El líquido caliente y amargo del café quema mi boca en el instante en el que le doy un trago al vaso térmico que sostengo entre los dedos. Un gemido adolorido se me escapa de los labios y maldigo para mis adentros mientras muevo la lengua para comprobar la integridad de mis papilas gustativas dañadas.
Acomodo mi vieja mochila repleta de libros sobre mi hombro, al tiempo que trato de lidiar con un puñado de carpetas que contienen ensayos que podrían salvarme de no reprobar el semestre.
Mi teléfono suena en el bolsillo trasero de mis desgastados vaqueros, y de pronto me veo en la imperiosa necesidad de pedirle a Dios que me crezca un tercer brazo para poder responder.
Maldigo una y otra vez en mi cabeza, mientras entro al campus de la universidad donde estudio. Casi al instante, soy empujada por una chica que corre en dirección a uno de los edificios y no puedo evitar regalarle una mirada furibunda que no creo que haya notado.
Mi teléfono suena una segunda vez en menos de tres minutos y aprieto los dientes.
¿Por qué los malditos teléfonos inteligentes no pueden ser lo suficientemente inteligentes como para contestarse solos?...
—¿Necesitas ayuda? —la voz femenina a mis espaldas, hace que gire sobre mi eje. Fernanda, mi mejor amiga, me mira con diversión, al tiempo que alcanza las carpetas que tengo en las manos y me quita el contenedor térmico de café para darle un sorbo—. ¡Uh!, ¡quema!
Reprimo una sonrisa mientras rebusco en mis bolsillos hasta alcanzar mi celular. No he alcanzado a contestar, pero el número del que llamaron ni siquiera está registrado en la agenda de mi teléfono.
Le quito el vaso a mi amiga una vez más y caminamos juntas en dirección al edificio donde compartimos clases.
Ella parlotea acerca de un ensayo que ni siquiera he empezado y hace mala cara cuando le cuento que ni siquiera he leído el texto que debíamos analizar para realizarlo.
—Tamara, debes ponerte a estudiar. Tus redacciones, por muy buenas que sean, no harán que te gradúes —me reprime y sé que tiene razón.
—¡Lo sé!, ¡lo sé!, mamá va a matarme si repruebo —hago una mueca de auténtico pesar.
Mi amiga rueda los ojos al cielo.
—Te pasaré el resumen —masculla, con irritación—, pero tú tienes que hacer el ensayo —hace una mueca cargada de fingido fastidio y, entonces, añade—: Asegúrate de no sacar mejor nota que yo.
Una sonrisa radiante me asalta en ese momento y un agradecimiento se me escapa a manera de chillido entusiasmado. Mis brazos se envuelven alrededor de su cuello en un abrazo apretujado e incómodo, que solo hace que se queje de la brutalidad de mi gesto. Yo, en respuesta, la estrujo con más fuerza.
—¡Déjame ir! —espeta, pero soy capaz de percibir la sonrisa en el tono de su voz—. ¡Eres una salvaje!
Una sonrisa satisfecha se apodera de mis labios y, luego de estrujarla un poco más, la dejo en paz.
Si no fuera por ella, sería un desastre académicamente. Las notas y los resúmenes que me facilita han sido mi salvación durante casi tres años de carrera.
Yo, a cambio, le retribuyo todo al final de cada semestre, cuando hay que hacer extensos análisis y narraciones. Somos el equipo perfecto.
—Si sacas mejor nota que yo, tendrás qué compensarme —dice, al tiempo que abre una de las carpetas que sostiene entre los dedos.
—¿Compensarte? —sueno más indignada de lo que pretendo—, ¿cómo se supone que debo compensarte por facilitarme un resumen que puedo hacer por mi cuenta?
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MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!
RomanceEN FÍSICO Y DIGITAL A TRAVÉS DE AMAZON. • Esta historia está disponible como audiolibro en Audible Español. "Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer mientras que no la ame." -Oscar Wilde.