Capítulo 14

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Creo que mirarla a la cara por última vez fue el mejor regalo que la vida pudo haberme dado, comprobar que fue real, que no la soñé. Y cuando me di la vuelta y encadené la puerta, vi su rostro. Estaba ahí, y supe que ya se había dado cuenta de lo que ocurriría. Quise salir corriendo y tirar todo el plan por la borda, pero ella no se merecía eso. Ella se merecía algo mejor. Se merecía libertad, un futuro seguro, y yo iba a dárselo. Di cuatro tiros al aire y cubrí mi rostro con un pasamontañas. La gente se echó al suelo y se cubrió la cabeza con las manos. Me acerqué al mostrador, donde los empleados ya habrían activado las alarmas silenciosas. Deposité una de las tarjetas que había preparado delante de los ojos del primer empleado. Que, siguiendo la indicación de la primera línea y bajo el terror del cañón de mi arma, leyó en voz alta.

"Di por el micrófono que traigo una bomba en este bolso. Y si alguno empieza a comportarse como un cretino, la haré explotar." Justo después de leer, tembloroso, el hombre gordo y corpulento me miró.

-¿No vas a hablar? –Yo negué con la cabeza. -¿Tienes una bomba? –Yo asentí con la cabeza. -¿Eres mudo? –Yo volví a asentir con la cabeza. –Deposité otra nota ante sus ojos.

"Llama a Finn Collins y a John Murphy por el micrófono." Él obedeció. Los malditos cobardes asquerosos no querían acercarse, pero finalmente los rehenes los delataron y ambos se arrastraron hasta mis pies. Se notaba la escoria que eran solo con mirarlos; trajeados, viejos, borrachos. Como si la maraña de canas que le cubrían la cabeza y a uno de ellos la cara significara sabiduría.

"Busca dos sillas." Volví a ordenarle con una nota. Él mandó a dos mujeres a traer las sillas, donde senté a Collins y Murphy. Creo que valía la pena empezar a tutearlos, iba a ser un largo día e íbamos a estar juntos. La gente seguía aterrorizada, tirada en el suelo, cubriéndose la cabeza y llorando. Vi llegar los coches de policía, sus sirenas eran luminosas y ruidosas. Sonó el teléfono. Yo ladeé la cabeza indicándole a mi voz que respondiera.

-¿Hola? –Dijo asustado. Yo apreté el botón de manos libres.

-¿Es usted quien ha encadenado la puerta del banco?

-No. –Respondió él mirándome.

-Pues pásele el teléfono al responsable. –Yo negué con la cabeza.

-No habla. Pero está escuchando. –Yo le hice leer la siguiente tarjeta. –Dice que quiere que todo lo que diga por teléfono se escuche a través de megafonía en toda la calle.

-No vamos a hacer eso.

-¡Tiene una bomba! –Exclamó el dueño de mi voz, exasperado, asustado y estresado.

-¿Una bomba? ¿La ha visto? –Yo inmediatamente deposité el bolso sobre el mostrador y lo abrí para que pudiera verla.

-Sí. –Respondió sudando y tragando saliva. He de esclarecer que en mi posición conseguir una bomba no era tarea difícil, sobre todo porque Collins no se mostró reacio a concederme ese favor en pos de que iba a devolverle su inversión. Simplemente mandó a sus hombres a meter una bomba, que yo revisé posteriormente, en el maletero del coche en el que me fui. Pero esa no era ni una pequeña parte de lo que tenía pensado. Jaha, Wallace, Lexa y su padre estaban fuera. Y Woods y su hija no estarían fuera de peligro hasta que Collins y Murphy estuvieran muertos.

-Está bien. Todo el mundo escuchará. –Yo le quité el teléfono y lo colgué antes de que el negociador pudiera seguir hablando.

"Pon a todo el mundo en fila y cuéntalos en voz alta para que pueda oírte. Arrastra las sillas de Collins y Murphy hasta la parte frontal, para que todos puedan verlos a través del cristal de la puerta." Él, primero contó. Parecían pobres ovejas, casi me compadecía de ellos.

La especialistaWhere stories live. Discover now