"¿Has visto el historial? Es una jodida mina de oro"… "Diez años"… "Le vendrían bien quince, es un tipo listo, tiene que aprender"
Bajó la mirada. Sus manos estaban atadas con esposas de metal que le marcaban la piel. Endureció los pómulos, mientras sus oídos eran testigos de la conversación de dos oficiales que discutían fuera de la habitación en la que él se encontraba. Su mente nublada no podía permitirle pensar, solo había espacio en ese momento para la única escena que había reservado y que juraba… la tendría presente hasta el último maldito día en el que permaneciera encerrado en esa jodida prisión. Solo podía pensar en lo que acaba de perder… en ella… en Karol, en Valeria. Y los ojos se le llenaban de lágrimas. Dentro de sí podía torturarse solo.
"De esta manera terminan los hijos de puta como tú, Ruggero Pasquarelli" cerró los ojos y una lágrima salada, hirviente y llena de ira tocó su mejilla derecha… lo había perdido todo.
Un oficial de estatura media y con el cabello pintado por la edad, entró a la habitación con unos folios amarillos en la mano. Jaló una butaca, sin quitarle los ojos de encima a Ruggero, y se sentó sobre ella.
- ¿Quieres leer? - tiró los folios sobre la mesa metálica. - Es tu bonito historial. - negó con la cabeza y miró despectivo los papeles. - Estás en problemas, Ruggero Pasquarelli.
Vaya… ¿esa era una novedad para él?
- Vas a tener que contarnos exactamente lo que pasó en el banco. - le dijo, mirándolo… le sorprendía lo callado que se encontraba. Tan ido. Como si su mente estuviera en otra parte. - ¿Te lo tengo que pedir dos veces?
- ¿Qué quieres saber? - Ruggero subió la mirada. Sus ojos marrones habían tomado un color más oscuro, al igual que sus facciones. Era otro. Un Ruggero prácticamente sin vida. El oficial se aclaró la garganta.
- Primero háblame de la chica. - pidió el tipo, entrelazando las manos sobre sus piernas. - La que hemos encontrado contigo en el blinda…
- No tiene nada que ver. - balbuceó Ruggero. Rápido. Frío.
El oficial ladeó la cabeza.
- Que tú lo digas no significa que ella no esté metida en todo esto.
- ¡No tiene nada que ver! - gritó Ruggero. Su pecho subía y bajaba con rapidez, mientras sus ojos se encargaban de trasmitir toda esa maldita frustración con la que se encontraba. - La he obligado a venir conmigo ¿es qué acaso los oficiales de Francia se han vuelto todos unos imbéciles? - dijo todavía con el mismo tono de voz. - Que les diga a donde pertenece, ni siquiera es de aquí. Que se largue, lejos, y consíganle un maldito psicólogo para que se olvide de todo esto. - bajó la voz, las lágrimas volvían a convertirse en un nudo grande que no le permitía hablar sin que su voz se quebrara. - Y que se olvide de mí.
El oficial permaneció mirándolo. Pocos segundos después se atrevió a estirar el brazo y tomar los folios, los trajo para sí mismos… sabiendo que Ruggero lo miraba.
- ¿Sabes que vas a estar aquí por mucho tiempo? - preguntó negando con la cabeza.
- Digamos que hace mucho estaba esperando esto.
Mintió y observó como el oficial se colocaba de pie frente a él, golpeando su historial con las manos una y otra vez, y caminando hasta la puerta de la habitación.
- ¿Puedo hacer algo antes de pudrirme aquí? - susurró Ruggero, bajando la mirada y enterrándola en el suelo. - ¿Tengo derecho al menos de hablar con un abogado?
El oficial afirmó con la cabeza.
- Un abogado no va a salvarte de esto.
Ruggero sonrío.
- No es su maldito problema.
Se puso de pie, saliendo de la habitación con el oficial y siguiéndolo hasta que este terminó ubicándolo en una celda metálica pintada de negro. Lo hizo entrar y lo encerró dentro.
- Cinco minutos.
Y desapareció.
El jodido vacío volvía a formarse de nuevo. Estaba solo y solo entonces podía darse cuenta de la gravedad de las cosas. Cuando la policía los había rodeado en aquella calle de Paris, había fingido no conocer a Karol para que esta pudiera huir. Todavía podía recordar su rostro lleno de lágrimas, besándole las manos y prometiéndole que volvería por él, que lo sacaría de la prisión… sea como sea. Y la idea le hacía sonreír, aunque lloraba, sonreía por recordarla junto a él… Maldición, las cosas habían cambiado tanto desde que ambos se habían conocido. Mientras ayer todavía podían hacer el amor, hoy estaban tan lejos… tan lejos de poder volver a verse.
¿Por qué las cosas tenían que ser tan difíciles?
Debía hacer algo antes de que los días empezaran a contarse a partir de ahora, en el que pasaría encerrado en una celda pensando en su chica. Pensando en lo muy hijo de puta que había sido en la vida, pero que antes de poder tocar el infierno… había saboreado el paraíso gracias a una persona.
Marcó el número en el teléfono puesto en la pared.
Esperó unos segundos. Dos. Tres… Cuatro…
- ¿Rugge?