Su infancia había sido un completo infierno.
Nadie además de él conocía cada sentimiento exacto que había vivido en su niñez. Le había tocado crecer tan rápido, madurar de un día para otro y aprender a defenderse de sus propios demonios.
Es que nadie podría comprenderle nunca. Aunque no lo demostrara, vivía con el resentimiento de no haber tenido una familia normal en el pasado. Sinceramente, ahora le importaba muy poco si su familia estaba bien o mal. Con el paso del tiempo había aprendido a vivir solo y a preocuparse por él. ¿Por qué iba a hacerlo por alguien más, si nadie nunca lo había hecho por él? Era frustrante recordar cada escena de su infancia, y aun peor era cuando en su cabeza se le presentaban recuerdos de su jodido pasado. Y vaya, que jodido había sido ser Ruggero Pasquarelli de dieciséis. O un Ruggero Pasquarelli de diecisiete. Siempre metido en problemas y buscándole líos a otros.
Pero no era exactamente Ruggero la razón de su forma de ser. Aunque él se repetía mil veces que esa era su naturaleza, sabía perfectamente que había algo que le había hecho volverse así. Porque un tipo normal no era impulsivo, grosero y violento de un día para otro. Le había pasado suficiente como para volverse de esa manera y no tener opción a cambiar.
Significaban muchas cosas. Cosas que le jodían en lo más profundo de su corazón, pero que afloraban rápidamente cuando estaba solo. Y ahora precisamente lo estaba.
Caminaba entre la gente mientras fumaba un Derby. Sus ojos estaban lo bastante hinchados y la verdad es que ya no le provocaba llorar más. Y aunque buscaba exactamente una palabra para describir su estado actual, no podía encontrarla. No podía describir como se sentía interiormente, sin embargo se esforzaba en analizar las cosas en un ángulo mejor que el de hace unas horas, donde no podía pensar más que con los puños.
Entonces volvió a tensarse al recordar cada palabra de Karol. Jamás habían discutido tanto ni se habían dicho tantas cosas de esa magnitud. Pero es que no había sabido de que otra manera reaccionar ante lo que Karol le había contado.
Y otra vez… otra vez quiso gritar y desquitarse con el primero que sus ojos veían pasar. Dejó salir humo de su garganta y siguió caminando en una dirección que él no conocía. Su cuerpo estaba en la tierra, pero sus pensamientos habían volado lejos desde ya hace mucho. Y en lo único que podía centrarse… era en Karol... en ella y en esa niña la cual le había mencionado. Su piel se erizó al imaginársela, sintiendo una gran opresión en el corazón. Maldita sea… ¿una niña? ¿Su hija? Pero es que… ¿de qué manera podía creerle? Y Dios, él no sabía nada de esas cosas. Absolutamente nada. ¿Cómo podría asimilar el hecho de que tenía una hija de dos años? ¿Ella iba a aceptarlo? ¿Iba a aceptar al padre más problemático del planeta? La idea le horrorizaba. Dios… por supuesto que no. No lo iba a aceptar. Le iba a tener miedo como casi todas las personas que le conocían verdaderamente. Porque en su interior todavía veía a ese Ruggero prepotente y gilipollas que había causado miedo en muchas personas. Y en ella también lo haría. En esa pequeña niña también lo haría.
El cigarrillo se consumió y de pronto no tenía otro más. Jodido vicio. Tuvo que caminar sin nada calentándole la boca. Recordaba que en la adolescencia ese había sido su método de escape ante el mundo en el que tenía que vivir. Pero no había sido algo a lo que hubiera estado prohibido. Todo lo contario, desde que había cumplido los treces años su padre le había enseñado a fumar. Con el paso de los meses, ya sabía hasta follar. Y era un experto por lo mismo.
Poco después, sus habilidades fueron aumentando. No solo sabía fumar, follar o defenderse de cualquier cabrón, sino que también sabía robar. Un arte sucio, pero en concreto un arte.Cuando su familia se quedó sin nada por las innumerables deudas que tenían pendientes, las cosas en su casa se pusieron realmente más duras que antes. Entonces todo se hizo más difícil. Ya no eran solamente las deudas, eran sus padres, las malditas discusiones diarias y el carácter de ambos. No había un solo día en el que los dos no se refugiaran en alguna droga barata. Y él les veía. Les veía consumirse de esa manera y no había nada que le doliera más en ese momento.