Capítulo 31

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Durante unos instantes, no soy capaz de moverme. No soy capaz de procesar lo que acabo de escuchar. No soy capaz, siquiera, de respirar como es debido.

La confusión es lo primero que me invade. A ella, le sigue el enojo, el coraje y la frustración. Le sigue la ira incontenible provocada por la mera realización de lo que está ocurriendo.

Un nudo de impotencia empieza a formarse en mi garganta y, de pronto, me encuentro aquí, de pie a medio camino entre la sala y el pasillo que da a la habitación de mis padres, muy quieta, tratando de asimilar lo que está pasando.

Indignación, impotencia, rabia... Todo se arremolina en mi interior y me hace difícil concentrarme en nada cuando la verdad se asienta en mis huesos. Cuando, en mi cabeza, la claridad de la situación se vuelve abrumadora.

David Avallone está detrás de lo que está ocurriéndole a Fabián —a los restaurantes de su familia—; y yo, presa de la ira que ha empezado a hervir en mi interior, no puedo hacer otra cosa más que apretar la mandíbula para no gritar; para no espetarle con toda la fuerza de mis pulmones, que es un hijo de puta y que espero que se pudra en el infierno por atreverse a involucrar en mi familia —así se trate de una persona como Fabián— en todo esto.

Una parte de mí, esa que es impulsiva y descuidada, me pide que lo haga. Me pide que lo confronte y le haga saber lo que pienso; sin embargo, en esta ocasión, mi sentido común es más fuerte. Es más dominante y es por eso que me obligo a mí misma a tragarme la rabia que está provocándome un dolor intenso en el estómago.

«¡No puedes permitir que se salga con la suya!» Grita mi subconsciente, presa de la ira cegadora. «¡Tienes que hacerle saber que no va a amedrentarte! ¡Tienes que hacerle saber que no vas a caer en sus juegos, y tienes que hablar con Gael a la voz de ya!»

Sé que tiene razón.

Sé que tengo que ponerle un punto final a todo esto, es por eso que, a pesar de que quiero gritarle para luego colgarle al teléfono, me obligo a avanzar en dirección al piso superior de la casa, para que nadie pueda escucharme hablar.


—Deme un segundo —pido, en un siseo ronco, al tiempo que subo las escaleras.

David dice algo respecto a no tener intención alguna de hablar conmigo; sin embargo, no finaliza la llamada. No hace nada para cortar la comunicación conmigo.

Así, pues, con el teléfono en la mano, me abro paso hasta la planta alta y una vez ahí, me introduzco en mi antigua habitación y cierro la puerta para luego echar el pestillo.

Mi pulso, llegados a este punto, se ha acelerado lo suficiente como para hacerme sentir inestable; y el enojo se ha afianzado con tanta fuerza en mis huesos, que ya ni siquiera soy capaz de sentirme tan asustada como hace unos instantes. Que ya ni siquiera puedo sentirme perturbada por el hecho de que David Avallone está del otro lado de la línea. Es por eso que, presa de toda esa furiosa valentía, espeto:

—No sé qué diablos pretende conseguir con todo esto —mi voz suena inestable y temblorosa, pero no es gracias al miedo. Es gracias a la ira incontenible que hierve en mi torrente sanguíneo—, pero de una vez le digo que no va a funcionar. No voy a darle lo que quiere solo porque trata de jugar a la intimidación conmigo.

Una risa retumba en el auricular de mi teléfono y otro escalofrío me recorre de pies a cabeza.

—Creo que no has entendido, Tamara —David suena genuinamente entretenido. Tanto, que podría apostar todo lo que tengo a que todavía está sonriendo como imbécil en este momento—; yo no estoy jugando a nada contigo. Lo mío es muy en serio. Ya te lo dije antes: si no te alejas de mi hijo, tendrás que atenerte a las consecuencias. Lo que le pasó a tu cuñado, es apenas el principio para lo que tengo planeado. ¿Sabías que engaña a tu hermana? ¿Cómo crees que le siente a ella enterarse de eso en estos momentos?

MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora