Habíamos acordado encontrarnos ese día. Tú alejado de las manos de Orochimaru y yo de Konoha. Como tal, nuestros planes salieron a la perfección. Me las había arreglado con la Hokage para lograr salir de la aldea, así que podría decirse que mi salida era "legal".
Cuando pones alcohol y apuestas sobre ella, todo es posible.
Tú habías llegado primero. El lugar se trataba de una colorida cascada, en la cual, solías asistir a entrenar con regularidad.
Solté un corto suspiro y reí levemente, aproximándome a ti. Lograste divisarme con la mirada casi de inmediato y permaneciste con la misma postura bajo la sombra del árbol en el que reposabas. Mi corazón me pedía a gritos que saliera corriendo a abrazarte, pero sólo seguí con mi caminata normal.
Cuando llegué a la sombra de aquel árbol, tomé asiento frente a ti, a la par de que nuestras miradas se hacían cargo de entrelazarse entre sí. Sin previo aviso, me abalancé sobre ti, rodeando tu frío cuello con mis brazos y aferrándome a ti.
— Feliz Cumplea—...
Sin embargo, tu voz me interrumpió.
— Espero que hayas traído un regalo contigo.
Me paralicé en su totalidad. Lo había olvidado. Había estado planeando el cómo salir de Konoha con el consentimiento de la Hokage que...Lo olvidé.
Lo único que pude sentir a continuación es cómo te separabas de mi tomando mis manos y susurrabas un ligero:
— Entonces yo mismo me encargaré de que me concedas uno.
Y así fue cómo llegué a tocar el cielo. Mi cuerpo no podía asimilarlo, ni mucho menos mi cabeza o los latidos de mi corazón. Tus labios se movían contra los míos lenta y suavemente entre sí, haciendo un poco de presión entre ellos. Y es que parecía que aquello nunca iba a terminar, los segundos transcurrían con una lentitud sorprendente.
Antes de separar tu rostro del mío, tus propios labios se despidieron de los míos con un último y corto beso. Me miraste y sonreíste burlón, pero victorioso y satisfecho a la vez.
— Si sigues ruborizándote, terminaré devorando un tomate gigante. De esos que tanto me gustan.