El banco federal abría las puertas exactamente a las ocho y media de la mañana, solo para personal autorizado. Incluyendo seguridad y los hombres de limpieza. Diez minutos después, empezaba la hora de atención. Son solo cinco personas quiénes se aglomeraron en la entrada esperando que las puertas se abriesen. La calle parecía normal, hacía bastante frío y los autos corrían. Una cámara de seguridad apuntaba la entrada del banco federal, estática y con una luz parpadeante. Había silencio, mucho silencio. De pronto el sonido del móvil de unos de los que esperaba a fuera del banco, empezó a sonar. Este contestó y se separó un poco del resto de gente. Ahora solo podía escucharse a este, discutiendo con una mujer que quizá era su novia.
Los minutos pasaron, una mujer de edad avanzada empezó a quejarse porque el banco no habría sus puerta y tenía incontables cosas que hacer. Otro hombre hizo lo mismo. Hasta que por fin, un guardia de seguridad quitó ambos seguros por dentro de las mamparas blindadas del banco. Se disculpó por la tardanza y los hizo a pasar a todos, colocándose fuera de la puerta, vigilante.
Pero una mujer, de las cinco personas, se quedó fuera.
- Creo que necesito ayuda. - el oficial bajó la mirada. Una mujer exuberante le hablaba a pocos pasos de su cuerpo. Tenía unos jeans apretados, un suéter favorable y un escote demasiado bueno para ser verdad. Se quedó impactado por el color de sus labios, rojo, fuerte, deseable, y sus ojos mirándole con inocencia - ¿Puede entenderme? - preguntó ella, enarcando una ceja.
- Sí… hablo otros idiomas además del francés. - sonrió él, tímido, sintiéndose como un adolescente y su primera cita para el baile.
- Oh, muchas gracias. - ella alzó los hombros, dedicándole una sonrisa pacifica. - Sabe… tengo algunos problemas para ubicarme, soy turista. - negó con la cabeza y bajó ambas manos hacia el bolso que traía cruzado hacia la espalda. Fingiendo torpeza, sacó de él un folleto pequeño donde aparecía la Torre Eiffel. - ¿Me podría traducir esto? Lamento si estoy interrum…
- No, no lo hace. - negó él. Tragó saliva al notar que la exuberante chica se había pegado varios centímetros más a su cuerpo, con la intención claro, de prestar atención a la traducción que él haría. - Por supuesto que puedo traducirlo. En la escuela siempre fui muy bueno en los idiomas. - soltó una sonrisa, bastante orgulloso.
- ¿En serio? - ella abrió la boca. - ¿Y hay más oficiales que tengan el mismo talento que usted? - le preguntó, mirándolo enternecida.
- ¿Aquí? No… - negó con la cabeza, despectivo. - Este banco solo me tiene a mí.
Ella se quedó callada, asintiendo atenta con la cabeza. Eso era todo lo que necesitaba.
- Creo que solo un oficial es suficiente. - Karol volvió a sonreírle.
El oficial tomó el folleto en sus manos. Miró de reojo a Karol, que había cambiado completamente el semblante. Parecía más rígida, incluso nerviosa.
- ¿Pasa algo? - se atrevió a preguntarle. Pero al mirarla, quizá pudo entender a qué se debía su cambio de actitud.
Una camioneta roja blindada hasta en el motor apareció casi en las narices de ambos. El sonido de las cuatro llantas acelerando y el motor que dejó de rugir en seco, le sacudieron el cuerpo, haciéndolo entrar en tensión y viéndose necesitado de sacar el arma que guardaba en sus bolsillos. Miró a Karol de reojo, la inocente turista que había ido en busca de un oficial que conociera más de un solo idioma, y… oh mierda, cerró los ojos, lamentándose y sintiéndose como completo imbécil al cual habían engañado con facilidad.
Mientras tanto, Karol se había quitado aquel suéter de lana abultado, bajo él escondía un fusil calibre 25. Apuntó decidida al oficial, que también le apuntaba a ella, pero antes de poder hacer algo en su defensa, observó como un disparo traspasaba el hombro derecho de aquel hombre, derribándolo. Lo siguiente que vio fue a Ruggero aparecer en seguida. La máscara anti plagas no le permitía verle en su totalidad, pero el simple hecho de saber que estaba le hacía sentir segura. No era momento de entrar en pánico, aunque sus nervios estuvieran de punta.