Capítulo 29

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Voy a ser buena y no voy a haceros esperar. 

*****

Lexa, ansiosa por su viaje, pensaba para sí la aventura en la que estaba embarcándose, sin despedirse de nadie. Solo acompañada de la única persona con la que quería estar. Y allí, tendido sobre las sábanas deshechas, donde había dejado toda la ropa que sacó del armario, lo vio. Algo tan simple y tonto como un trozo de tela que consiguió desbaratarla, fulminarla y hacerla caer de rodillas ante la evidencia. Un trozo de tela azul, que le daba respuestas a todas las incertidumbres; y le gritaba, despertándola, que ser más grande no siempre significa ser más fuerte. Que David consiguió vencer a Goliat, y crecer después. Que ser pequeño no significa perder las batallas, y que ser grande no significa ser eterno. Lo miró, descolocada, y tendió la mano para agarrarlo. Ese estúpido trozo de tela azul, con una flor hecha de lentejuelas rojas. Un simple vestido que le hizo darse cuenta de que más grande no significa verdadero, ni eterno, ni real. Que el ave Fénix pudo renacer de sus cenizas, que algo tan diminuto como una semilla puede acabar convirtiéndose en un árbol. El vestido azul, con lentejuelas rojas formando una flor, que la hizo pararse en seco y descubrir quién era ella, quién había sido todo el tiempo y hacia dónde debía dirigirse.

Es crucial conocer tu destino. Porque tener claro tu meta te permite levantarte cuando caes, seguir el rumbo, aunque titubees y des pasos en falso. Conocer, querer y estar enamorado de tu destino es imprescindible, porque si vas adivinando, jugando a querer ganar mientras caminas hacia él, puedes perderlo todo por un minuto de diferencia.

Lexa se había preparado esa mañana, la mañana que partiría. Recordó lo que motivaba su decisión, y supo que nunca había estado tan acertada. Los hechos lo probaban. Supo que esta vez no sería como la primera, que esta vez no se detendría a despedirse de su padre, o a sacar dinero del banco. Ya no había obstáculos. En cuanto pisara la calle, iría en línea recta hasta el lugar en el que debía estar.

Clarke esperó a Wallace, segura de que hacía lo correcto. Había vuelto a ser una asesina, en la noche, pero eso era algo que ella misma había decidido olvidar. Se fumó su último cigarrillo e intercambió unas palabras de despedida con Wallace. Lo miró durante unos segundos y supo que ella misma no era la única a la que esos dos años la habían cambiado. A Gustus lo habían cambiado, y a Lexa, por supuesto, también. Wallace. Wallace era el sujeto del que menos se esperaba y del que más recibió. Porque la solución fácil hubiera sido matar a Bellamy cuando se enteró de quién era, o dejar que Jaha matara a Lexa para ahorrarse problemas. Pero Wallace también luchó, también padeció por beneficiarla tanto como pudiera. Y no perdió oportunidad de agradecérselo.

-Te deseo mucha suerte Wanheda. -Dijo él apretando su hombro.

-Gracias. -Sonrió ella tímidamente. -Ojalá tengas un gran futuro. -Él asintió frunciendo los labios.

-Siento mucho que las cosas con Alexandria hayan acabado así. Me hubiera gustado que hubieras tenido por fin un final feliz. -Suspiró él, recordando, por primera vez en años, el rostro de Marina, a quien Clarke tanto había querido y por cuya pérdida tanto había sufrido. Y cuando la miró a los ojos, supo que, ni siquiera esa muerte, era equiparable al dolor que Wanheda sentía en aquel momento.

-Lo sé. -Le respondió Clarke. -Y agradezco mucho todo lo que has hecho estos meses para que las cosas salieran bien para mí.

-Ha sido un honor trabajar a tu lado. -Clarke asintió, y se dieron la mano formalmente antes de que ella atravesara la puerta de cristal hacia la otra mitad de su vida.

Lexa caminaba, presa de una emoción infantil. Le latía el pecho, sabía que hacía lo mejor, lo mejor para ella y para todos. ¡Por fin empezaría de nuevo y encontraría la paz que tanto había buscado! De eso estaba segura.

La especialistaWhere stories live. Discover now