Wanheda la miró. Suspiró al ver las lágrimas secarse sobre sus blancas y delicadas mejillas.
-Vale. –Musitó mirando a su alrededor y examinando lo que debía hacer a partir de ese momento. Caminó hacia la cocina y abrió el frigorífico, al fondo del cual había tres bolsas de sangre que sacó con cuidado. Lexa la observó.
-¿De quién es? –Le preguntó.
-Mía.
-¿Y qué harás con ella?
-Echarla sobre la alfombra. –Respondió agitada por la fuerza que estaba haciendo por romper el resistente plástico de las bolsas. –Lo primero que supondrán es que si he perdido dos litros de sangre, no he sobrevivido. Tardarán meses en descubrir que era sangre congelada. Cuanto más tiempo piensen que estoy muerta, más tiempo tengo para organizarme. –Lexa se puso un mechón de pelo tras la oreja, respirando profundo, de pie junto al escudriñado cuerpo de Wanheda. -¿Tienes llaves del garaje del edificio?
-Sí. Tengo coche también.
-No, no podemos usar tu coche.
-¿Y qué harás? ¿Robar uno?
-Sí. –Respondió regando la alfombra con la sangre, con cuidado de no mover el cadáver del cerrajero. –En mi habitación hay un bolso negro bajo la cama, y al lado hay un maletín. Tráelo todo.
Lexa obedeció con celeridad y corrió hacia la única habitación en la que había una cama. Se puso de rodillas e identificó ambos objetos, estirando el brazo para arrastrarlos de nuevo hacia el salón.
-¿Dónde está la correa del perro? –Esa pregunta se le vino a la mente cuando vio a la bestia negra sentada junto a su dueña.
-No es un preso, no va atado. –Repuso Wanheda, poniéndose de pie una vez su tarea hubo finalizado. –Baja al garaje, busca un coche no demasiado nuevo, no demasiado viejo, de color oscuro y lo más compacto posible. Ni Mercedes ni BMW. ¿Te queda claro?
-Sí.
-Cuando lo localices, ve hacia el ascensor otra vez y espérame frente a él. Tú irás con Leon, él te seguirá. Si corres peligro en algún momento, solo grita "cuatro". Él sabrá lo que hacer.
-¿A dónde vas? –Preguntó temerosa de que la abandonara.
-A ganar tiempo. –Wanheda recogió el móvil del cerrajero y le disparó al móvil de Lexa, para volverlo ilocalizable. Salieron las dos juntas, Wanheda se llevó el maletín y Lexa se llevó el bolso, que pesaba mucho menos.
Hizo lo que le había ordenado, encontró un Citroën negro de 2009 en la cuarta fila. Puso los ojos sobre él y lo vigiló junto al ascensor, tal y como se le había indicado, sintiéndose a salvo de estar bajo la protección de Leon. Wanheda salió a la calle, no circulaba casi nadie por allí. Un hombre de malas pintas se acercaba desde la izquierda, y ella se aprovechó de la situación.
-Eh, tú. ¿Qué me ofreces? –Dijo encarándole.
-¿Qué quieres?
-No tengo efectivo, solo este móvil. –Añadió mostrándole el teléfono del cerrajero, que no era de última generación, pero era de muy buena gama.
-Con eso solo puedes pagarte una piedra.
-Está bien. –Respondió poniéndole el artefacto entre las manos.
-Pero no puedes ni llenarte una pipa.
-No importa, tú solo dámela. –Él aprovechó la oportunidad de venta y dejó sobre su mano la bolsa de metanfetamina. Wanheda fingió que se alejaba, pero se quedó vigilando cómo aquel repartidor seguía su camino hacia su derecha, justo el camino que el cerrajero tenía que seguir durante treinta metros. Quienes fueran que estuvieran rastreando al cerrajero, comprobarían por la posición de su teléfono móvil que, efectivamente, se dirigía hacia donde le habían ordenado. Aunque solo fuera un camello que pensaba que acababa de hacer el negocio de su vida.
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La especialista
Fiksi PenggemarClarke Griffin lleva una solitaria vida como mecánica. Lexa Woods es heredera de una enorme fortuna. Un día, sus mundos se cruzan. AU