Hay un refrán que dice que hay tres cosas que no pueden ocultarse: el sol, la luna y la verdad.
Y ahora, estaba yo ahí. Esperando a que comenzaras a hablar, no la pensaste mucho, eras un Uchiha. Directo, firme y sereno. Orgullo del clan, incluso si éste ni siquiera existía por completo.
— Sarada no es mi hija —Comenzaste y yo apenas era muy capaz de oírte, porque en ese momento, mi mente no estaba captando nada. Esas simples palabras habían logrado hacer una explosión total en mí—. No es del clan Uchiha, no lleva mi sangre. Ni la de Sakura.
Espera, espera, espera. ¿Qué?
— ¿¡Entonces por qué diablos es tan similar a ti!? —Cuestioné eufórica. El corazón me latía a mil y mi cabeza debatía consigo misma, tratando de asimilar las cosas.
— ¿Quieres tranquilizarte un poco? Cálmate —Expresaste, mirándome fijo. Inhalé y exhalé un par de veces. Tenía que tomar esto con calma, tenía que dejarlo continuar—. Ese día, el día de mi regreso, me topé a Sakura en el camino. Ella me comentó que había tenido una misión en la aldea de la arena, así que supuse que, como íbamos al mismo destino, debíamos regresar juntos.
Tu narración era tranquila. No parecías estar nervioso, así que rápidamente me di cuenta de que decías la verdad. Tragué saliva y te dirigí la mirada, conectando la mía con la tuya.
— Entonces, durante el trayecto, escuchamos que alguien lloraba y no tardamos en deducir que se trataba de un bebé —hiciste una pausa, juntando las palabras que dirías a continuación—. Al parecer alguien la había abandonado, aunque nunca pudimos encontrar el rastro —explicaste—. Sakura dijo que la bebé tenía un gran parecido a mí, así que decidió llevársela a Konoha y adoptarla como suya. No me opuse ante ello, era su decisión, yo sólo aporte el nombre que ella lleva actualmente: Sarada.
Me quedé en total silencio, el cual permaneció por algunos segundos, y cuando supe qué decir, volviste a hablar.
— Sakura nunca fue mi esposa y Sarada nunca mi hija, el hecho de que ella me llame 'papá' fue porque ella me adaptó como tal y eso nunca me molestó —aclaraste, girando tu mirada hacia donde se encontraba el agua de la cascada siendo iluminada por la luz de la efímera luna llena que nos acompañaba—. No sé si te diste cuenta, pero Sakura y Sarada nunca llevaron el símbolo del Clan en sus prendas. Y Sarada jamás despertó el Sharingan, porque estoy seguro de que si fuera una Uchiha, ya lo habría hecho hace tiempo.
Cierto. ¡Era totalmente cierto! Eso último hasta yo lo pensaba cuando entrenábamos juntas, pero siempre caía en la conclusión de que aún no era el momento, así que le di tiempo.
Bajé la mirada y apreté los puños. ¿Cuántos años habían pasado desde que decidí dejar pasar esto? En ese momento, sólo sentía humillación y vergüenza de mi misma.
— Respecto a su parecido con Karin —continuaste hablando, al parecer no dejarías de hacerlo, no hasta que aclarases todo—, ella misma decidió apoyar a Sarada. Dijo que lo haría siempre, y por eso le da un apoyo cada cierto tiempo con el tema de sus anteojos, dice que es lo mínimo que puede hacer.
Te giraste nuevamente hacia mi y en tu rostro pude notar una leve sonrisa ladina. Tu cabello se movía ante la brisa tan fresca que habitaba en el paisaje y tu mirada tan oscura reflejaba suavidad y compasión, algo que desde hace tiempo, no veía en ti.
Volviste a acercarte a ti y tomaste una de mis manos, entrelazándola con la tuya.
— Nunca me sentí atraído por alguien más que no fueses tú. Siempre, durante toda mi vida, fuiste la única. La única que conoce todas y cada una de mis facetas —tu voz era tan cautivadora, que podía quedarme dormida en cualquier momento al ser tan relajante—. Sé que lo recuerdas, recuerdas hasta el más mínimo momento juntos —¿había visto a través de mí, acaso?—. Por eso te pido, que te conviertas en mi esposa, en quien siempre debiste ser: Ayla Uchiha.
El nombre de Ayla es de origen turco y significa "luz de luna". La luna no puede ocultarse.
Y la verdad tampoco.