Para el momento en el que Gael sale de su oficina, yo ya me siento impaciente y ansiosa de nuevo. De hecho, si puedo ser honesta, no he dejado de sentirme ansiosa desde el momento en el que lo dejé ahí, de pie en el parque afuera de la estación del tren, hace una semana. Sin embargo, puedo asegurar que lo que siento ahora, no se compara en lo absoluto con lo que había estado experimentando los últimos días.
El estado de mis nervios, a pesar de ser similar, es más llevadero ahora. Más... dulce.
Gael avanza a toda velocidad cuando sale de la inmensa estancia en la que trabaja y eso me saca de balance por completo. Sin embargo, no es hasta que noto la mueca exaltada que lleva en el rostro, que la alarma se enciende en mi sistema.
Lleva un maletín en una mano y las llaves de su auto en la otra y, por el andar apresurado con el que se mueve, me da la impresión de que necesita marcharse a la voz de ya.
Yo, que me encontraba sentada en uno de los sillones de la recepción de su oficina, me pongo de pie al ver su gesto preocupado y ansioso.
—Tamara, lo siento mucho —dice y suena airado. De hecho, luce descompuesto hasta la mierda. La tensión que irradia su cuerpo lo delata por completo—. Tengo que irme. Surgió un imprevisto.
«¿Por qué está así de alterado?»
—¿Qué...? —comienzo, medio aturdida, incapaz de procesar qué es lo que está ocurriendo, pero ni siquiera sé qué es lo que quiero preguntar. Ni siquiera sé qué es lo que quiero decirle.
—Hablamos luego, ¿vale? —me interrumpe—. Tengo que irme. Lo siento mucho.
Entonces, sin darme tiempo de responder nada, se precipita hasta el ascensor. Acto seguido, presiona el botón y, cuando el elevador llega, sube en él sin siquiera dedicarme una última mirada.
La confusión y el aturdimiento me mantienen en mi lugar durante un largo momento, y la insidiosa sensación de estar perdiéndome de algo importante me llena el pecho poco a poco. De pronto, la llamada que el magnate recibió se siente como un presagio. Como la señal de que algo caótico está a punto de ocurrir y, por más que trato de sacarme esa sensación del pecho, no puedo hacerlo. No puedo hacer nada más que darle vueltas una y otra vez a lo que acaba de pasar.
Cierro los ojos con fuerza y tomo una inspiración profunda.
Para el momento en el que dejo ir el aire con lentitud, me siento un poco menos inquieta. Un poco menos fuera de balance, y aprovecho esos instantes de paz, para decirme a mí misma que tengo que dejar de hacerme esto. Para decirme que debo dejar de torturarme y confiar en que todo está bien. En que, seguramente, Gael tuvo una urgencia laboral y que es por eso que tuvo que dejarme así.
«No. No ha sido eso. No se siente correcto...» susurra la voz en mi cabeza y aprieto los dientes con fuerza, al tiempo que trato de reprimirla. «Algo pasó. Algo le dijeron en esa llamada telefónica y no tiene nada que ver con el trabajo»
Una maldición brota de mis labios en ese momento y sacudo la cabeza en una negativa furiosa, solo porque no puedo creer que esté haciéndome esto. Solo porque no puedo creer lo autodestructiva que puedo ser cuando me lo propongo.
—Tienes que parar, Tamara Herrán —murmuro para mí misma, al tiempo que cierro los ojos otra vez—. Tienes que dejar de hacerte esto o vas a hacerte mucho daño...
Abro los ojos.
Un suspiro pesaroso escapa de mis labios en ese momento y una punzada de decepción me llena el pecho.
ESTÁS LEYENDO
MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!
RomanceEN FÍSICO Y DIGITAL A TRAVÉS DE AMAZON. • Esta historia está disponible como audiolibro en Audible Español. "Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer mientras que no la ame." -Oscar Wilde.