Capítulo 13

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Bien. Estaba todo listo. Era hora de partir y cumplir con lo pactado. Revisó su bolso negro una última vez para comprobar que llevaba lo necesario, y sobre aquel artefacto colocó su ropa para que Lexa no viera lo que había oculto allí. Lexa estaba entusiasmada; se duchó, se vistió, se arregló, todo con una enorme sonrisa. Por fin iba a salir de aquel lugar e iba a poder ser libre, con Clarke. Ya nadie las perseguiría, no volverían a tener miedo.

-¿Vamos? –Sonrió mientras abría la puerta. Clarke la miró fijamente durante unos segundos, y se encorvó para dejar el bolso en el suelo con cuidado. -¿Qué ocurre? –Preguntó cambiando su semblante.

-Lexa. –Dijo caminando hacia ella lentamente, como si pudiera destruirla con un paso equivocado. –Sabes que te quiero, ¿verdad? Más que a nada en el mundo. –Lexa percibió algo que la asustó, y se quedó en su lugar paralizada. -¿Lo sabes?

-Claro que lo sé. –Esbozó una sonrisa que servía de máscara para el miedo que sentía. –Y yo también te quiero a ti. –Clarke sonrió y caminó lentamente hasta ella, como asechándola. Alzó una de sus manos y acarició su rostro, reuniendo en aquel momento todos los detalles que pudiera captar de su rostro. Las pecas que decoraban su nariz, sus ojos que jugaban a ser verdes, los rizos castaños cayendo junto a la forma de su cara.

-Eres lo más hermoso que he visto en mi vida. –Lexa agarró la mano de Clarke que le acariciaba la mejilla, la apretó y se lanzó a sus brazos como si estuviera cayéndose. Aquel abrazo partió a Clarke en dos. Solo pudo acariciar su cabeza y besar su hombro.

-Vamos a ser libres, ¿verdad?

-Claro que sí. –Respondió en un susurro. Lexa se despegó de ella y la miró a los ojos. Clarke sonrió. –Vámonos. –Le agarró la mano. Lexa tiró de ella y se la echó encima, besándola a quemarropa. Había tanto ardor en sus labios que a Clarke le quemaba el contacto, los impulsos eléctricos que sentía colarse por su boca. Todo era incontrolable. Sus manos clavándose en la cintura de Lexa y obligándola a acercarse tanto que casi se convertían en la misma persona.

Se subieron al coche rumbo a Nueva York. En aquel momento estaban metiéndose directamente en la garganta del destino. Ahí terminaba la transición y empezaba una nueva era, una segunda etapa, un tiempo nuevo en el que ninguna de las dos iba a ser quien solía ser. Todo cambiaría tan solo en un par de horas. Clarke tomó la mano de Lexa mientras conducía y le sonrió.

-¿Ya sabes a dónde iremos?

-Iremos a donde queramos. Podremos elegir destino como en un menú. –Sonrió Clarke.

-Podríamos ir visitando varios países... Primero me gustaría ir a la República Checa. Dicen que Praga es la ciudad más bonita de Europa, incluso más que París. –Clarke sonrió y le besó la mano. –Nunca pensé que esto pasaría, jamás me lo imaginé. –Sonrió mordiéndose el labio, mirando al cielo con ojos soñadores. –Te veía entrar y salir de casa, sin imaginarme a qué te dedicabas, sin imaginarme que un día me salvarías la vida y huirías conmigo a un lugar recóndito. Nos encerraríamos en una habitación de hotel y me enamoraría de ti como jamás me imaginé enamorarme de nadie.

-Yo tampoco tenía idea de que esto ocurriría.

-Nos miramos, el día que toqué a tu puerta. Nos miramos a los ojos antes de que tú entraras a tu casa, cuando yo aún estaba fuera, y te juro que sentí algo. Una explosión muy pequeña en el pecho. Quizás el cielo estuviera intentando darme una pista de que tú eres la única persona con la que podría ser feliz. Y hoy, ha pasado tanto tiempo que no sé ni qué día es hoy, y te amo. No hemos tenido nada, Clarke. No hemos tenido televisión, ni perfumes, ni ropa decente. No hemos tenido libertad, ni amigos, ni nadie con quien hablar, y ni siquiera he echado de menos esas cosas. Eres todo lo que necesito, y nunca estuve tan segura de algo. En meses de cárcel he sido más feliz que en toda mi vida, porque tú estabas conmigo. –Clarke no se atrevía a mirarla directamente sin sentirse rota. Así que siguió mirando el camino al que se enfrentaban, intentando no acelerar demasiado. Hacía frío, podía verse a través del cristal.

-¿No te hubiera gustado ser psicóloga? –Le preguntó con semblante sobrio.

-Me gusta más ser tuya. –Clarke entrelazó sus dedos con los de Lexa e hizo una mueca que era un ademán de sonrisa. Lexa dejó caer su cabeza en el hombro de la especialista. –De hecho me encanta ser tuya. Me gusta ser más tuya que mía. –Dijo echándose a reír. Clarke la miró de reojo y también rio.

-¿Qué diablos significa eso?

-¿Tú nunca has tenido la sensación de que de pronto no estás siendo tú misma? ¿Que estás ocultándote tras una máscara?

-Más de lo que sospechas. –Sonrió.

-Pues yo no me había dado cuenta de que había llevado una máscara toda mi vida hasta que llegaste tú y me la quitaste. Soy mejor persona cuando estás conmigo. Soy más yo misma contigo que estando sola. ¿Lo entiendes ahora?

-Claro que sí. –Sonrió. –Claro que lo entiendo. –Añadió con un hilo de voz. La mañana creció sobre sus cabezas y se adentraron en la ciudad del amor, en la ciudad del peligro.

Clarke se detuvo frente al Banco Nacional, faltaba aún media hora para que Woods apareciera. Media hora que se le pasaría como un suspiro.

-¿Qué hacemos aquí? ¿Cómo se te ocurre detenerte en el centro de la ciudad? ¡Nos verá todo el mundo!

-No te preocupes. –La tranquilizó Clarke acariciándole el muslo. –No ocurrirá nada. En un momento estará aquí tu padre.

-¿Aquí? –El pulso se le aceleró. -¿Vendrá mi padre?

-Sí, te dije que te traería para que te despidieras de él. -Vieron a Woods detenerse en la esquina de la calle que estaba frente al banco. Tal y como Clarke le había dicho. Cubrió la cabeza de Lexa con una capucha y se bajaron del coche caminando hacia él. Woods las vio aproximándose y se sacó las manos de los bolsillos, adoptando una posición de alerta.

-¿Lexa?

-¡Papá! –Gritó ella corriendo a abrazarlo. Clarke llegó hasta ellos mientras lloraban y se bañaban con gestos de cariño. Wanheda sonrió y miró a Woods.

-¿Están dentro? –Él asintió mientras envolvía a su hija con los brazos. Clarke también asintió. Collins y Wallace estaban donde tenían que estar.

-Lexa, voy al banco.

-¿Qué? –Ella se dio de pronto la vuelta, zafándose de los brazos de su padre y encarando a Clarke, alarmada.

-Tengo que ir, tengo que sacar dinero, para irnos. –Woods volvió a meterse las manos en los bolsillos y desvió la mirada de Clarke.

-¿Estás loca? ¡Te meterán presa!

-No saben quién soy. –Sonrió Clarke. –Mi cara no sale en los periódicos, mi huella dactilar no está en ninguna base de datos, no tengo documentación. Soy un fantasma en el sistema. No te preocupes. –Lexa la miraba agitada, sin saber qué decir. No quería dejarla ir, pero no podía hacer otra cosa si quería largarse con ella.

-Volverás, ¿no?

-Claro que sí. –Sonrió. Lexa se lanzó a sus brazos y la quemó con aquel contacto. –Te quiero. –Le susurró.

-Y yo a ti.

-Volveré ahora mismo. –Dijo besando su mejilla. –Espera con tu padre. –La miró a los ojos y acarició su mejilla. La miró a los ojos, porque, durante un segundo, no había ni futuro ni pasado. Solo aquel instante. Después miró al señor Woods y asintió dedicando una mirada cómplice. –Usted quédese aquí hasta que yo vuelva. –Le ordenó y Woods asintió.

Lexa vio a Clarke marcharse con su bolso negro. Todo saldría bien, pensó mientras respiraba hondo y unía sus manos. Sonrió de solo imaginarse el siguiente paso. Despertarse junto a Clarke en algún lugar de Praga, ir a visitar la ciudad, amarse. Veía su figura, la vestimenta negra dirigirse al banco. Volvería en unos minutos. Por supuesto. Entonces observó cómo Clarke dejaba el bolso en el suelo, se ponía la capucha y empujaba la enorme puerta de la entrada. Cuando hubo ingresado, se giró y la bloqueó con un candado gigante, y de pronto, lo comprendió.

¿Cómo había podido ser tan estúpida? ¿Cómo iba a sacar dinero de un banco sin identificación ni tarjeta? ¿Tan estúpida se volvía teniendo a Clarke delante? De pronto, lo comprendió.

La especialistaWhere stories live. Discover now