Clarke entró a casa y me besó la frente. Es gracioso que llame a ese cuchitril en el que vivimos "casa", pero eso es lo que es. Aquí crecí, aquí me hice mujer, aquí me enamoré y aprendí a ser más fuerte. Sonreía, pero yo sabía que algo iba mal. Quizás no fuera lo suficientemente valiente para preguntarle qué ocurría, o puede que simplemente ese abrazo que me dio después hiciera que todos mis sentimientos se quedaran mudos, el sonido de mi corazón latiendo más rápido que la velocidad de la luz hizo que todo se quedara en un abrumador silencio.
-¿Tienes un minuto para regalarme? –Sonrió poniéndose de cuclillas frente a mí. Veía tristeza en su mirada, aunque sus labios se curvaran para arreglarme la noche.
-Tengo el resto de mi vida para regalártela-. Ella tomó mi mano y me llevó fuera, donde hacía frío y nadie circulaba. Estábamos solas bajo una fina llovizna, y nos sentamos en el suelo, apoyadas nuestras espaldas contra el edificio y miramos hacia la carretera oscura. A la antigua Lexa le habría dado pánico verla, o estar en ella. Pero yo ya no era esa Lexa. Ahora me iría con Clarke, y todo había cambiado. Todo era diferente, tal y como ella prometió la noche que nos fuimos. Hice que rodeara mi cuerpo con su brazo protector, y puse bajo su barbilla mi cabeza. Ella envolvió mis manos con las suyas, que ardían como un par de hogueras, y me regaló una suave caricia.
-Hay muchas cosas que aún no sabes de mí. Y nunca te las dije. –Sentía su pecho subir y bajar en cada respiración, su corazón retumbaba contra mi oreja, como si estuvieran hechos el uno para el otro. –Cuando era pequeña tenía un perro, un pastor alemán. Se llamaba Iósif. –En su voz se notaba la gran sonrisa que tenía dibujada. –Le puse así por Stalin. Era todo un dictador, no dejaba que los demás perros se acercaran a menos de diez metros de él. Se volvía loco, parecía querer comérselos. –Yo también sonreí. Pero hablaba con tanto dolor en los labios que sentía que no podía estar feliz del todo en aquel momento. –Yo nunca conocí a mis padres. No sé si ambos murieron, o si me abandonaron en el orfanato. Nunca he sabido qué sentir por ellos. No he sabido si odiarlos o amarlos como héroes de los que nunca disfruté. –Yo no dije nada. Solo eché mi aliento sobre su cuello, solo para hacerle saber que estaba ahí, con ella. Que no estaba sola, y nunca volvería a estarlo. –Empecé a ser especialista a los diecisiete años, al principio solo a pequeña escala. Apuñalando a los deudores en callejones oscuros. Poco a poco fui aprendiendo, a mí me enseñó un tipo al que llamaban "El Cosaco". Tenía cincuenta años cuando empezó a educarme; me enseñó a leer, a escribir y a matar como un lince. Me dio el primer abrazo de mi vida. –Apreté fuerte su mano. Esperaba que hubiera tenido una mala infancia, pero aquello que escuchaba era demasiado para poder soportarlo. Sentí tanta rabia e impotencia de que alguien como ella tuviera que sufrir tanto que quise llorar. –Murió hace dos años, en la cárcel. Después conocí a Wallace, y a una amiga suya; Marina. Yo tenía diecinueve, y ella veinte. Solía decirle que tenía nombre de zarina. Era preciosa. Quiso cambiarme y luchó contra mí, quiso que dejara de dedicarme a matar gente. Pero no pudo. Yo me enfadé mucho con ella porque quería que hiciera cosas que yo no podía hacer... Estudiar, trabajar, dejar a Wallace, dejar los asesinatos... Quería que me la llevara fuera de América, a Europa, y vivir un sueño. Le dije que me dejara en paz, que se largara. Que ya estaba cansada de sus exigencias. Y ella me dijo: "si me voy ahora, me voy para siempre". Yo no la detuve, pero tendría que haberlo hecho, porque era demasiado tarde para conducir, porque era viernes y su casa estaba demasiado lejos. Porque la gente sale borracha de los bares y conduce...
-Lo siento mucho.
-Pensé que dirías "no es tu culpa", como dicen todos.
-No lo es. Pero sé que no te quitaré esa estúpida idea de la cabeza, te diga lo que te diga.
-Tú no eres todo el mundo. A ti te creería cualquier cosa. Dime que la Tierra es plana, y te creeré. Dime que la Luna es de queso, y te creeré. Dime que no fue mi culpa que Marina muriera, dime que a todo el mundo le llega su hora y que no podría haberlo evitado aunque la hubiera detenido. Te creeré. –Yo me incorporé y la miré a los ojos, esos exhaustos ojos azules, cansados de sufrir en silencio. Cansados del dolor sin sentido.
-Tienes que perdonarte y dejarlo atrás. Ahora empieza algo nuevo, algo que durará para siempre. –Ella miró a mis labios mientras se movían y después sonrió con melancolía.
-Hoy parece una gran noche para dejar el pasado atrás. Es un buen momento para olvidarlo todo y empezar de cero.
-Empecemos de cero. –Dije volviendo a apoyarme en su cuerpo. -¿Cómo te gustaría empezar nuestra vida?
-Me gustaría empezar diciéndote algo para que lo recuerdes siempre. –Jugó con mi pelo y pegó sus labios a mi oreja, causándome un placentero escalofrío. –Yo haré cosas que no te gustarán, en nuestra vida. Haré cosas que te harán daño, te harán sufrir y llorar, y querrás odiarme. Intentarás odiarme con todo tu corazón. Y, cuando eso pase, quiero que te acuerdes de este momento, aquí, en esta calle fría y sucia. Porque cada cosa que haga, Lexa, todas y cada una de las cosas que haga las haré pensando cuánto te amo. Porque nunca nadie me hizo querer ser mejor persona. Solo tú. Llegaste sin querer y me cambiaste. Nunca querré hacerte daño. Si sufres por mi culpa, quiero que lo sepas, que sepas que todo lo que hago y haré a partir de este instante, será pensando en que te amo. –Sus brazos me cubrieron como la nieve cubre a las colinas, protegiéndolas del viento, del sol, de las pisadas, de las nubes oscuras. -¿Lo tienes claro, mocosa? –Me susurró con una sonrisa de esas que lo derriten todo.
Esa noche me entregué a ella como nunca me había entregado a nada en mi vida. Quiero decir que, mientras Clarke me hacía el amor, iba adueñándose de cada parte de mi cuerpo como si este fuera un mapa del mundo y ella pudiera elegir de qué país apoderarse con solo poner el dedo sobre él. Empezó por mis labios, y a partir de ahí, todo fue simultáneo. Mientras me besaba, sus manos se anclaban a mis caderas como un viejo barco que ha encontrado finalmente su muelle. Acarició la piel de mi abdomen, siendo al instante, dueña de cada poro que lo cubría. Besó mis hombros y fueron suyos, mi cuello, mis brazos. Entrelazó sus dedos con los míos, y le regalé mis manos. Sentí su aliento en mi nariz y no hubo nada más que oler a partir de ahí.
Mis pies desnudos se encontraron tras su espalda, empujándola hacia mí. Sus dientes permanecieron callados, y no mordieron ni una vez. En mis oídos sonaba su voz, y entre mis uñas, la tinta de los tatuajes de su espalda. Mis muslos la aprisionaron en mi cuerpo, obligándola a no irse jamás. Mis rodillas sintieron el cosquilleo de la yema de sus dedos, mis senos se entregaron a su pecho, y a sus labios. Cada rincón de mí fue dejando de ser mío, y a mí ya no me quedaba nada. Cuando pensé que aún podría salvar algo, cometí el error de abrir los ojos. Para encontrar los suyos, que me conquistaron como a un país perdido en algún lugar del planeta. En aquel momento experimenté la sensación de no pertenecerme, de no tener voluntad, de no tener nada, sino estaba ella conmigo. Porque ella era ya cada parte de mí; mi corazón, mi espíritu, mi carne, mi alma, mi nombre, todo, absolutamente. Las huellas que dejaban mis pies, e incluso mis pies. Yo solo vivía entre sus brazos, y no concebía la existencia si ella no estaba a mi lado.
Parecía no querer despegarse de mí. Seguía tan abrazada a mi espalda como lo había estado cuando me quedé dormida. Y yo no quería comer, ni dormir, ni beber agua, quería pasar ese viernes entero en aquella cama de hotel. Es curioso que sepa que aquel día era viernes, pero una nunca olvida los días como ese, los días en los que nunca te esperas lo que ocurrirá al final de ellos.
-¿Qué tal has dormido? –Yo me giré y me la encontré, sonriente, con el pelo alborotado y supe que no podía tener más suerte.
-Desearía haber dormido menos. –Sonreí.
-Lexa, hoy es el día.
-¿Qué día? ¿Ya es otra vez mi cumpleaños y no me he dado cuenta?
-No, hoy es el día en que nos vamos de aquí. –Quise saltar de la cama y gritar, gritar de alegría, pero en lugar de eso me quedé acostada y la abracé.
-¿A dónde iremos?
-Eso lo veremos más tarde. Ahora tienes que vestirte. –Dijo destapándome.
-¿Nos vamos ya?
-Es que quiero que antes de irnos te despidas de tu padre.
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La especialista
FanficClarke Griffin lleva una solitaria vida como mecánica. Lexa Woods es heredera de una enorme fortuna. Un día, sus mundos se cruzan. AU