Capítulo 22

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Un silencio se apoderó del dormitorio. Ya ni siquiera el tenue llanto de Lexa era audible. Calmó su sollozo a la fuerza, se tragó sus lágrimas. Liam no iba a preguntar de qué estaba hablando, porque lo sabía perfectamente. No iba a rellenar aquel espacio vacío con palabras igual de vacías. Quiso despegarse de Lexa al instante, pero sabía que no era el momento de abandonarla. Así que solo alcanzó a suspirar.

-¿Y entonces? ¿Fuiste cómplice?

-No. -Respondió ella con la voz aún cuarteada por el llanto.

-¿Vas a contarme qué pasó o te limitarás a decirme que lo de tu secuestro fue mentira? -Liam estaba evidentemente molesto. Con sutilidad, Lexa se deshizo de su abrazo e intentó curar la ofensa que acababa de causarle. Aunque lo comprendía- Pero ahora dudaba mucho poder decirle lo que tenía pensado decirle.

-La persona que me secuestró, en realidad no me secuestró. Sino que me salvó la vida. -Se sentó en la cama, recuperando la compostura, y después se puso de pie, dispuesta a dirigirse a la cocina.

-¿Ahora te largas en mitad de la conversación? -Cuestionó.

-No. Solo voy a servirme un vaso de agua. -Respondió con indiferencia. Él la siguió.

-Entonces, ¿te salvó la vida un terrorista que se inmoló en el banco? -Ella se volvió y lo miró a los ojos. Se sentía herida, aquello sonaba como si estuviera ridiculizándolo.

-No era un terrorista.

-Ah, o sea, detonar una bomba y matar a dos personas además de sí mismo, no es nada terrorista. -Dijo sarcásticamente. –Al qaeda es un chiste a su lado.

-Olvídalo. No debí decirte nada. -Dijo exasperada y cansada a la vez. Ahora sí que se sentía completamente sola.

-¡No! -Insistió. -¡No puedes recular ahora! Dime, dime lo que tienes que decirme. -Ella lo miró fijamente, y sus ojos entristecieron. Ancló el puño a la cintura y bajó la cabeza; suspiró. Preparándose a conciencia para una decisión que podía costarle todo lo que tenía.

-Ese terrorista era una mujer. Una mujer que me salvó la vida. Que huyó conmigo para protegerme de unos sicarios que querían matarme por culpa de la mala gestión de mi padre. -Dijo de sopetón. -Y me mantuvo a salvo durante todo el tiempo que estuve desaparecida. Y me enamoré de ella.

-¿Qué? -Gruñó confundido, frunciendo el ceño. Lexa bufó. -No, no puede ser. -Rio nerviosamente. -Tú lo que tienes es un síndrome de Estocolmo galopante.

-No me analices. -Le advirtió.

-Es una ilusión, Lexa. Déjame ayudarte.

-¡NO! -Gritó dando un golpe sobre la mesa de la cocina. -No juegues a los psicólogos conmigo. Sé bien lo que ocurrió. Y me salvó la vida. -Liam reunió fuerzas para hacer las preguntas certeras a pesar del dolor que inundaba su pecho. Se rascó la fina barba de tres días que definía su atuendo, y la miró.

-¿Y aún la quieres? -Soltó finalmente.

-No. Ya no. -Dijo Lexa con cierta tristeza.

-Claro que no la quieres... Está muerta, ¿cómo ibas a quererla? -Se cuestionó, ofendido, herido. Lexa le miró con desprecio, como jamás lo había mirado. No lo reconocía. No creía que ese ser tan hiriente fuera Liam.

-No está muerta. -Musitó Lexa, cruzándose de brazos después. Él la miró, sin saber qué esperar de todo aquello.

-¿Qué?

-Yo no lo sabía. Yo pensé que había muerto aquel día.

-¿Y cómo te enteraste de que sigue viva? ¿Y cuándo? -Lexa ocultó sus labios y tragó saliva. La voz volvió a entrecortársele.

La especialistaWhere stories live. Discover now