Capítulo 26

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—No tenías por qué ponerte a cocinar —la voz quejumbrosa de Gael llega a mis oídos e, inevitablemente, una sonrisa boba se desliza en mis labios.

No respondo de inmediato. Me limito a menear los huevos revueltos que tengo en la cazuela delante de mis ojos, segundos antes de verter sobre ellos la salsa que he hecho.

—Pero quería hacerlo —digo, en voz baja, luego de otros instantes más de silencio, sin siquiera molestarme en mirar en su dirección.

Ahora mismo, se encuentra sentado en una de las sillas del comedor. Yo hace rato que estoy instalada frente a la estufa de la diminuta cocina del apartamento, dándole la espalda, mientras trabajo en el almuerzo que estoy empeñada en tener.

Nada ni nadie impedirá que el día de hoy desayune huevos en salsa como los que prepara mi madre.

Ni siquiera la ansiedad que me invade. Mucho menos el nudo en el estómago que no me ha abandonado desde que Gael Avallone decidió quedarse aquí a almorzar conmigo.

«¿Por qué demonios tiene qué hacerle esto a mis nervios? ¿Por qué carajo no soy capaz de relajarme en su presencia?...»


—Pudimos haber ido a almorzar algo por ahí —Gael insiste, medio fastidiado; medio divertido—. Te dije que yo te invitaría.

—Y yo te dije que no necesito que me invites a ningún lado —refuto. No es mi intención sonar orgullosa, pero lo hago de todos modos.

—Lo que pasa es que eres necia y testaruda, y se te ha metido en la cabeza la idea de llevarme la contraria siempre —el magnate insiste y yo, inevitablemente, ruedo los ojos al cielo.

—¿Podrías dejar de quejarte? —digo, con fingida molestia pintándome la voz, al tiempo que me giro sobre mis talones para encararlo—. Agradece y disfruta el hecho de que estoy preparándonos el desayuno. No volverá a suceder.

El magnate entorna los ojos en mi dirección.

—¿Ves lo que te digo? Contigo puras agresiones —suelta, pero la sonrisa que tira de las comisuras de sus labios, me hace saber que solo está tratando de hacerme enojar—. Primero te empeñas en cocinar cuando no hay necesidad de que lo hagas, y luego dices que nunca volverás a hacerlo. ¿Es que acaso tratas de engatusarme con tu comida para luego privarme de ella?

Una sonrisa irritada se apodera de mi rostro en ese momento y sacudo la cabeza en una negativa.

—Y luego dicen que la dramática soy yo —mascullo, sin dejar de sonreír.

Una risa suave y ronca escapa de la garganta del hombre de aspecto descuidado que se encuentra sentado en una de las sillas del comedor y mi corazón aletea en respuesta.

—Ven aquí —dice, al tiempo que estira una mano en mi dirección—. Déjame besarte...

Todo dentro de mí se revuelve en ese momento y, de pronto, el aliento se atasca en mi garganta.

Euforia, ansiedad, emoción... Todo se arremolina en mi interior y me hace difícil pensar con claridad. Me hace difícil hacer otra cosa que no sea mirarle la boca. Mirarle esos labios mullidos tan suyos que no hacen más que sacarme de quicio...


La distancia que nos separa es acortada por mis pasos tímidos y torpes y, una vez cerca, Gael se recorre hacia atrás en la silla, de modo que, cuando me detengo frente a él, quedo acomodada en el hueco creado por sus piernas entreabiertas.

MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora