Prólogo

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Empezar de cero es algo muy grande, aunque en mi vida pocas cosas lo son ya.

Las segundas partes nunca han sido de mi agrado porque normalmente no son tan buenas como las primeras. No quiero que la segunda parte de mi historia sea peor que la primera, no sé si podría aguantarlo.

El mundo ha decidido darme una segunda oportunidad, me ha obligado a empezar de cero, porque si nada sale bien en mi vida, intentar acabar con ella no podría ser de otra manera.

Todo comenzó cuando desperté en la antigua consulta de Denise, estaba atada de pies y manos a una camilla, mi muñeca izquierda estaba vendada, pero una cantidad considerable de sangre seca manchaba el esparadrapo que hacía de barrera entre mi vista y la herida que pudo haberme matado. Pensaban que iba a convertirme, está claro.

Tara era la única que estaba allí cuando abrí los ojos, me sonrió y acto seguido me desató.

"¿Cómo te encuentras?", fue su pregunta, quise responder que todo era una auténtica mierda, pero preferí callarme. Pasé callada los siguientes tres días, no dije ni una sola palabra, ni siquiera cuando todo el mundo vino a visitarme. Todos, menos él. El tercer día Tara me quitó la venda de la muñeca mientras me explicaba que por suerte el corte no había sido demasiado profundo. "Por suerte" son palabras poco acertadas para alguien que ha intentado suicidarse, pero siguiendo mi regla de no hablar, no contesté nada.

La cicatriz en mi brazo era fea, espantosa, tan solo se trataba de una línea recta, pero era lo suficientemente grande como para que no pasara desapercibida. El complemento perfecto para mi horrible estado.

Al día siguiente pude por fin salir de la consulta, ir a mi casa -en la que no había nadie- para ducharme y ponerme ropa limpia y descansar un poco en mi propia cama. Mientras hacía esto, me puse a pensar en el último día que estuve consciente antes de intentar quitarme la vida, pensé en el momento en el que ví a Nathan y a Grace muertos en el suelo, y comencé a llorar, porque aquella tarde cuatro días antes en mi cuarto no fue suficiente.

Me pregunté por qué él no estaba en casa y por qué no había venido a visitarme ni un solo día, entonces decidí que no quería estar allí cuando volviera, no quería que me viera llorar como la última vez. Cogí una mochila y metí ropa en ella, bajé a la planta de abajo y cogí dos rosas rojas de un jarrón de la entrada, después salí de allí. Mi última parada antes de abandonar Alexandria fue el cementerio, quería cerciorarme de que mis dos pequeños descansaran en un lugar seguro. En efecto, las lápidas más recientes estaban decoradas con su nombre. Dejé una rosa en cada una de las tumbas, lloré unas cuantas lágrimas más y entonces me quedé seca, ya no había más que soltar. Me acerqué al lugar desprotegido de la valla como tantas otras veces y me escapé por allí, sin avisar a nadie de mi nuevo plan de vida. Caminé toda la noche, tenía conmigo mi cuchillo y una pistola que robé de la armería, solo pude utilizar el arma silenciosa para matar a los caminantes que se cruzaron en mi camino, que no fueron pocos. Llegué a mi destino al amanecer, cuando por fin me instalé respiré tranquila.

La casa en la que Carol había estado refugiándose todo este tiempo me pareció el lugar perfecto para volver a empezar y no estaba equivocada, en ella había todo lo que necesitaba: agua, comida y una cama para descansar; quizás ella tenía pensado volver, pero si no lo había hecho ya...

Los primeros tres días me encontraba perdida, no tenía muy claro qué hacer a partir de ahí. Estaba sola, algo que no mejoraba la situación, pues hasta entonces siempre había estado rodeada de personas, pero poco a poco fui acostumbrándome a ello, empecé a prepararme para aguantar así el máximo tiempo posible.  Todas las mañanas salía a correr por la carretera que había frente a la casa, eso me ayudó a fortalecerme, además de que recuperé mi costumbre de salir a cargarme caminantes por pura diversión. Fui caminando en busca de nuevos lugares donde pudiera encontrar ropa, pues el frío comenzaba a llegar, y encontré prendas ajustadas que me servirían para que no fuera tan fácil de capturar por ningún tipo de ser.

Por último, y no por ello menos importante, quise concederme un cambio de imagen que deseaba desde hacía mucho tiempo, el de mi pelo. Cuando pasaron dos semanas desde que me instalé en mi nuevo hogar, descubrí unas tijeras lo suficientemente adecuadas para cortar mi cabello y así lo hice, mi pelo castaño pasó de llegarme al pecho a no pasar de las orejas. En un principio el cambio me pareció raro, pero poco a poco me acabó encantando, no solo por el hecho de que me veía bien con él, sino porque era más seguro que mi anterior cabellera.

Por fin, pude comenzar una vida de absoluto relax.

Todo eran libros, duchas interminables y eliminación de caminantes del mapa, y podría haberme quedado para siempre allí, viviendo en lo que se comparaba al paraíso dentro del mundo de los muertos, pero yo sabía que no era lo que quería, al menos no durante tanto tiempo. Lo único que quería era regresar a casa y no volver a estar sola jamás.

Me estaba acostumbrando a permanecer en ese limbo entre el fin de la primera parte de mi historia y el inicio de la segunda, hasta casi no echar de menos nada de mi antigua vida. Casi.

Porque lamentablemente, él no estaba allí para completarme, y sus brazos eran el único lugar en el que quería estar, entonces y siempre.

Me llamo April, y acabo de empezar de cero.


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