Capítulo 39

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El sonido de mi respiración agitada invade todo el lugar en el instante en el que Gael se aparta de mí y une su frente a la mía. Yo, sin embargo, no abro lo ojos. No me permito volver a la realidad todavía. No cuando Gael me sostiene de la forma en la que lo hace. No cuando el mundo entero parece haber ralentizado su andar apresurado...

Un suspiro se me escapa en el instante en el que los brazos del magnate se cierran a mi alrededor con más fuerza que antes, pero no es hasta que se aparta de mí y me ahueca un lado de la cara con su palma abierta, que me atrevo a encararlo.

Las tonalidades amarillentas, doradas y cafés de sus ojos me reciben en el instante en el que abro los míos y, a pesar de que las he contemplado un montón de veces, me dejan sin aliento una vez más. La tormenta de miel que conforma su mirada es tan abrumadora e intensa, que lo hace lucir intimidatorio.

Un escalofrío me recorre de pies a cabeza cuando su vista se clava en mi boca, pero no es hasta que su pulgar traza una caricia en mi labio inferior, que la anticipación empieza a formar un nudo en mi estómago.

—No tienes idea de cuánto te eché de menos —susurra, y su voz suena tan ronca y profunda, como la de alguien que no ha hablado durante mucho tiempo—. No tienes idea de cuán difícil fue para mí el mirarte en mi oficina y tener que obligarme mantener mis sentimientos a raya.

Sus ojos se clavan en los míos y me quedo sin aliento durante unos segundos.

Yo no respondo. No puedo hacerlo.

—Tamara... —murmura, al cabo de unos segundos—. Necesito que me prometas algo...

—Gael... —comienzo, pero él niega con la cabeza para hacerme callar.

—Necesito que me prometas que nunca más va a haber secretos entre nosotros —dice—. Que nunca más vas a ocultarme algo como lo que te hizo mi padre.

—Gael, yo...

—Promételo, Tamara.

Enmudezco por completo.

No puedo responder. No soy capaz de hacerlo. No cuando que no he sido honesta del todo. No cuando que él me oculta algo...

—Prométeme que no vamos a permitir que terceras personas, intrigas o cualquier mierda ajena a nosotros, nos destruya —dice y algo dentro de mí se estruja con violencia—. Promételo...

No puedo hacerle esa clase de promesa.

No todavía.

No aún...

«Solo... bésalo». Susurra la voz insidiosa de mi cabeza y yo, abrumada y horrorizada por lo que pueda ocurrir, la escucho. La escucho y planto mis labios sobre los de Gael en un beso más urgente que el anterior. Más vehemente.

Un gruñido ronco retumba en el pecho del magnate y, en ese momento, sus brazos se envuelven alrededor de mi cintura con mucha fuerza.

Acto seguido, eleva mi peso de modo que mis pies dejan de tocar el suelo y, en el proceso, un grito ahogado se me escapa. A él no parece importarle en lo absoluto. No parece molestarle para nada ni mi protesta, ni mi peso, ya que ha empezado a caminar conmigo a cuestas.


No sé cuánto avanzamos antes de que me deposite en el suelo una vez más y, empecemos a andar a ciegas —porque no hemos dejado de besarnos— por la estancia; sin embargo, en el momento en el que mis talones chocan con el primer peldaño de la escalinata que lleva al piso superior, otro sonido ahogado se me escapa.

MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora