Capítulo 9

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Dejaron allí el cuerpo aún tibio de Monty, que era un héroe no reconocido. Lexa ya no tenía más fuerzas para llorar. Todo era demasiado extraño y tenía que acostumbrarse demasiado rápido. Clarke quiso evitar que viera el cadáver sangriento pero no lo consiguió. Lexa tuvo que asimilar que ahora la muerte era algo que la asechaba y la rodeaba como el mismo aire. Esperaron a que anocheciera y se subieron al coche que Wanheda había traído desde Nueva York, conduciendo hasta quién sabe dónde y quién sabe por qué caminos.

-¿Qué haremos ahora? –Preguntó Lexa abrazándose sobre el asiento del coche.

-No lo sé, Lexa. –Respondió Clarke. –Tenemos que encontrar un lugar en el que poder quedarnos los próximos meses. No estarás a salvo hasta que termine el juicio de Wallace y sepamos si queda libre o va preso.

-¿No vas a meterme en un avión a México?

-No. –Contestó sin mirarla. –No haré eso. –Lexa sintió una tremenda paz. Los músculos tensos se le relajaron, como si se volcara todo su cuerpo sobre el asiento. Su padre no había muerto, y estaría a salvo hasta el juicio. Ella, por el contrario no. Estarían buscándola por todas partes para extorsionar a Woods, ahora que se había vuelto intocable debido a los cargos que a Wallace se le imputaban. Estaría a salvo con Clarke durante unos meses, y no abandonada en algún país extraño. No podría salir a respirar aire fresco, ni ver la luna, o la luz del sol. Pero estaría bien. Estaría con Clarke. Y su padre estaría bien. Era todo lo que necesitaba saber.

Clarke condujo hasta perderse. Identificó un horrendo cartel luminoso en la deriva de una carretera, un cartel que le daba la entrada a un hotel que probablemente no tendría muchas exigencias respecto a los clientes. Lexa dormía. Y Clarke aprovechó para registrarse, o intentarlo sin que le pidieran identificación. Pero confiaba en que no sucedería. En aquellos lugares tan fríos y perdidos a nadie le importaba en absoluto la vida de los demás. Entró y un señor corpulento con la camiseta manchada de grasa la miró tras el mostrador.

-Una habitación. –Le dijo. Él sacó el formulario, y lo deslizó hasta ella. Wanheda sacó doscientos dólares de un sobre marrón y los dejó encima de la mesa. –Es muy tarde y no me apetece rellenar hojas. –Él la miró sin decir nada. Puso la mano sobre los billetes y volvió a guardar el formulario, para darle las llaves de la habitación. –Gracias por ser tan comprensivo, señor. -¿Cómo no iba a aceptar ese dinero? Le había pagado casi diez veces lo que costaba la habitación por noche.

Wanheda volvió al coche, se colgó al hombro el bolso negro en el que llevaba su poca ropa y la de Lexa, y dejó el maletín para un segundo viaje. Cubrió la cabeza de Lexa con una capucha y la cargó en volandas hasta la habitación sin que el recepcionista emitiera el menor sonido. Dejó a Lexa sobre la cama y bajó a buscar el maletín. Se detuvo en recepción y dejó sobre el mostrador un sobre.

-Esto paga tres meses. No quiero preguntas ni que nadie me moleste. –El hombre volvió a recoger el sobre y a guardarlo sin decir una sola palabra.

Wanheda entró a la habitación sin hacer demasiado ruido y comenzó por cerrar todas las cortinas; desde fuera podía verse con claridad quién estaba en la habitación, y eso era lo último que quería. Más aun sabiendo que se encontraban apenas en un primer piso. Se asomó para comprobar que Lexa seguía bien, y quiso marcharse, pero una fuerza mayor la obligó a acercarse a ella y cubrirla con el edredón. Suspiró al verla y volvió a caminar hacia la puerta.

-¿Esta noche tampoco vas a dormir? –Le preguntó Lexa antes de que alcanzara a dar cinco pasos.

-No lo sé. Tengo mucho que hacer. Tú descansa, ya estamos a salvo.

-Quédate conmigo. Por favor. –Clarke giró su cuerpo completamente y miró a Lexa, que seguía acostada de lado con la mano bajo la mejilla. No opuso resistencia a lo que su alma dolida también le pedía. Se recostó junto a Lexa, boca arriba, mirando el techo con manchas de humedad. Lexa dio una vuelta sobre sí misma hasta quedar frente al perfil de Clarke, con esos ojos tan despiertos y azules. –Gracias, Clarke. –Dijo aferrándose a su mano. Aquel contacto le resultó extraño a ambas por igual. Era algo cálido entre tanta muerte, tanto frío y tanto dolor. Era algo que ambas necesitaban. Sus dedos estaban entrelazados y Clarke estaba tan nerviosa que pensó que Lexa podría sentir en su piel los latidos desbocados de su corazón. –Mírame. –Le susurró Lexa. Wanheda quiso oponerse, porque le atemorizaba indeciblemente encontrarse con los ojos de Lexa... Que parecían tener potestad sobre ella. Pero se sentía tan bien de tenerla a su lado que no podía resistirlo, y obedeció.

La especialistaWhere stories live. Discover now