Capítulo 18

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Sobrevolábamos Nueva York. Aún no veía el aeropuerto, pero veía los restos de la ciudad, del hogar que había abandonado hacía ya mucho tiempo. Y me la imaginaba a ella en cada esquina. Qué miedo tenía de aterrizar, y eso que en el fondo sabía que no la vería. Aun así, tenía una pequeña esperanza que rechazaba con todo mi ser. Solo de pensar que puede que estuviera entre aquella multitud, se me aceleraba el corazón, me sudaban las manos y las piernas me temblaban. Lexa. Aún la necesitaba. Pensar en su nombre, en su sonrisa, en el color de sus ojos... En la última vez que me abrazó, allí, frente al banco que se convirtió en mi tumba.

No quería que me viera, porque de alguna forma sabía que no quería verme. Pero creía en la magia, en esa magia benévola que haría un "click" en su corazón al mirarme a los ojos. Un "click" que le recordara lo felices que fuimos en aquella cárcel a la que nosotras mismas nos condenamos. Pero no. No podía ser. No quería sufrir más contándome mis mentiras solo para mantener vivo aquello que había intentado matar con todos mis recursos. Quizás siendo sincera conmigo misma pueda llegar a deshacerme de este sentimiento. Lexa, te echo de menos. Ojalá nada hubiera sido como fue, ojalá estuvieras conmigo. No hay nada que desee más que tenerte entre mis brazos. Tú curarías lo malo que hay en mí; sí, tú me sanarías. Lexa, te amo. Simple y rotundamente. Me falta el aire ahora que me acerco a ti. De alguna forma estoy segura de que acabaremos encontrándonos; es el destino, lo sé. Pero ignoraré esa idea, ignoraré lo que siento, porque es solo un dulce sueño del que acabaré despertando. Tú. Quisiera no haberte dejado ir.

Y ahora que he abierto la caja de Pandora, he desafiado a mi propio corazón herido a llorar sus penas para ahora hacer que las olvide. Porque es lo que he estado haciendo estos años. Intentando olvidar, enterrando mi dolor, ocultando mis anhelos. ¿Ocultándolos de quién? De mí misma. No es tan difícil superar una ruptura. Simplemente te acostumbras. Pero esto no era una ruptura. Esto era una mentira, un engaño. No sé lo que era, pero había construido un castillo en el que podía refugiarme del dolor, y estaba empezando a tambalearse. Tenía que conseguir olvidarme de que estaba a dos pasos de mí mientras durara todo esto, o acabaría por ir a buscarla. Y lo arruinaría todo. No había llorado por ella, y no lo haría. El nudo en la garganta me estaba ahogando, me había olvidado de Cage, que caminaba junto a mí y me observaba con cierta preocupación.

-¿Estás bien?

-Sí. -Respondí sin mirarle. Mi ciudad. Esta era mi ciudad, donde ella estaba, donde algo me esperaba. Algo de lo que tenía que huir.

Estuve tres días encerrada en el apartamento que Wallace consiguió para mí. Aquella soledad, rodeada el aire de Nueva York, consiguió paralizarme. Tenía que organizarme, centrarme en cuál sería mi lugar de trabajo, mi observatorio, si entablaría relación con alguien del departamento o no. Me senté en un sillón rojo, frente a la única ventana que había en el salón. A través de ella entraba la negra luz del atardecer; que, aunque ilumina, no te deja ver. Recordé a Lexa otra vez. Hice memoria de todos los momentos de mi vida en los que me hubiera gustado estar con ella, y este era el último. Esta casa se parece bastante a nuestra cueva, a nuestro refugio, en el que nos enamoramos. El lugar en el que la vi crecer, convertirse en una mujer. Dejar de ser un pajarillo asustadizo para transformarse en la reina del tablero.

Dar el primer paso hacia el exterior fue difícil, pero no quería perder más tiempo. Tenía que trabajar. Pasaron dos semanas, o quizás una y media, no lo sé bien. Y me mantuve concentrada en la comisaría. No había nada que pudiera servirme como indicio de que había alguien investigando mi caso. No parecía que estuvieran trabajando en otra cosa que no fueran los conflictos de siempre; robos, asesinatos y demás. En cada una de las plantas de la comisaría, nada extraño sucedía. Aquella sensación de que iba a encontrármela de pronto se esfumó a medida que me acostumbré a salir de casa sin ser reconocida. Wallace cumplió con su parte. No me crucé con Jaha, con Lexa o con su padre. Me pagó la comida y el tabaco. Pero aun así sentía que me debía algo. Se presentó el viernes en casa. Eran las diez de la noche y yo seguía encerrada y ahumada entre las paredes de aquella jaula.

La especialistaWhere stories live. Discover now