Decir que Gael Avallone está furioso, es una expresión ambigua si la comparamos con la realidad de lo que estoy presenciando. Decir que el aura iracunda que emana es tan poderosa que me hace sentir pequeña e intimidada hasta la mierda, es una expresión un poco más acertada por decir, aunque sigue sin comparársele del todo.
Jamás había visto a una persona en este estado nervioso. Nunca, en toda mi vida, me había topado con una persona que estuviese así de enojada. Así de... alterada.
No ha dicho nada desde que subimos a su coche. De hecho, no ha dicho absolutamente nada desde que salimos del bar y empezamos a caminar hasta el estacionamiento público en el que dejó su coche; sin embargo, no ha sido necesario que lo haga. Su rostro lo dice todo. La manera en la que sus manos grandes aferran el volante, la forma en la que su mandíbula se aprieta en un gesto que se me antoja doloroso, el ceño profundo que se ha dibujado en su entrecejo, la tensión en sus hombros... El lenguaje de su cuerpo lo delata y yo, más allá de sentirme asustada por la manera en la que está comportándose, me siento... protegida. Me siento cuidada, por extraño y enfermo que suene.
Hacía mucho tiempo que no me sentía de esta manera. Hacía muchísimo tiempo, que no sentía que alguien de verdad se preocupaba por mí, a pesar de que sé lo mucho que le importo a mi familia. A pesar de que sé que mi mamá y mi papá no hacen más que procurarme.
No sé a qué se deba. No sé por qué se siente como si hubiese pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien se interesó en mi bienestar de esta manera, cuando mi familia no hace más que estar al pendiente de mí...
No me he atrevido a preguntar a donde nos dirigimos. Todo el camino la he pasado en silencio, temerosa de romper el hielo y recibir una bofetada emocional con alguna de sus respuestas. Me he limitado a mirar por la ventana para no tener que enfrentarlo. Para no tener que lidiar con el centenar de emociones que tengo acumuladas en el pecho.
Hay tanto que quisiera preguntarle ahora mismo respecto a esta noche. Hay tanto que me gustaría saber sobre su actitud hacia conmigo y que, al mismo tiempo, me aterra descubrir...
—¿Desde aquí cómo llego a tu casa? —el magnate pregunta, al cabo de un rato y me saca de mis cavilaciones.
—No quiero ir a mi casa —digo, y de inmediato me arrepiento. He sonado patética. Necesitada...
«¿Qué demonios está mal conmigo?»
El silencio que le sigue a mis palabras, no hace más que incrementar la vergüenza que siento ahora mismo. No hace más que provocarme unas ganas inmensas de estrellar la cara contra el vidrio de la ventana hasta perder el conocimiento.
—¿A dónde quieres ir, entonces? —Gael suena cauteloso ahora, como si no estuviese seguro de lo que está diciendo. Como si mi respuesta lo hubiese tomado con la guardia baja.
Me encojo de hombros y trato, desesperadamente, de no lucir tan ansiosa como me siento.
—No lo sé —digo, porque es verdad.
—Tamara, de verdad, no estoy de humor para esto —de pronto, el tono de Gael se torna irritado. Impaciente—. Lo único que quiero ahora mismo es irme a casa, así que dime cómo llego a la tuya de una vez para poder irme a dormir de una vez por todas.
—Ya te dije que no quiero ir a casa —digo, y las ganas que tengo de golpearme, regresan; sin embargo, son ligeramente eclipsadas por el coraje que ha comenzado a correrme por las venas—. Si me sacaste del bar, para llevarme a mi casa, mejor me hubieras dejado allá.
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MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!
RomanceEN FÍSICO Y DIGITAL A TRAVÉS DE AMAZON. • Esta historia está disponible como audiolibro en Audible Español. "Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer mientras que no la ame." -Oscar Wilde.