? – se le escapó una buena carcajada- ¡Eso quiere decir que sueñas conmigo! Al final va a ser verdad eso de que te gusto más de lo que quieres admitir.- la miré de reojo, sonriendo y algo ruborizado.
- No tenías que oírlo, cotilla.
- Bueno y hablando de eso. – se acercó y me miró fijamente. Me sorprendió la determinación que había conseguido últimamente. – De lo cotilla que soy. ¿Me vas a contar algo más de ti en algún momento?
- Si, algún día. – le mantuve la mirada, tranquilo por fin.
- ¿Ahora mismo?- insistió. Si era lo que quería...
- Vale – me apoyé en el armario y me crucé de brazos, poniéndome serio.- ¿Pero qué harías si te dijera que he matado a alguien?
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Adicción
Short Story¿Cómo te sentirías si ese sueño que has tenido toda tu vida empezase a hacerse real? ¿Y si además no fuese exactamente como lo habías esperado? Pues eso es lo que le ha pasado a Aina durante su primer curso en la universidad de sus sueños.