Capítulo 4

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Wanheda volvió a mirar al vacío. A esas alturas ya pocas cosas la sorprendían, pero su situación en aquel momento la estaba descolocando. Wallace la había llamado para darle la gran noticia de que los competidores habían fallado en la misión de matar a la hija de Woods y que ahora ni siquiera la encontraban, por eso le habían llamado a él, para renovar el encargo. Gustus Woods se encontraba en medio de una convención empresarial, sin tener la menor idea de que habían intentado asesinar a su hija como venganza por hacer malos tratos con la mafia. Pero esta vez, esas peligrosas personas se habían cansado de juegos y sicarios estúpidos y ahora simplemente cortarían por lo sano; lo matarían a él.

Lexa no supo qué contestar. Algo le presionaba el pecho, se sentía mareada, se sentía soñando, no sabía qué de lo que sucedía era real, o si algo era real en absoluto. Su padre estaba condenado a muerte; su padre, quien la crio tras la muerte de su madre cuando ella tenía solo seis años. A veces pensaba en ella, pero no la recordaba muy bien; solo algunas imágenes fugaces de una mujer muy alta y guapa con un collar de oro que ahora colgaba de su cuello. Se llevó la mano al pecho y acarició los dorados eslabones.

-¿Y qué vas a hacer? –Preguntó reuniendo todo su valor, casi susurrando. Tenía miedo de escuchar la respuesta de Wanheda.

-Vete a dormir. –Le respondió con un hilo de voz señalando la única habitación que había aparte del salón en el que se encontraban y el baño. Lexa caminó pusilánime hacia el dormitorio sin siquiera contestarle, demasiado cansada para pensar, sentir, o figurarse si algo de lo que estaba sucediendo tenía sentido alguno. Se dejó caer en la cama.

La noche estaba preciosa. Wanheda se acostó en el sofá del salón, estaba junto a una gran ventana por la que entraba la luz de una farola. Se fumaba un cigarrillo mirando hacia el cielo oscuro, sintiendo su cuerpo harto entumecido, pensando en lo que le había ocurrido. Ella nunca creyó en el destino... Las cosas simplemente suceden, nada dictamina ni nadie tiene el poder de cambiarlo. Solo pasa. Pero aquello estaba tan bien hilado, era tan puntilloso y desquiciante que no pudo evitar planteárselo. Si a Lexa no se le hubiera roto la llave, no tendría que haber llamado a un cerrajero, no tendría que haber esperado fuera y no hubiera llamado jamás a su puerta. Pero aquel impulso estúpido de llamar a su puerta la había salvado del cerrajero. Wanheda no quería ocuparse de ella, pero no quería dejarla. No quería que se fuera y quedarse sola. Tenía la caricia de su pulgar grabada a fuego en el cuello. Tenía doce horas para decidir si se ocuparía de Woods o le dejaría a alguien más el trabajo; por ahora decidiría dormir un poco, y sus párpados se desplomaron hasta oscurecerle los ojos.

Lexa estaba comenzando a sentir arrepentimiento. Quería llorar. Quería estar en casa, pero eso no sería posible ni aunque decidiera desentenderse de

Wanheda. Esa aventura que acababa de abordar le había estallado en el estómago cuando vio cómo la especialista robaba aquel Citroën. Su curiosidad hacia ella no se había disipado y creía que por fin empezaba a calarla, y, a pesar del precario trato que Wanheda le dedicaba, dándole órdenes groseras, sin tener en cuenta sus sentimientos, esa hosquedad con la que se relacionaba con ella, no impedían que se sintiera a salvo bajo su protección. Se sentía a salvo, pero se sentía terriblemente sola. Incluso empezaba a necesitar uno de los pastosos abrazos de Andrew. Se acarició la mejilla para secar una fina lágrima y se levantó, dirigiéndose al salón. Vio a Wanheda dormida, su teléfono móvil vibraba sobre la mesita que estaba junto al sofá- Lexa lo garró por inercia y vio en la pantalla un mensaje de "Niylah". "Esta noche has vuelto a fallarme. Dijiste que vendrías hace dos horas, y otra vez, me he quedado bebiéndome el vino yo sola. Disfruta de tu noche, Wanheda" Lexa la miró mientras dormía. Tenía los labios ligeramente despegados, estaba boca arriba con las manos sobre el abdomen. A Wanheda le gustaban las mujeres, pero Lexa no podía decir que eso le sorprendiera en absoluto. Si bien no parecía un hombre de ninguna forma, tampoco parecía el tipo de chica que se siente bien entre los brazos de un chico. Sintió una culpable ilusión de corroborarlo, quizás así pudiera salvar a su padre, y esa culpabilidad la llevó a dejar otra vez el teléfono en su lugar. Estaba sentada en el suelo y seguía mirando el terso rostro de la especialista. Quería acariciarla con el dorso de los dedos.

La especialistaWhere stories live. Discover now